EN DEFENSA DEL AMOR.

Loki no quiso separarse de Härjann hasta asegurarse que las quemaduras de su pequeño, provocadas por su hijo mayor al salvarlo, no eran graves y que su integridad física no estaba en riesgo. Pero Thor insistió en que también él debía ser atendido y que lo enviaría a reposar a su cama mientras él se ocupaba de buscar a Ari y a Algrim.

-Por supuesto que no, no intentes que me quede sin hacer nada, no lo vas a lograr... voy por mi hijo, por Ari, me dejarás acompañarte o me iré por mi cuenta. Nada me va a detener... además, me necesitas para abrir un portal. El Bifröst le dará de inmediato la posición en la que lleguen las tropas, pero viajando por un portal, no podrá detectar donde estamos.

-Entonces... en camino, con todo el ejército de Asgard. Barreremos el Mundo Oscuro hasta encontrar y salvar a nuestro hijo.

La estrategia era sencilla, ellos se adelantarían y el ejército detendría cualquier ataque de los elfos oscuros... el palacete de Malekith era el objetivo, sin duda, Algrim estaba ahí, intentando finalizar la conversión de Ariéh y con ello, consumando el secuestro del niño para beneficiar al Mundo Oscuro. Loki abrió el portal muy cerca, no pudo hacerlo dentro del palacete y muy pronto supo por qué. Una barrera mágica les impidió avanzar, rodeando la construcción, un muro invisible protegía al elfo, ahora debían encontrar la forma de traspasarlo.

-Hay que desgastarlo- dijo Loki, sin dudar- Algrim usa demasiada magia para protegerse y también para someter a nuestro niño... Thor, usa todo tu poder, toda la fuerza de tu martillo, que los Halcones Escarlata vengan y usen sus lanzas, constantemente... lograremos distraer y bajar poco a poco su nivel de resistencia mágica...

-Lo haremos.... pero... ¿Lograremos entrar a tiempo?

-Yo puedo entrar... cambiaré lo necesario para mimetizarme con la energía de Algrim, traspasaré su barrera... una vez dentro, si no puedo derrotarlo, haré lo necesario para darles tiempo... no tenemos otra opción, tenemos que intentarlo.

***

Loki tenía razón, dentro de la casona, Algrim comenzaba a resentir el uso excesivo de su magia. Sabía que los Dioses Asgardianos irían tras él e intentarían rescatar al niño. El proceso de conversión estaba adelantado, pero aún no terminaba... y le era imprescindible que concluyera de forma natural para que todo saliera bien. Miró el anillo que llevaba en su dedo anular, ese era el gran tesoro que Malekith guardaba, la joya era el símbolo de poder y gobierno de Svartalheim, y quien lo portara tenía el derecho de ser Rey... pero no cualquiera podía usarlo, el anillo era heredado mediante un testamento Real, el anterior gobernante designaba a su sucesor. Junto al aro, Malekith hacía muchos años que escribió su voluntad postrera: Sin hijos que lo sucedieran, sería un niño adoptado, preparado por su padre, Algrim, quien tomara el trono del mundo oscuro... y por supuesto, sería el hasta ese día Consejero de Odín quien llevaría su tutela. De esa forma, aseguraba su continuidad en el mando de los elfos oscuros.

-Escucha eso, niño... el Dios del Trueno utiliza su martillo para intentar traspasar mi cerco mágico... es poderoso, pero no podrá interrumpir nuestro vínculo. Muy pronto, querido, serás parte de mí... parte de mi pueblo, y con tu propio poder me ayudarás un día a combatir a tu padre... será una memorable batalla que ganaremos.

Ari permanecía inmóvil, pero siguiendo con los ojos bien abiertos, cada movimiento del elfo oscuro. Además, podía escuchar el retumbar del trueno, mientras Thor insistía en atacar la barrera que protegía el palacete.

Hizo un esfuerzo que parecía más allá de sus fuerzas, murmurando con voz bajita y clara.

-También mi otro padre está por entrar a este lugar...

-¡Vientos de Hell!- exclamó Algrim, sorprendido- ¿Puedes hablarme?

-Sí...

El elfo se apresuró a revisar su hechizo, su conexión con la enorme cantidad de energía oscura que usaba para transmutar la naturaleza del niño... todo estaba en orden, faltaban muy pocos minutos para terminar. Sonrió ante la fuerza del futuro Rey de Svartalheim y se estremeció involuntariamente cuando Ari le devolvió la sonrisa.