Scarlet

Capítulo 28: Emboscada

El suave aire que hacía en esos momentos se aplacó de forma súbita, y a Gabrielle hasta se le erizaron los pelos. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Había pasado el tiempo suficiente junto a Scarlet como para asociar rápidamente lo que eso significaba, y solo pudo tragar salivar y reunir valor para lo que se avecinaba. Si no se equivocaba mucho, por cómo se había detenido el aire solo podía significar que algo muy grande estaba en camino. Seguramente debía tratarse de Sarla, pero debía venir acompañada de multitud de Grimm, muchos más de los que enfrentaron la última vez. Las trampas en la ciudad fueron desapareciendo poco a poco, pero alrededor de esta habían aparecido bastantes más, rodeándola por completo y cortando cualquier vía de escape posible. Se acababa de dar cuenta de que habían sido llevadas a una trampa de la que no podrían escapar como en otras ocasiones. Esa ciudad sería la que presenciara sus muertes si no hacían algo, porque esta vez no iban a poder huir si la situación se volvía a torcer.

Algunos minutos más tarde comenzaron a dibujarse estelas verticales por toda la calle principal de las que salieron unos veinte o treinta Grimm materiale, si no eran más. Cuando salieron todos, Sarla emergió del suelo de una forma similar a como lo hacía Scarlet al sumergirse, pero su aparición siempre era mucho más tétrica. La chica enmascarada giró la cabeza de lado a lado buscando algo. Su voz entorpecida por el efecto de la máscara se alzó lo suficiente como para abarcar varios metros de distancia.

—¡Scarlet Dawnstar! ¡Sal de donde quiera que te escondas! ¡Sé que estás aquí, pero esta vez no tienes escapatoria posible!

No hubo respuesta mientras Gabrielle observaba con precaución escondida en lo alto de un tejado.

—¡Toda la ciudad está rodeada de trampas, y no hay forma de que puedas usar esta vez tus cacharros y tus truquitos para poder huir! ¡Ven y afronta tu muerte, o tendré que derribar cada uno de estos edificios hasta hacerte salir!

Seguía sin haber respuesta. Gabrielle pensó que debía tratarse de un farol, y bastante descarado porque no imaginaba cómo la chica podría hacer tal cosa.

—¡Está bien! ¡No me dejas otra opción entonces! —gritó Sarla.

Desenvainó una espada que tenía guardada a un lado en la cintura. La espada se componía de una hoja más larga de lo normal con un brillante color azul añil que resplandecía a la distancia, y que por supuesto no pasó desapercibida para Gabrielle, que no sabía qué iba a hacer la mestiza con esa espada. Sarla lanzó la espada contra un edificio. El arma de hoja añil se movía dando vueltas por el aire hasta que impactó contra el edificio. Lo atravesó de lado a lado, y en cuestión de segundos logró que fallaran los cimientos del edificio haciendo que terminara cediendo por completo hasta que solo quedaron escombros y una gran polvareda se levantó casi hasta alcanzar a la propia Sarla. A Gabrielle se le pusieron los ojos como platos al ver cómo una espada como esa tenía tal capacidad de destrucción. Un Grimm recogió la espada y se la devolvió en mano a Sarla.

—¡Esto solo ha sido una prueba! ¡Si no apareces ya, derribaré cada construcción de esta ciudad hasta que salgas, o de lo contrario morirás aplastada en un edificio!

La chica parecía decidida a cumplir con su amenaza, y ni siquiera Gabrielle dudaba de sus intenciones. Debía hacer algo para darle un margen de tiempo a Scarlet. Lo más seguro era que ya hubiera oído a Sarla, pero si no había salido aún era porque necesitaba algo más de tiempo, y ella tenía que dárselo sin importar qué hiciera o cómo. Se valdría de su posición.

—¿Y no prefieres luchar contra mí? Puede que no sea la chica que estás buscando, pero si te sirvo aunque sea para calentar —respondió Gabrielle en voz alta mientras se seguía ocultado en el tejado del edificio.

—Me suena tu voz. Eres la que acompañaba a Scarlet, ¿cierto? Hubiera jurado que eras un chico. En fin, ¿dónde estás? Sé buena chica, sal ahora y dime dónde se esconde tu amiga.