Scarlet

Capítulo 43: Preservación y destrucción

Los escasos minutos en los que tardaron Gabrielle y Sarla en reunirse con Scarlet se sintieron para esta última como una eternidad porque estaba inquieta y quería lanzarse a pelear contra Kerl, pero también necesitaba saber que las chicas se encontraban bien y que estarían a su lado para pelear. Con Gabrielle contaba incluso sin que tuviera que decirlo, aunque Sarla tendría que decidir si quería volver a ver o no al Grimm que traicionó sus sentimientos.

—Claro que voy. Quiero ver la cara que se le queda a ese idiota cuando vea que te estoy ayudando. Seguro que no tiene precio —A Sarla se le escapó una sonrisa completa que no procuró ocultar como en otras ocasiones porque realmente lo estaba deseando con todas sus fuerzas, y solo pensar en la reacción de Kerl ya le alegraba el día.

—Estupendo —Scarlet se veía muy complacida con las palabras y el ímpetu que derrochaba Sarla, y se dirigió a los Grimm que estaban con ella—. Podéis esconderos si queréis. Nosotras nos encargamos.

—¡Ni hablar! En el fondo ese Grimm tiene la culpa de todo lo que nos pasó, y debe pagar. No tememos que nos mate si con ello podemos evitar que siga haciendo este mal a todo nuestro mundo. Iremos —sentenció el jefe muy convencido.

—Pues no hay tiempo que perder. Hay que detenerlo antes de que sea demasiado tarde.

El soberano Attilia detuvo a Scarlet justo cuando iba a salir mientras Gabrielle, Sarla y los Grimm de Ciudad Mariposa salían del edificio y se dirigían al lugar donde había combate.

—Hay una cosa que debes saber...

Algunos minutos más tarde, conforme llegaban al lugar en cuestión y los edificios se quedaban atrás para exponer un suelo repleto de jazmines en espacio abierto y despejado, las chicas no pudieron dar crédito a lo que estaban viendo delante de ellas. Debían ser cientos de Grimm de todos los tipos, sino miles porque la vista no alcanzaba a todos los que había. Wüterich, Jättar, Schlange, Kobold, Schläger, Hölle Mammut, Löwe, Spitzmaus y unos Grimm incluso más grandes que los más grandes de los antes mencionados, los Riesige Vogelspinne. Aquellas criaturas parecidas a tarántulas peludas gigantes oscuras debían medir al menos unos treinta palmos de altura. De todos los Grimm, esos en particular parecían sacados de las mismísimas profundidades del infierno, uno infinitamente más aterrador de lo que ya lo era el mundo onírico.

Al frente estaba Kerl. Era fácil reconocerlo porque era el único que se diferenciaba del todo de los demás. A diferencia de la última vez, había ganado algo más de medio metro de altura y su piel se había vuelto de un color violeta muy oscuro, contrastando aún más las líneas rojas brillantes que resplandecían por todo su cuerpo. Muchas más almas en pena hacían su mejor esfuerzo por escapar del cuerpo del Grimm, aunque de Grimm parecía quedarle poco vista la atrocidad en la que se había convertido. Al hacer contacto visual con Scarlet alzó la mano para detener a su enorme séquito de Grimm y dejó que las chicas se acercaran. Él también quería ver las caras que ellas ponían al verlo, en particular la de Scarlet.

—¿Se puede saber qué te ha pasado? —preguntó Scarlet.

—¿Esto? Es una sorpresita por lo que me hiciste la última vez. Cuarenta y cinco almas. Me parece que he batido un nuevo récord.

—¿Cuarenta y...? ¿Cómo lo has hecho? —A Scarlet casi le da un mareo importante. Sentía que iba a perder la cabeza en cualquier momento si intentaba asimilar ese número sin más.

—Prueba y error, chica. Las almas pueden ser tangibles, pero su auténtica naturaleza es la opuesta. Solo tuve que aprender a superponerlas una por una, aunque reconozco que no me ha resultado nada fácil. Me ha llevado demasiado tiempo, debo añadir. Las almas tienen un potencial de maná que abre infinidad de posibilidades, pero son tan volátiles e inestables que lograr esto es todo un hito como pocos ha habido en siglos de historia. Cada alma es un mundo y no todas tienen la capacidad latente de soportar tales presiones. Su naturaleza individual las llama a intentar separarse. Solo era necesario que un Grimm de gran fortaleza las retuviera en su sitio —Kerl se rio con moderación.