Capítulo 4: El mal que la persigue

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—Alice, hay algo que debes saber. ¿Ves esta marca? —El padre señaló el dorso de la mano izquierda de la niña, que tenía dibujado una especie de colmillo con el filo en color granate—. Esta marca pertenece a mi familia, y se hereda de generación en generación. Es la marca de los Grimm, y yo soy uno de ellos.

—¿Qué es un Grimm? —preguntó Alice confundida.

Su padre y su madre acordaron en su momento que si tenían un hijo o hija jamás le contarían nada acerca de los ancestros del padre y los antepasados de la madre. Consideraron que no sería necesario que lo supiera porque los Grimm con suerte llegarían años después de que Alice hubiera vivido toda su vida. Sin embargo, la situación se había descontrolado mucho antes de tiempo, y la niña debía saber cuanto antes lo que era por si les sucedía algo. Era lo menos que podían hacer por ella.

—Cariño, los Grimm son criaturas que provienen de otro mundo y que vinieron al nuestro para vivir en paz y armonía con las personas. Por desgracia, gran parte de ellos son muy peligrosos, y ahora están apareciendo para acabar con nosotros —explicó la madre.

—¿Esos seres que he visto eran Grimm? ¿Por qué solo puedo verlos yo y vosotros no? —preguntó Alice confundida.

—Eso es porque desciendes de un padre Grimm y una madre humana. Tú puedes ver lo que ninguno de nosotros dos podemos, y por eso aún puedes salvarte. Si ves a alguna de esas criaturas aparecer y dirigirse a por ti, huye. Corre y no te pares hasta que estés a salvo. Lo siento, pero no tenemos otra forma para protegerte. Debes ser muy fuerte, mi amor. Tu padre y yo te queremos mucho, y siempre lo haremos.

Detrás de ellos, Alice vio aparecer dos portales. De uno salió el espectro de un Grimm, que agarró el alma de la madre y la arrastró hacia el portal sin que la niña tuviera tiempo de reaccionar. Del otro salió otro Grimm e hizo exactamente lo mismo con su padre. Después de que el alma del hombre que residía en el cuerpo de su padre desapareciera, se materializó tras ella la figura de otro Grimm. Tenía el aspecto de un hombre lobo con marcas rojas por todo el cuerpo, y sin embargo Alice sentía que estaba viendo a su padre y no tenía miedo de él. Inmediatamente, también fue arrastrado al portal y los dos portales desaparecieron. La pequeña se encontraba delante de los cuerpos sin vida de sus padres, y estaba tan impresionada e impactada que no sabía bien ni cómo sentirse al respecto.

Alice abrió la puerta y salió al exterior, donde la gente seguía gritando y corriendo despavorida de un lado para otro. Algunos se desplomaban en el suelo cuando los Grimm llegaban y reclamaban por la fuerza sus almas. Alice no sabía qué hacer. Solo tenía claro que no había lugar seguro donde esconderse, por lo que importaba más bien poco si se quedaba en plena calle o se escondía en su casa, si el resultado iba a terminar siendo el mismo. Un repentino escalofrío recorrió toda su espalda. Una gélida brisa erizó los pelos de su nuca, y un olor nauseabundo y penetrante casi le generó una arcada. Al volverse, tenía justo detrás suya uno de esos portales, y recordó las últimas palabras de su madre. «Si ves a alguna de esas criaturas aparecer y dirigirse a por ti, huye». Casi por inercia, salió corriendo lo más rápido que pudo en la dirección contraria, sintiendo por unos muy breves instantes cómo su alma casi se desprendía de su cuerpo hacia atrás. La garra del espectro del Grimm consiguió agarrar el filo del alma de Alice por la espalda, pero ella logró alejarse a tiempo y el espectro regresó por donde había venido. Al parecer el rango de movimiento del Grimm se limitaba a la zona más cercana al portal desde el que aparecía, y eso le vino bien saberlo a Alice, que atravesaba todo el pueblo lo más rápido posible eludiendo los portales que aparecían a cada lado suya.

Como si todos los sentimientos despertaran a la vez dentro de ella, Alice comenzó a entrar en pánico al ver cómo la gente se iba muriendo a su alrededor. Hubiera querido pararse a llorar en ese preciso instante, pero si lo hacía no habría servido de nada lo que le dijo su madre, ni lo que hicieron sus padres por intentar salvarla. Encontraría más adelante alguna ocasión para desahogarse, aunque ese no era ni el momento ni el lugar. Alice abandonó el pueblo dejando atrás los gritos de muchas personas hasta que fueron un simple murmullo que se dispersó en la lejanía. Había llegado hasta la parte más profunda del bosque y no sabía cómo regresar ni lo iba a hacer. Se detuvo por el cansancio y empezó a observar frenéticamente de un lado a otro esperando que algo pudiera aparecer en cualquier momento.

De pronto, una mano detrás de ella tocó su hombro, y Alice dio un respingo creyendo que se trataba de otra de esas criaturas. Resultó ser un hombre que iba por el bosque en ese momento. Debía ser un leñador, a juzgar por la camisa a cuadros y por el mono con tirantes, así como por el gran hacha que llevaba recostada sobre su hombro a un lado.

—¿Qué ocurre pequeña? ¿Te has perdido? ¿Y tus padres? —preguntó el hombre muy calmado, por lo que no debía ser consciente aún de lo que estaba pasando.

—Mis padres han... han... —Los ojos de Alice estaban fuera de sí. Sentía la necesidad abrumadora de derrumbarse en ese momento y confesarle al hombre todo lo que había pasado, pero no le salían las palabras del cuerpo en la forma en que hubiera querido ella—. El pueblo...

—¿Vienes de allí? Yo iba ahora mismo para allá. ¿Quieres que te lleve?

—¡No! No podemos volver. No es seguro.

—¿Por qué? No sé qué te habrá pasado allí, pero yo cuidaré de ti y te llevaré de vuelta a tu casa.

—Ya no... tengo casa a la que volver. Ningún lugar es seguro.

¿Cómo podría convencer a ese pobre hombre ignorante de que en realidad no había ningún lugar seguro al que ir? Podían ir en la dirección opuesta, pero el problema seguía siendo el mismo allá a donde fuera, y seguramente no la iba a creer en ningún caso.

—Tranquila, tú no te preocupes. Estás en buenas...

—¿Señor?

El hombre se quedó inmóvil, y cayó desplomado de frente ante el desconcierto de Alice, que se apartó a un lado y vio detrás de él la estela en la que se introducía el espectro del Grimm con su alma. Otro portal volvió a abrirse a su lado, y ella apenas alcanzó a coger con las dos manos a duras penas la pesada hacha. Al aparecer el espectro la blandió de un lado a otro, pero era inútil porque siempre lo terminaba atravesando al ser etéreo como un fantasma, aunque consiguió de algún modo que el Grimm regresara por el portal sin llevarse su alma.

Alice soltó el hacha y salió despavorida bosque a través sin intención de detenerse hasta que sus piernas le dejaran de responder. Había creído ilusa de ella que podía estar junto a ese hombre y esperar que permaneciera de alguna forma a su lado. No se había dado cuenta antes por el estado de pánico que los árboles y arbustos a su alrededor se habían empezado a marchitar mientras hablaba con el hombre, y se le había clavado de nuevo el olor a azufre en la nariz. El estómago se le revolvió y se detuvo a vomitar. No tenía ni idea de por cuánto tiempo seguiría corriendo, hacia dónde se dirigía o qué iba a hacer aunque intentara ocultarse o esconderse. Esas criaturas salían desde cualquier lado y aparecerían a su lado fuera a donde fuera.

Ese día se le hizo interminable a Alice. Había perdido la cuenta de los Grimm que había eludido a lo largo de la mañana y de la tarde. Se había hecho de noche, y el cuerpo ya no le respondía. Estaba exhausta y parecía que iba a desmayarse en cualquier momento. No había comido ni bebido nada y tenía frío. ¿Qué podía hacer? «Este es mi fin», pensaba mientras se acurrucaba en el suelo iluminada por la luz de la luna llena que había esa noche. Vencida por el cansancio, terminó quedándose dormida. Cuando abrió los ojos, se encontraba en un lugar desconocido para ella con un fuerte olor a azufre combinado con otro tipo de metales en tal saturación que se mareó y perdió la consciencia casi de inmediato. Justo antes de quedarse inconsciente vio a un par de Grimm que se acercaron hasta donde estaba ella...

ScarletDonde viven las historias. Descúbrelo ahora