Capítulo 19: Euforia

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Alice abrió los ojos con mucha dificultad y vio que se encontraba de nuevo encerrada en esa cárcel con barras de hueso, que por momentos parecía que se iba a convertir en su nueva casa, si tenía en cuenta que ya era la segunda vez que era enviada ahí. No alcanzaba a recordar lo que había pasado escasas horas antes cuando, sin previo aviso, las imágenes sobre su pelea contra el Kobold regresaron a su mente. Podía verse en primera persona matando al Kobold sin miramientos con los ojos inyectados en sangre; encadenaba un puñetazo tras otro mientras la indefensa criatura apenas alcanzaba a mover ligeramente la cara en sus últimos momentos de vida. Las gotas de sangre volaban desde el Grimm hacia su cara, mientras seguía golpeándolo sin límite o consideración alguna.

«Se merecía morir», pensó Alice, y cuando se dio cuenta hacia dónde la llevaba ese pensamiento retrocedió arrastrándose por el suelo aterrorizada hasta que se dio con la espalda contra una barra de hueso. Mantenía la mirada en un punto fijo en el suelo reviviendo esa pelea infernal en su mente una y otra vez, mientras se agarraba con fuerza el abdomen con los dos brazos y se quedaba tendida de lado en el suelo, acurrucada y temblando. Tenía mucho frío y miedo, hasta tal punto que hiperventilaba y había entrado en estado de shock. Algo dentro de ella parecía responder a esta reacción exagerada provocando que por inercia emitiera un chillido ensordecedor y continuo, quizás como mecanismo para no terminar colapsando del pánico.

Frente a la cárcel estaba Kerl en silencio con las manos a la espalda mirándola con una mezcla entre desconcierto, desagrado e intriga. Comprendía que la chica debía expulsar todo lo que sentía porque de otra forma no conseguiría calmarse, y la necesitaba lo más centrada posible para el combate. El miedo o la frustración no eran útiles para que diera lo mejor de sí misma. Despojarse de estos sentimientos la ayudaría a alcanzar la cima de sus capacidades, o moriría en el intento si no se sobreponía. Kerl confiaba no estar equivocado, porque veía cómo Alice rezumaba un potencial que ni la propia chica parecía comprender aún. No quería perder la oportunidad de tener a una mestiza como ella a su lado para que lo ayudara a lograr sus objetivos, pero tampoco se aferraría a ella desesperadamente, porque en algún otro momento aparecería otro u otra como Alice. En el supuesto caso en que la cosa saliera mal con la chica, le serviría de experiencia para saber lo que no debía hacer en adelante.

Alice terminó calmándose y cayó rendida del cansancio que le había supuesto mantenerse en ese estado tan extremo de estrés por tantas horas. Tras un rato descansando, al despertar la situación se volvió a repetir, y Kerl tuvo que intervenir porque la chica parecía haber entrado en un ciclo de estrés que la estaba consumiendo.

—¡¡Cállate!! —espetó el Grimm de pronto.

El gesto pilló tan de sorpresa a Alice que se quedó inmóvil con los ojos como platos mirándolo atónita. Por algún retorcido motivo, había conseguido que dejara de temblar y paralizó su miedo al instante. Lo habitual habría sido que Alice hubiera gritado de miedo, aunque ocurrió el efecto contrario y se tragó de golpe todas sus emociones negativas. Había vuelto en sí de una forma nada natural y sentía una calma preocupante en su corazón, aunque casi lo prefería a seguir dominada por un miedo que era incapaz de gestionar y que la había bloqueado por completo.

—Bien, es hora de tu segundo combate —le informó Kerl.

—No, por favor. No me hagas volver a luchar. No quiero volver a pasar por eso otra vez.

—No me has entendido. No se trataba de una sugerencia. Vas a salir a luchar, te guste o no. Todos hemos pasado por eso muchas veces, y eso nos hace más fuertes. Tú te harás más fuerte, ¿lo has entendido bien, chica?

El Schläger agarró a Alice del brazo y la llevó de nuevo al centro de la ciudad. La situación se repetía una vez más para ella, que no se sentía ni alterada ni con el miedo que hasta hace poco rato la había azotado. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué sus emociones no respondían como deberían? El miedo le recordaba que eso que hacía era antinatural para una niña de su edad, y sin embargo ahora no sentía el más mínimo, y eso era un problema porque ya no la alertaba para que tuviera cuidado. Alice temía que se volviera a repetir lo del combate de Kobold. Se miraba la mano y su pulso era tan estable que ni siquiera se lo podía creer cuando escasas horas antes temblaba todo su cuerpo solo de recordarlo. Ahora no podía recordarlo. Era como si sus recuerdos estuvieran asociados a sus emociones y hubiera una brecha de por medio que separara sus pensamientos activos de sus recuerdos sobre ese combate contra el Kobold.

¿Qué había olvidado, y por qué había tenido miedo antes? Alice no era consciente de que había vivido tal experiencia traumática que su mente había optado por aislar todo recuerdo sobre lo sucedido y suprimir todo sentimiento asociado. Un enorme y grueso muro se había impuesto entre ella y esos recuerdos sin que se diera cuenta para evitar que pudiera tener acceso a ellos, en pos de preservar su propia salud mental en la medida de lo posible, y Alice lo había olvidado sin más por culpa de Kerl.

El nuevo oponente al que se iba a enfrentar en esta ocasión Alice era un Spitzmaus, una musaraña bastante pequeña que apenas le llegaba a la altura del tobillo. De no ser porque era un Grimm y su apariencia difería de su homólogo, Alice casi hubiera pensado que era hasta mono y todo.

—Que no te engañe su apariencia, chica —intervino Kerl a la distancia haciendo oírse—. Ese pequeño Grimm que tienes delante es capaz de derrotar a cinco Kobold a la vez con facilidad.

Aunque fuera verdad, cuando Alice lo miraba le parecía tan pequeño y frágil que le resultaba complicado imaginarse cómo algo de tamaño tan reducido tenía la capacidad para vencer a cinco Grimm duendes. Solo había una forma de averiguarlo. Alice, con su espada de madera en mano, se fue acercando al Spitzmaus con cautela mientras el minúsculo Grimm se limitaba a acicalarse los finos bigotes casi transparentes que tenía en su hocico. Si era tan peligroso como decía Kerl, al menos no lo parecía. Le costaba creer que Kerl, con lo implacable que era, le hubiera puesto un contrincante tan inofensivo justo después de haberla obligado a enfrentarse contra un Grimm que puso en peligro su vida.

Alice tragaba saliva no tanto porque tuviera miedo, que la eludía en esos instantes, sino más bien por la incógnita de no saber qué era capaz de hacer el pequeño Grimm que tenía delante suya. Se lanzó a atacarlo con la espada, cuando el Spitzmaus se dio cuenta y esquivó el ataque corriendo a mucha velocidad a través de las piernas de Alice, que había perdido de vista al Grimm en un abrir y cerrar de ojos. Un par de arañazos por la espalda la alertaron para darse la vuelta tarde porque seguía sin ver al Spitzmaus por ningún lado. Otro par de arañazos por la espalda, y cuando Alice se volvió una tercera vez la atacó de frente propinándole un buen arañazo justo en la cara.

Esos arañazos escocían pero no parecían tan mortales como le había dicho Kerl. El problema fue cuando el Spitzmaus empezó a acelerar el ritmo y a atacarla desde todas las direcciones. La capacidad de salto del Grimm era tal que le permitía llegar a la altura de la cara de Alice desde el suelo, mientras que ella no era capaz de encajar ninguno de los arañazos o anticiparse a alguno de ellos. El Spitzmaus había alcanzado tal nivel de velocidad que costaba verlo a simple vista por lo rápido que iba de un lugar a otro, y Alice estaba empezando a perder la paciencia. Su enfado iba en aumento y, en un momento dado, sus ojos se inyectaron en sangre y entró en un estado de trance. Empezó a blandir la espada en todas las direcciones aunque nunca llegaba a darle de lleno al pequeño Grimm.

Cuando el Spitzmaus se le abalanzó a la altura de la nuca para propinarle ahí el arañazo definitivo que la tumbaría, Alice se dio la vuelta y consiguió cogerlo en el aire con la mano, para acto seguido estrellarlo con furia contra el suelo. Se oyeron los huesos del Grimm romperse, y Alice no dudó en clavarle la espada de madera. Al hacerlo, el Spitzmaus se convirtió en partículas negras que se elevaron por el aire. Alice no era consciente de lo que hacía; solamente sentía una euforia exagerada que era como una droga que iba directa a su cerebro y le otorgaba una felicidad desmedida. Solo quería más.

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