Capítulo 42: Negociaciones complicadas

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«No tenía que haberlas dejado ir allí solas. Ha sido un error, Scarlet», pensaba Scarlet mientras avanzaba lo más rápido posible seguida muy de cerca por un grupo de unos quince Grimm que habían aceptado acompañarla por si necesitaba ayuda. Si en su día le hubieran dicho que unos Grimm la ayudarían de esa forma seguramente no se lo habría creído. Sin embargo, ahora se encontraba recorriendo la llanura gélida de géiseres junto a ellos, esforzándose para esquivar las columnas de vapor caliente que emanaban del suelo helado. Era muy consciente de lo peligroso que era atravesar esa zona en lugar de rodearla, pero si lo hacía perdería un tiempo muy valioso y no sabía si Gabrielle y Sarla estarían bien o les había pasado algo. De por sí el tiempo de trayecto ya era excesivo para la necesidad que tenía de llegar al reino cuanto antes, como para encima tener que pararse a rodear la llanura.

—Tus amigas estarán bien. Seguro —intentó consolarla el jefe de los Grimm que la acompañaban imaginándose lo que estaba pensando.

—Más me vale. No me lo perdonaría si les pasara algo —respondió Scarlet muy preocupada.

En apenas algo más de una semana llegaron finalmente al Reino de los Jazmines. Aunque no lo recordaba con claridad, remanencias del lugar regresaban a la mente de Scarlet, que le sonaba que en la frontera del reino se ejercía una fuerte vigilancia para evitar que nadie indeseado pudiera entrar. Conforme se acercaba vio a los Beizfalke en su estado salvaje y sintió un escalofrío por la espalda que la alertó de que debía tener mucho cuidado con ellos. Por suerte ahora podía comunicarse con ellos y entenderlos. Scarlet entró en estado Grimm y sus iris se volvieron de color rojo.

Es la Garra Carmesí. ¡A por ella! No dejéis que escape esta vez —indicó uno de los Beizfalke con un graznido chirriante.

¿Por qué tenían tan buena memoria cuando eso ocurrió hacía unos doce años? Ella había crecido y no llevaba siquiera las mismas ropas de aquella vez, y aun así siempre la reconocían con rapidez solo con observar su rostro. Scarlet levantó ambas manos para intentar negociar con ellos.

—¡Vengo en son de paz! No pretendo haceros ningún daño.

Si es así, ¿qué te trae hasta aquí? —preguntó un Beizfalke rezumando desconfianza en sus palabras.

—Hace unas semanas vinieron dos chicas. Una rubia y otra de pelo castaño. Solo las estoy buscando. ¿Sabéis dónde están?

La chica rubia mató a uno de los nuestros. No nos engañarás tan fácilmente. ¡A por ella! —indicó el Beizfalke, y seis de ellos se lanzaron volando en picado a por Scarlet.

Gracias al carácter impulsivo de Sarla ahora iban a tener que pagarlo esos Beizfalke, y eso la metería en un lío porque dificultaría que accedieran a escucharla, aunque a efectos prácticos ya se habían negado a hacerlo desde el mismo instante en que les había dicho que buscaba a Gabrielle y Sarla. Solo esperaba que no las hubieran matado.

—¿Qué hacemos? Acabarán con nosotros en un suspiro, jefe —dijo uno de los Grimm que acompañaban a Scarlet.

Scarlet aún se preguntaba por qué preferían poseer almas humanas cuando eso los dejaba en desventaja ante los Grimm en estado salvaje, o al menos así lo era en el mundo onírico. En cualquier caso, agarró el prisma metálico recubierto de una capa de pintura escarlata adornada con elegantes líneas y otros motivos negros que reposaba sobre el soporte que tenía a la altura de la mitad de la espalda bajo su túnica turquesa, lo agitó una vez y comenzó a desplegarse exponiendo la enorme guadaña que contenía multitud de engranajes, motores y un circuito eléctrico en su interior. Según indicaba el libro de cazadores, los Beizfalke se volvían muy vulnerables en cuanto perdían su pico, aunque este estaba tan duro que no era fácil cortárselo con armas convencionales. Por suerte para Scarlet, su guadaña no era para nada convencional y podía hacer lo que otras armas no podían. Giró el dial de cartuchos y cargó uno de ellos presionándolo.

ScarletDonde viven las historias. Descúbrelo ahora