Capítulo diez: La bruma del pasado

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El silencio sepulcral en aquella habitación cuyo ambiente se volvía cada vez más pesado, era lo único que Kid y Killer le ofrecían al otro en medio de un intercambio de miradas.

Ambos se encontraban con los brazos cruzados, apoyados de espaldas a la pared opuesta quedando frente a frente pese a la distancia que los dividía.

Debido a que la iniciativa no había sido tomada por ninguno durante los veinte minutos transcurridos, Killer suspiró resignado a correr el riesgo.

—Dilo —le pidió a Kid—. Venga. Sé que lo has pensado todo este tiempo. Cúlpame por lo sucedido con (Tn).

Kid, que con ceño fruncido observaba a Killer cuyo casco se encontraba sobre la cama, no fue capaz de pronunciar palabra alguna a pesar de todo lo que rondaba por su cabeza. No, no podía simplemente reprocharle nada porque se sentía el responsable sin derecho a compartir culpa con nadie.

En su interior se increpaba despiadadamente por las promesas incumplidas y sobre todo, por haberse marchado del South Blue conformándose con un simple mensaje escrito por parte de (Tn).

Bajó la mirada fijándola en la punta de sus zapatos. Se lo pensó, y después vio a Killer con fijeza y determinación.

—No voy a culparte de algo que claramente recae sobre mis hombros —murmuró Kid.

Killer frunció el ceño. Pensó en que esa era la segunda vez que Kid tomaba la responsabilidad completa de lo ocurrido con una persona importante para ambos.

Muchos años atrás, momentos antes de que una pequeña ladronzuela los volviese sus víctimas, Kid y Killer vagaban por las orillas de la playa en algún sitio del South Blue. Estaban lejos de casa, aunque no era como que tuviesen una. Su villa se situaba a varias horas de distancia de su —entonces— actual ubicación geográfica.

Ambos niños soñaban despiertos con el día en que fuesen grandes. Anhelaban ser capaces de llevar a cabo algo que tan solo se quedaba en conversaciones que cualquier adulto u otra persona habría calificado como: tonterías de críos. Un sinsentido.

El chico de flequillo rubio se sentó junto al niño pelirrojo que observaba un pequeño robot que él mismo había construido.

El silencio fue intercambiado por una pregunta trivial mientras contemplaban la vastedad del océano.

—¿Tienes hambre? —cuestionó Killer.

—¿Aún tenemos comida? —preguntó Kid, tomando en cuenta que llevaban dos días ya huyendo de unos maleantes a quienes le robaron dinero.

Las zonas amoratadas debido a los golpes recibidos todavía eran muy visibles en el pequeño y delgado cuerpo de Kid; el estado actual de Killer —quien era cuatro años mayor— no distaba mucho. El antedicho aún sangraba del brazo izquierdo ya que fue receptor de una puñalada cerca del hombro, aunque para su fortuna, se trataba de una herida superficial.

—Pues, todavía nos queda... —La frase de Killer se quedó en el aire en el momento en que se giró para coger la mochila llena de frutas y carne seca—. ¡No está! —exclamó alarmado, mirando a cada lado de sus piernas y también detrás de su espalda.

—¿Qué cosa? —preguntó Kid, cuyos ojos continuaban fijos en los ajustes manuales que le hacía al brazo del robot. Giraba con mucho cuidado y excesiva paciencia la oxidada herramienta que tanto atesoraba.

—¡La comida no está! —vociferó Killer poniéndose de pie—. ¡La mochila no está!

—¡¿Qué?! —exclamó Kid que también se levantó de golpe—. ¡¿Hemos perdido la comida y el dinero?!

Aye, captain! ━━ [En curso] 《26》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora