Capítulo 24

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JAIDEN MÜLLER

Inhalo profundo observando la entrada de casa, exhalo acercándome a pasos lentos hasta la puerta. Tomo la llave de uno de mis bolsillos introduciéndola en la cerradura, pero segundos antes de abrirla por mi cuenta, esta se abre dejando ver a mi madre del otro lado. Ya no me sorprende la reacción que genera en mí en cuestión de segundos con solo tenerla a unos metros; hace que mi cuerpo entero tiemble y las manos me suden, incluso mi corazón empieza a latir con mucha fuerza.

Cuidado.

Esta vez el miedo que me genera supera todo, es como un sexto sentido que me ruega estar alerta de lo que pueda suceder en los siguientes minutos. Mis piernas no se mueven, solo me mantengo estático en el mismo lugar observándola así mismo como ella está observándome. La piel se me pone de gallina al escucharla reír con tanta fuerza, como si estuviera disfrutando de un perfecto espectáculo. O quizás soy su entretenimiento.

Da un paso a mí y mi primera reacción es cerrar los ojos con fuerza esperando el primer golpe, pero lo único que siento son sus brazos rodeándome completamente. Es que... ¿está abrazándome?

Joder, esto me da aún más miedo.

—Así que tuviste la osadía de buscar al bastardo ese —ríe apretándome, se aleja unos pocos milímetros sosteniendo mi rostro y con eso logro sentir el fuerte olor del alcohol—. Ay, cariño. ¿A caso no he sido una buena madre? ¿Por qué tenías que buscarlo?

Su agarre se hace más fuerte llegando al punto de lastimarme las mejillas y sentir como sus dedos parecen enterrarse en mi piel. En un rápido movimiento me empuja al interior de la casa azotando la puerta.

Todo estará bien, todo estará bien.

Ríe caminando en círculos pasándose las manos por la cabeza de forma compulsiva y solo opto por mantenerme alejado evitando estar cerca.

—Eres igual de malagradecido que él —resopla girándose a mí—. He dado todo de mi para que seas alguien exitoso, me esfuerzo por darte la mejor educación y obviamente tienes que pagarme de esta manera.

Bajo la mirada jugando con mis manos detrás de mi espalda para canalizar el miedo que estoy sintiendo. Clavo mis uñas en la palma de mi mano al escuchar como los jarrones hacerse añicos contra el suelo, los pedazos se esparcen por todos lados. Lanza uno, dos y tres.

Ríe pasando por encima de todos los trozos de los jarrones y con pada pisada se escucha el crujido de ellos rompiéndose. Tengo esta necesidad de que las palabras salgan, pero es como si hubiese olvidado mi voz en alguna parte y ese sonido de sus tacones sobre los cristales hacen eco en mi cabeza, luego se desvanece creando un largo zumbido sofocante.

Tranquilo, todo estará bien.

No, no es cierto.

Jadeo tapándome los odios evitando escuchar ese molesto crujido.

—Debí haberte matado antes de que nacieras —dice con tanta determinación que unos escalofríos recorren toda mi espina dorsal—. Me hubiese ahorrado tantas porquerías desde el momento en el que me enteré del embarazo, pero eras la única manera para que él se quedará conmigo. ¡Que ilusa fui! De todos modos, se fue. ¡Ni siquiera tú le importaste y ahora aparece queriendo ser un buen padre! Maldito bastardo hipócrita.

Todas las cosas a su paso terminan haciéndose añicos en el suelo, para los siguientes minutos todo se ha convertido en un desastre.

Uno, dos, tres, cuatro...

Solo se desahogará y se ira a su habitación, no es la primera vez que sucede. Debe dejar salir todo eso y luego será como si nada hubiese pasado, tendré que limpiar el desastre.

La teoría imperfecta del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora