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-Hicc- escuchaba su voz lejana- Hicc despierta- me zarandeó levemente el brazo. Lentamente abrí mis ojos para toparme con sus lindos ojos azules. Sonreí al verla.

-Hola- dije sin borrar mi sonrisa.

-Hola princeso durmiente- me acaricia mi cabeza. Entonces recuerdo su pequeña muestra de afecto, me llevo la mano a la punta de mi nariz recordado sus labios- ¿como te sientes?

-Mucho mejor- sonreí. Esta vez no mentía, me sentía mejor que hace unas horas. Un rulo naranja cayó por su rostro, lo recogí y jugué con el, enrollándolo en mi dedo índice.

-Te tengo una sorpresa- anuncia después de un rato.

-¿Pa... para mi?

-¿Hay alguien más en esta habitación?- agranda más su sonrisa. Se separa de mi y se estira un poco para alcanzar lo que me iba a dar.

-¿Que... Qué es eso?- pregunto, intentando sentarme, no me había dado cuenta que estaba acostado como si fuera mi propia cama.

-Sopa- responde ella abriendo la tapa del envase. Puedo notar que esta caliente, ya que al destaparla sale humo.

-¿Qué hora es?- pregunto algo confundido.

-Las ocho- abro mucho mis ojos. ¡Me he quedado dormido mas de cinco horas aquí en su casa!

- Me quede dormido, lo siento -me cubro la cara con mis manos sumamente avergonzado.

-¿De que hablas? No te disculpes, hace una hora me desperté yo también, bajé a cenar con mis padres y ms subí con la excusa de que me sentía mal- sus padres estaban aquí, agh estaba claro que le estaba siendo un estorbo aquí- Quería despertarte, pero descarté esa idea. Te veías muy tranquilo durmiendo y no quise molestarte- sentía mis mejillas arder, toda la cara mas bien; no sabia si era por lo último oh por vergüenza de estar estorbando.

-La sopa esta lista- anuncia ella después de un tiempo. Quito las manos de mi cara y las estiro para tomar la lata- No, yo lo hago- ella acerca la cuchara con el líquido hasta mi boca, la abro lentamente y me paso el líquido. No estaba mal, sabia deliciosa. Mérida llevó otra cucharada a mi boca, me sentía como si volviera a tener cuatro años, enfermo y mi madre cuidando de mi. Volvía a sentirme un niño al que le estaban dando amor.

-¿Mérida? ¿Cariño puedo pasar? ¿Estas bien, necesitas algo?- se escucho una voz al otro lado de la puerta de la habitación de Mérida. Ella paró de darme de comer e hizo una seña de que guardara la calma bajando sus manos. Se levantó y se dirigió a la puerta. Mis manos comenzaron a sudarme y mi corazón se aceleró por mas que quisiera no podía controlar muy bien mi respiración.

-Me duele el estomago, pero ya estoy mejor- dijo Mérida tranquilamente.

-¿Estas segura? Te traje un té para el dolor- hablo la mujer.

-Gracias, ya voy a dormir.

-Claro, descansa buenas noches.

-Buenas noches mamá.

Mérida cerró la puerta y dejó salir un suspiro para luego dirigirse a mi.

-Es mi madre, suele preocuparse demasiado cuando uno de sus hijos se siente mal oh le pasa algo- deja el té en la mesita- no pasa nada, ya paso- me abrazó mientras me susurraba. Poco tiempo después correspondí a su abrazo. Así nos quedamos hasta que pude tranquilizarme, lo cual fue un largo tiempo y estaba sorprendido por la inmensa paciencia que tiene conmigo.

-¿En que estábamos?

-Me estabas dando sopa- susurré y ella rió.

-Claro- se separe de mi y vuelve a tomar la lata con sopa, ya quedaba menos.

Al terminarme la sopa me dio el té que había traído su madre. Me lo tome hasta la mitad, era demasiado.

Volvió a colocarme la pomada, solté algunos gemidos de dolor. Al terminar ella se metió al baño, yo la esperé pacientemente.

-¿Quieres algo?- me dijo al salir.

-No, gracias- entonces recordé algo que solía hacerme mi madre por las noches- Espera, sí. Cuéntame un cuento.

-¿Un cuento? ¿Sobre qué?- me encogí de hombros.

-Uno que sea alegre. El día más feliz que puedas recordar.

Sonaba patético pero era algo que me gustaba hacer por las noches, hacia seis años que alguien me contaba alguno. Siempre era yo el que le contaba cuentos... a Chimuelo antes de dormir.

Ella pensó un poco, parecía que nunca había contado uno, así que mejor cambie de idea.

-¿Te he contado alguna vez cómo conseguí el pato de los trillizos?- preguntó antes de que cambiara de parecer. Sacudí lentamente con la cabeza y esperé.

Respiró hondo antes de comenzar.

-Para el cuarto cumpleaños de los trillizos, me encontraba caminando por las calles de Manhattan pensando que podría darles a esos traviesos, cuando veo a un pequeño pato a mitad de la calle. Estaba sucio pero a pesar de eso podía note que estaba enfermo. Además de eso me parecía adorable, me acerqué más a él y al estar a un kilómetro de el un señor lo toma y se lo lleva. Al principio me quedo parada sin hacer nada, y al poco tiempo estaba corriendo tras el señor. Llegué a negociar con él después de que su comprador lo rechazara por tan feas condiciones. Le pagué doscientos dólares por el pato. Con los cinco dólares que me quedaban fui a una tienda de regalos a comprar un moño rojo. Lo até a su cuello sin ahorcarlo y me dirigí a casa. Al llegar les di al pato, ellos saltaron y gritaron de felicidad, les mencione que se encontraba enfermo y rápidamente lo atendieron junto con mamá. Después de dos horas el pato se encontraba igual de sucio pero se veía un poco mejor.

-Se parecen a ti- comento.

-Oh no Hiccup, ellos saben hacer magia. Ese pato no podía haberse muerto ni queriendo- sonríe.

-Y que más pasa- digo para que continuará.

-Es todo, solo recuerdo que esa noche los trillizos se quedaron en la sala, junto a la chimenea con el Blank. Ya estaban locos por él.

-¿Todavía lleva puesto el moño rojo?

-Creo que si. ¿Porqué?

-Intento imaginármelo- digo pensativo, imaginando a un pato con moño rojo- ahora entiendo porque fue un día feliz.

-Haría cualquier cosa por esos tres- se encoge de hombros y se acuesta a mi lado otra vez.

Ella queda dormida al instante, pero yo me quedo viendo su rostro. Dudé en hacerlo o no, pero acerqué mis labios a su frente y la bese.

-Buenas noches, ángel.

Mericcup:My guardian angelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora