Capítulo 12

317 47 6
                                    


Sonny se da por vencido y se acerca a los argentinos luego de probar una y otra vez, en vano, la funcionalidad del prototipo. Pablo está más tranquilo, aún en brazos de Lionel. Se siente contenido, seguro, como si ese hombre fuese su único refugio en este momento. "Tenemos un plan B. Pablo, necesito que vengas conmigo," dice el jefe de equipo.

Pablo se suelta de los brazos de su jefe y asiente. "¿Qué tengo que hacer?"

"Hay un backup del código en un rígido externo. Hice una copia por si algo así llegaba a suceder. Pero tenemos que ir a la empresa ahora."

"Estamos en hora pico de tránsito ¿cómo van a llegar?" pregunta Scaloni, con un gesto de preocupación en su rostro.

Cuando Pablo se entera del medio de transporte que utilizarán, se cachetea un poco para saber si está despierto. Uno de los chicos vino en moto y Sonny se la pide prestada. Le pasa el casco extra al argentino y lo apura. "Vamos, no hay tiempo que perder."

La vespa gris y beige zigzaguea entre los vehículos atascados en una de las arterias principales de Seúl a esa hora. Todos están saliendo de la oficina para el almuerzo y aún están los repartidores de mercadería saliendo de la gran ciudad para volver a sus centros de acopio. Es un caos por todos lados. La gente se putea, tocan bocina, hasta a algunos impacientes se les va el pie del embriague y chocan al de adelante sin querer. Un quilombo infernal.

Pablo se agarra lo mejor que puede de la cintura de Sonny quien expertamente sortea todos los obstáculos que se presentan: un delivery de café caminando entre los autos, gente que quiere cruzar, ancianos con bastón, gente apurada para llegar a comer algo antes de que termine el lapso de tiempo libre. Pablo pide disculpas a todos, tratando de aliviar la situación, pero a Sonny no le importa nada excepto salvar el honor del equipo y de la empresa.

De un frenazo, la moto para en la puerta de entrada. Sonny le grita a Pablo. "¡Adelantate y andá buscando el rígido en el cajón de mi escritorio, yo tengo que hablar con alguien! ¡Apurate!"

Pablo suelta el casco, que cae al piso, y entra corriendo al edificio de Samsung. De los nervios, no puede dejar su mano quieta lo suficientemente para que la banda magnética sea leída y pueda ingresar, y tiene que intentarlo tres veces. Llega a la puerta del ascensor y patalea en su lugar, piensa en subir por las escaleras, pero sería un suicidio ir hasta el piso treinta y siete. Decide esperar. Finalmente, las puertas se abren y sale una turba de gente. Ansioso, se muerde los labios, queriendo empujar a todos y pasarles por encima. Por fin, puede ingresar al ascensor y aprieta repetidamente el botón para cerrar las puertas.

Sube hasta el piso de destino, y está deshabitado, porque todos están en la presentación ahora mismo. Pablo entra a las corridas y se frena en seco. Le pareció ver una sombra que se metía en una de las oficinas. Precisamente en la oficina de Sonny.

"¿Hola?" El argentino comienza a caminar lentamente, cauteloso. Nadie responde. Pero él está más que seguro de haber visto una figura caminar frente suyo, vestida de negro. "¿Quién anda por ahí?" Sin obtener ninguna respuesta, Pablo mira a su alrededor para buscar algo con qué defenderse. Ya no sabe qué puede pasar. Encuentra un paraguas y lo empuña como un arma mientras se acerca más y más...

Un cuerpo lo golpea al salir disparado de la oficina y se choca con Pablo. El chico reacciona rápido y lo agarra de la campera negra que lleva puesta, para que no se escape. El hombre, con un barbijo negro y una gorra negra, trata de zafarse. Lleva algo que protege contra su pecho con su mano libre. Los ojos de Pablo se abren como platos cuando se da cuenta de que es el disco rígido que le pidió Sonny.

"¡Hijo de puta, quédate quieto!" le grita en español y lo agarra con las dos manos hasta empujarlo contra una pared. El sospechoso trata de evitarlo y nuevamente se enfrenta a Pablo, quien esta vez dirige su atención hacia el objeto en cuestión antes que el tipo. Trata de manotear lo que lleva escondido pero el intruso forcejea y trata de hacerlo caer, pegándole a la rodilla de Pablo con su pie. Pablo grita del dolor, pero no se doblega, sigue forcejeando.

Los dos caen sobre una de las mesas, desparramando todo lo que encuentran a mano. Lapiceras, papeles, adornos y fotografías familiares se estrellan contra el piso mientras los nudillos de Pablo se vuelven color blanco intentando sacarle el rígido de sus manos.

"¡SEGURIDAD! ¡SEGURIDAD, AYUDA!" grita desesperadamente en coreano, a fin de que, quien sea que esté cerca, pueda auxiliarlo. Pero nadie responde.

Un brillo fugaz se mueve por el lado izquierdo de Pablo y se corre justo un par de centímetros atrás antes de que la cuchilla que sacó el intruso pueda cortarle la cara. Pablo manotea lo que tiene al alcance para tirárselo y desarmarlo: teclados, macetas de cactus, carpetas. El otro se cubre con ambas manos y sin querer, al fin suelta el rígido que cae al piso.

Pablo grita desesperado, pensando en que el disco rígido murió y con él, su última esperanza. Se agacha para juntarlo del piso y escucha un grito ahogado del otro hombre. Un par de electrodos están prendidos a su remera negra, lo cual hace que se inmovilice y caiga al suelo. Detrás de Pablo, dos guardias de seguridad apuntan al intruso con sus tasers y Sonny detrás con ellos.

"Los datos ¿están bien?" pregunta el jefe, acercándose al argentino.

"No sé, se cayó recién al piso. Voy a probarlo." Pablo se sienta en una de las máquinas que tiene cerca y conecta el USB al puerto de la computadora. Funciona. Los dos suspiran, pero Pablo se apresura a abrir las carpetas contenedoras para chequear de que esté todo. "Sí, está todo tal cual lo hicimos ayer. Tenemos que cambiarlo por esto."

"Vamos."

"¿Y él?" pregunta el joven, mirando al intruso en el piso que lentamente reacciona, con las manos atadas en la espalda y en custodia de los guardias.

"Lo retendrán y llamarán a la policía. Ahora tenemos que correr." Sonny remueve con cuidado el drive de la computadora y lo pone en un maletín que se lo pasa a Pablo. Ambos salen corriendo del edificio para buscar la moto que aún sigue en la puerta.

...

Lionel pasea de una punta a la otra del pasillo detrás del escenario. Por una pequeña abertura del telón de fondo, espía para ver quién está. Los periodistas comienzan a tomar sus ubicaciones y abrir sus computadoras para tomar nota al instante. El CEO de Samsung se le acerca por detrás.

"Tienen que llegar. Si no, esto será una mancha que se reflejará en la bolsa de valores mañana a primera hora," dice el hombre, con un gesto adusto.

"Van a llegar. No se preocupe. Confío plenamente en mis compañeros." Lionel hace una breve reverencia para aseverar el peso de sus palabras, tan necesarias en este momento.

Todos miran los relojes. Ya pasaron cinco minutos desde el horario en que deberían haber iniciado. Los medios se ponen impacientes y empiezan a preguntar qué pasa. No es común en Corea que un evento se demore, especialmente de esta magnitud. Todo se realiza a la hora estipulada, cueste lo que cueste. Y si hacen esperar demasiado a la prensa, encima tendrán que salir a pedir disculpas públicas. Una humillación por la que no desean pasar.

El coordinador del evento se acerca a ambos con su carpeta en mano y mueve su cabeza de un lado a otro. "Esto no da para más. Tenemos que empezar."

Lionel se acomoda la solapa de su traje. "Yo me encargo."

Las luces bajan un poco y los murmullos de los asistentes se disuelven. Scaloni ingresa al escenario con un aplauso de los presentes y saluda con una profunda reverencia a todos. Calmadamente se dirige hacia su micrófono. Lo toca para ver si está prendido, aprieta el botón en la base y comienza a hablar.

"Señoras y señores, les damos la bienvenida a esta presentación que, para nosotros, es un sueño hecho realidad. Mi nombre es Lionel Scaloni y estaré a cargo de la introducción de nuestra versión mejorada del sistema VAR, a utilizarse en los futuros eventos organizados por FIFA." Lionel hace una pausa y toma un sorbo de agua, estirando todo lo máximo posible. "Como podrán ver, no soy oriundo de Corea. Pertenezco a la firma Pekerman S. A. de Argentina, la cual fue parte del equipo creativo que hoy nos acompaña y el cual está conformado por los mejores profesionales con quienes tuve el gusto de trabajar. Pero antes de comenzar, vamos a retomar un poco de la historia y el por qué nos reunimos hoy acá para este evento."

Todos se miran entre sí, confundidos por lo que a continuación va a decir el argentino. Eso no forma parte del speech que tenía planeado. Lionel improvisa.

"Provengo de un país en donde la ley de la cancha se toma con el mismo rigor que un juez dicta una sentencia en un juicio. Desde los denominados 'potreros' de mi país, los chicos aprenden que un penal mal cobrado o una falta que no fue, puede cambiar el curso de un juego que para ellos forma parte del mismo aire que respiran. Desde que un niño o niña nace en Argentina hasta que toca una pelota por primera vez, ha tenido, en promedio, fácilmente unos diez contactos relacionados con el fútbol que han pasado por su corta vida. Sorprendente, ¿verdad? Toda vida nacida en la República Argentina tuvo un padre, un abuelo, hermano, tío o conocido que se interesó por el fútbol, o fue técnico, hincha o simplemente decide compartir las alegrías y tristezas con sus hijos o nietos desde su más tierna infancia."

Scaloni toma otro sorbo de agua. Los periodistas tipean a toda velocidad y el único sonido que se escucha es el de los teclados moviéndose con los dedos encima sin parar.

"Es por eso que en mi país siempre recordamos los grandes partidos no sólo por los goles, si no también por las decisiones polémicas de los árbitros. Tal es así, que hemos desarrollado..."

El hombre continúa hablando y cada tanto, mira hacia el costado para comprobar si Sonny y Pablo ya regresaron o no. Yu-min sacude la cabeza y le hace gestos para que siga estirando hasta que puedan hacer algo al respecto. Una gota de sudor se asoma sobre la sien del argentino. Si hay algo que detesta, es tener que apagar incendios. Pero ahora ya está en el baile, así que le conviene bailar.

Scaloni sigue charlando de sus experiencias con los planteles de la AFA y la aplicación de esas situaciones en el modelo que van a presentar hoy. Trata de evitar mencionar detalles del armado del sistema lo máximo posible para dejar la información pertinente una vez que ya lo tengan funcionando.

Su cabeza trata de no ir a Pablo en este momento porque la distracción hará que pierda la total concentración que necesita para poder engañar a todos los presentes. Sabe que, si empieza a preocuparse, no hará otra cosa que tener al joven en su mente con sus lágrimas, aferrado a su pecho gritando desconsoladamente que todo está perdido y que todo su esfuerzo fue en vano. Ése fue, sin dudas, el momento más duro que tuvo que soportar desde que llegaron: ver llorar a Pablo.

Algunos periodistas se miran entre sí un poco fastidiados ya con la perorata del sudamericano y se cruzan de brazos, no encontrando nada realmente relevante que tipear.

De repente, la oscuridad total.

Todas las luces del complejo se apagan juntas y las luces de emergencia se prenden a los costados de los caminos, alumbrando las salidas de emergencia. Todo el mundo se pone de pie, mirando al techo por si hay algún tipo de incendio o similar. Lionel toma el micrófono nuevamente. "Por favor, que no cunda el pánico. Ha sido seguramente una sobrecarga del sistema eléctrico. Les pedimos paciencia y que tomen nuevamente asiento."

En medio de la oscuridad, Scaloni busca el rostro de Pablo o de Sonny entre la multitud.

El éxito de la presentación pende de un hilo.

Cuerpo Extraño (Scaloni x Aimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora