Capítulo 18

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"Pablito, tanto tiempo ¿cómo andás?" La voz de Pekerman suena un tanto cansada.

Aimar se muerde el labio inferior. Mira la hora. Siete de la tarde en Corea, siete de la mañana en Argentina. No importa, esto es de urgencia y no puede esperar un minuto más. "Hola José, mil disculpas por la hora, pero vio, la diferencia horaria nos mata a todos."

"No pasa nada, pibe. Decime qué andabas necesitando," dice el mayor.

"Mire José, yo..." Pablo se pasa la mano sobre los rulos y mira hacia la puerta. Tiene que hacer todo esto antes de que llegue Lionel y pueda pararlo. "Yo le estoy eternamente agradecido por la oportunidad que me dio en este viaje a Corea." El joven decide cambiar de ámbito y encerrarse en su habitación, en caso de que su compañero de departamento llegue a aparecer antes de lo esperado. "Aprendí muchísimo y no me voy a olvidar nunca de lo que pasó acá, pero... necesito volver a mi país."

Pekerman pausa del otro lado antes de responderle. "¿Pasó algo?"

"No, no," responde Pablo apresurado. "Es que extraño demasiado y sinceramente no me siento calificado para el puesto que me dan."

"Pablito, me comentaron que vos fuiste el que salvó la presentación del prototipo ¿de qué me estás hablando, querido?" pregunta el jefe, estupefacto.

"Sí, pero eso no significa que yo me sienta realmente útil, José. Me pasan en conocimientos, no pego una, la verdad necesito volver," alega Aimar, sentándose en la cama.

"¿Hablaste con Lionel de esto?"

La pregunta que quiso evitar finalmente retumba en sus oídos. Claro, es lo lógico porque es su superior y su compañero en la misión. "No, no quiero preocuparlo ni causarle malestar. Está muy ocupado con lo de su boda y me parece una boludés joderlo con esto."

"Tengo que consultarlo con él, lo sabés perfectamente," responde Pekerman.

"Se lo ruego encarecidamente, José, no le diga nada. No quiero causar más problemas de los que causé. Quiero volverme y dejarle el camino libre a Lionel para que siga progresando. Si le parece, le sugiero que lo mande a Román para que me reemplace, estoy seguro va a hacer un mejor trabajo que el mío." Riquelme es el siguiente en la línea jerárquica y a su jefe le cae muy bien.

"Pablo, te mandé a vos porque pensé que eras el ideal. Si hubiese querido a Román, se lo hubiese propuesto." Pekerman resopla en el teléfono y se lo nota molesto. "¿No podés aguantar un mes más?"

"No, señor. Se lo digo en serio. Ayer tuve que ir al hospital a hacerme un chequeo porque casi me desmayo del nivel de stress que tengo. Normalmente me callaría la boca y seguiría adelante pero no estoy en mi país y todo me resulta demasiado difícil para soportar. Le ruego me disculpe, nunca fue mi intención incomodarlo ni... Dios, esto es patético pero no quise realmente fallarle, José."

"No pibe, no me fallaste. Te entiendo." Pekerman suena decepcionado, pero no queda otra que aceptar la realidad. No puede tener a un empleado sufriendo físicamente el desarraigo y la frustración de esta manera. "¿Tenés pensado la fecha para venirte?"

"Esta misma noche salgo para allá," responde Pablo con seguridad.

"¿Tan rápido? ¿Tenés pasajes?" pregunta el mayor.

"Corto con usted y los saco. Tengo que pedirle un favor," dice Pablo, poniéndose de pie y caminando hasta su placard para sacar su valija. "No le diga nada a Lionel hasta que me vaya. Sinceramente me siento tan mal por todo esto que no quiero que él se sienta responsable de nada concerniente a mi incapacidad. No podría soportarlo."

No puede verlo, pero está más que seguro que Pekerman está frunciendo el ceño ahora, confundido o al menos intrigado por tanto secreto. "Pablo ¿en serio está todo bien? ¿No me querés contar nada más?"

"No." Pablo es tajante mientras saca sus camisas y pantalones de las perchas y las acomoda en la cama para meterlas en la valija. "Me siento muy mal por haberles fallado a todos, no quiero que Lionel deje su puesto de trabajo por mi culpa. El que fracasa tiene que caer, y en este caso soy yo. Lionel es un fenómeno, tiene todo por delante."

"Como quieras," responde Pekerman con cierto tono de duda. "Bueno, te dejo que hagas tus cosas. Mandame un mensaje cuando estés a punto de abordar. Te voy a buscar en el auto, hijo."

A Pablo se le hace un nudo en la garganta. "No sé cómo agradecerle, José. Prometo ponerme las pilas allá y hago lo que me diga, sin chistar. Pero necesito volver."

"Entiendo. Cuidate, Pablito. Estamos en contacto."

"Gracias, yo le aviso. Gracias, de nuevo."

Pablo corta el teléfono y comienza a doblar su ropa lo mejor posible para que entre todo en la valija. Por suerte no compró demasiadas boludeces en Corea para llevarse porque imaginó que necesitaría un equipaje extra si se dejaba llevar por cada pavada tecnológica que viese y le gustara. Envuelve sus zapatos en bolsas de nylon para que no ensucien el resto del contenido, mete en otra bolsa su cepillo de dientes, afeitadora, desodorante y ropa interior aparte.

Comienza a caminar por toda la casa para revisar.

Pasa primero por la cocina y agarra la taza que se compró. Recorre todos los espacios para comprobar que no se esté olvidando algo e inmediatamente comienza a revivir los momentos con Lionel en sus recuerdos.

Ante él se presentan imágenes de la primera vez que caminaron por la casa apenas llegaron, Pablo fascinado con el lujo de la bañadera y agradeciendo el bidet, la primera noche cuando no sabían qué comer y cuando descubrieron cómo usar la arrocera. Aún puede verse a si mismo leyendo las instrucciones que encontró por internet y a Lionel apretando botones y esperando a que nada explote. Luego, claro, pasa por el living.

Es imposible mirar el sillón blanco y evitar que las imágenes de sus cuerpos desnudos tocándose aparezcan ante sus ojos. Puede ver la espalda de Lionel moviéndose sobre su cuerpo, besando su cuello y mordiéndolo sin pudor. Se ve a sí mismo, atrapado por el peso del mayor, sus manos agarrando cada pedazo de piel que tenía cerca con desesperación. Aún puede escuchar sus gritos, los jadeos de Lionel, puede sentir la sensación húmeda y caliente entre sus cuerpos y la manera en que lo miraba, como si estuviese descubriendo el paraíso hecho carne.

Una gota salada y cristalina cae sobre el mosaico brillante.

Pablo se refriega los ojos para que las lágrimas no sigan fluyendo y vuelve a su habitación para terminar de armar la valija. Se cambia, prepara su pasaporte y se pide un taxi con la aplicación que le hicieron bajar apenas llegó.

Gira para mirar por última vez el lugar que lo hizo darse cuenta de muchas cosas, y cierra la puerta, dejando su llave y su tarjeta de la empresa sobre la mesa ratona frente al sillón.

Mira por última vez las luces de Seúl a medida que el taxi avanza por las calles. Traga saliva y ahoga lágrimas cuando pasa por el lugar junto al río en donde lloró a mares, y luego en el sitio donde Seung Won estacionó el auto para que se despidieran. La gente sale a hacer ejercicio y las parejas pasean como siempre. Pablo intenta respirar lo mejor que puede, haciendo lo imposible para tranquilizarse y llegar lo más entero hasta el aeropuerto de Incheon. A medida que va dejando la zona metropolitana de Seúl y se aproxima a destino, va controlando mejor sus ganas de llorar.

Despacha la valija y mira el reloj. Faltan dos horas para partir. Lo único que ruega es que el reloj avance más rápido y que Lionel llegue más tarde para encontrarse con el panorama general cuando entre al departamento. Dijo que tenía una reunión con alguien y con su futuro suegro, por lo tanto, eso le va a llevar tiempo. Pablo cierra los ojos y se cruza de piernas, sentado en uno de los bancos de la zona de espera en el aeropuerto. Por primera vez desea con todas sus fuerzas que el presidente de Samsung lo retenga lo máximo posible.

Pablo sufre cada minuto que pasa. Mira hacia la puerta que comunica con el ingreso esperando a que Lionel se aparezca en cualquier momento. Siente el terror correr por sus venas y empieza a ensayar posibles escenarios para escapar o frenarlo si lo obliga a que se quede. Ya no puede hacer nada. El pasaje está comprado, los trámites en migraciones están hechos y no hay forma de volver todo atrás. Finalmente anuncian su vuelo y Aimar se pone de pie de inmediato, con su bolso de mano. Se acerca caminando hasta la cola para abordar y se detiene. Gira para mirar el ingreso, custodiado por la guardia aeroportuaria por última vez y sus lágrimas caen sin cesar, ya no hay manera de retenerlas.

"Te amo..." balbucea, su quijada temblando, ojos rojizos y brillantes.

...para toda la vida.

Con una mano, intenta recomponerse, limpiándose el rostro. Finalmente sigue su camino hasta la puerta 3F para dejar tierra coreana para siempre.

...

El código de la puerta del departamento suena y Lionel entra a los gritos. "¡PABLO, VENÍ! ¡PABLO!"

El mayor corre hasta la habitación de su compañero y golpea dos veces. Nadie responde. Finalmente abre la puerta y se encuentra con un panorama que no se imaginó. La cama perfectamente tendida, el placard vacío, el perchero donde siempre cuelga su saco, vacío. Los ojos de Lionel recorren todo el lugar y gira para ir a la cocina. Su taza no está colgada junto a la suya.

"¿Pablo? ¡Pablo!" grita, la desesperación en su voz. "¡PABLO!"

No puede ser.

No.

Lionel comienza a respirar erráticamente mientras abre una a una todas las puertas de la casa sin encontrar rastro de su compañero. "No, no, no," murmura con cada paso que da. Se percata de que hay algo en la mesa ratona del living y se acerca lentamente. Se deja caer en el sillón y sus manos temblorosas toman cuidadosamente la credencial de Pablo con su foto de perfil sonriente para ingresar a Samsung. Junto al pedazo de plástico, la llave del departamento.

Scaloni se reclina en el asiento. Dos finas líneas de lágrimas caen a los costados de su rostro, mientras sus pardos ojos se cierran.

Esto no puede estar pasando.

De repente se pone de pie y se calza sus zapatos lo más rápido posible. Corre hasta el ascensor, baja hasta la cochera y aprieta el acelerador del auto a fondo, los neumáticos rechinando sobre el asfalto. Con una mano se seca la cara mientras sostiene el volante firme con la otra. Hace zigzag por la autopista, esquivando los demás autos y pasándose incluso un par de semáforos en rojo. Si puede llegar al aeropuerto antes de que salga el vuelo, tal vez logre detenerlo.

Le cuesta un huevo poder concentrarse en el GPS que le indica la ruta más rápida hasta Incheon. Sus nervios le juegan en contra, pero hace lo imposible para concentrarse y no pegarse un palo contra cualquier cosa. Porque si llega a perder a Pablo en este momento por estar en el hospital, no se lo va a perdonar nunca.

Cruza el puente que une el continente con la isla del aeropuerto y se estaciona en el primer lugar que encuentra. Sus piernas no dan más de correr a toda velocidad, a pesar de estar en buen estado. Su corazón acelerado está a punto de salir expulsado por su boca y no para, corre hasta llegar a un cartel con las próximas salidas. Impaciente, espera hasta que los destinos vayan cambiando hasta que encuentra 'Argentina – GATE 3F'.

El vuelo sale en tres minutos.

Lionel corre por el amplio hall hasta la puerta que divide la zona de embarque con el resto del aeropuerto y obviamente no lo dejan pasar sin su pasaje. Lionel explica la situación lo mejor que puede, pero los guardias lo expulsan una y otra vez. Intenta ingresar a la fuerza y uno de los guardias lo retiene con sus manos detrás, empujándolo fuera. Lionel mira la gran ventana de vidrio junto a él. Un avión de Asiana Airlines pasa carreteando y luego acelerando hasta levantar vuelo. Su boca se frunce, evitando que un grito de furia y angustia escape de sus labios. Sus pupilas se dilatan con la mirada fija en las últimas luces de la cola del avión mientras desaparece en la oscuridad de la noche.

Pablo se fue.

Cuerpo Extraño (Scaloni x Aimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora