Prologo

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Apoyada en la baranda, una mujer alta, delgada, y con un porte muy elegante ademas de muy atractiva contemplaba el mar. La sencilla cabaña en donde se encontraba, estaba oculta en los terrenos de un hotel en la Riviera Maya, lejos del bullicio de la gente.

La mujer dejó escapar un gran suspiro de placer. La cálida noche y ligera brisa hacen que surja una pequeña sonrisa en sus labios. La suave brisa le hace pensar que es como el aliento de una mujer sobre su piel. En el ambiente flotaba un murmullo de voces sobre las aguas rumorosas, pero ella se encontraba sola. Como siempre lo estaba.

Era lo que había elegido hacía muchos años. Se toman decisiones y se vive de acuerdo a ellas.

Pero a veces, en una noche perfecta como aquélla, envuelta en una brisa perfumada, se descubría soñando. ¿Y si hubiera sido diferente? ¿Cómo sería si ella estuviera a su lado?

- La mujer posible - dijo Alexandra Woods en voz alta, burlándose de ella.

Al otro lado de la costa, la entrada al casino Iberostar Grand Paraiso estaba encendida, como si estuviera en Las Vegas o en alguna alfombra roja. La gente empezaba a llegar en limusinas alquiladas.

«Empieza la fiesta», pensó Alexandra.

Tras despedir el ensueño, se estiró en la oscuridad. Llevaba una bata de seda, que dejaban a la vista sus torneadas piernas bronceadas.

Alexandra sonrió ligeramente, ya dentro de poco se tendría que preparar para ir a trabajar.

**

Más tarde, tras ducharse y arreglarse, con un vestido de tirantes color beige y espalda descubierta, caminaría sobre un pequeño sendero escondido para llegar a la entrada del casino.

Entonces circularía entre turistas y jugadores profesionales, fría y misteriosa, y se acercaría a las ruletas, a las mesas de bíackjack y a las de póquer. Y jugaría.

Algunas veces ganaba y la gente la envidiaba. A veces perdía y los demás se maravillaban de su elegante indiferencia. Pero, fuera como fuera, todos ellos guardaban las distancias. Tanto hombres como mujeres que fantaseaban con ella pensando en enamorarse de la enigmática jugadora.

Sólo por un momento, al amparo de la quieta y cálida noche, podía comportarse como ella. Estar sola tenía sus compensaciones, se recordó a sí misma con ironía. Ninguna mujer aceptaría ese aspecto de su personalidad. Incluso aunque ella deseara que lo hiciera.

Desde luego que no. La sonrisa murió en sus labios. Alexandra contempló las aguas del océano con serenidad.

«Acepta la verdad, Laxa», pensó.

Era mujer de una sola mujer. Y esa mujer pertenecía a otra persona.

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