9. Insólito amanecer

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[Narrador omnisciente]

Los ojos de América se abrieron puntuales a las 8:30 a.m. cuando la alarma en su cuarto comenzó a sonar. Maldijo internamente a todo el mundo mientras se cubría de nuevo con las cobijas y daba vueltas en la cama, negándose al hecho de que debía comenzar un nuevo día.

Le tomó algunos minutos aceptar su realidad para poner un pie en el suelo y luego levantarse con pesar para abrir las cortinas de la habitación y dejar que la luz del sol lo despertara, mientras que ahora dirigía su odio a aquella estrella brillante en el cielo azul. En ese momento, podía ver a varias personas trotando o paseando con sus mascotas e hijos por las calles a través de su ventana, y aún así no lograba entender como era que alguien pudiera madrugar tanto sólo por gusto. 

Por un largo tiempo, la rutina diaria de América había constando de dormirse hasta que los ojos se le cerraran de sueño y luego despertar pasado el medio día; era perfecto, y entonces lo disfrutaba. Tal vez debió apreciarlo más, sobre todo ahora que se había comprometido a cumplir con un nuevo horario, el cual le exigía acostarse antes de las diez y despertarse ocho treinta. 

Después de haberlo meditado, la noche anterior finalmente había decidido que esa sería la primera mañana de los cambios que quería hacer en su vida; unos que esperaba, le ayudaran a hacerse mejor a la idea de que tendría un bebé y que era momento de ser un poco más responsable, no sólo en cuando a sus horas de sueño, sino que también organizando partes de su vida que había dejado de lado desde hacía mucho tiempo atrás.

Suspiró profundo antes de comenzar con la que sería su primera tarea, hacer la cama. Era fácil, pero también algo que siempre dejaba pasar.

Recogió los zapatos y las pocas cosas que dejó regadas en el piso del cuarto, eligió su ropa del día, y finalmente entró a la ducha aún cuando sus ojos no parecían terminar de abrirse, y a pesar de su costumbre por alargar sus baños en la tina por incluso horas, para ese momento procuró salir de la regadera en menos de veinte minutos y con el cabello recogido. 

Se arregló lo mejor que pudo, tomó un par de vitaminas de ácido fólico, y bajó descalzo por las escaleras usando una camisa y larga falda color beige bastante holgada y ligera que le había robado a su hermana la tarde anterior, y que ahora que su vientre comenzaba a crecer se le hacía lo más cómodo del mundo.

Se asomó a la sala en donde se encontró a México aún dormido y envuelto entre cobijas tal y como lo esperó, sonriendo tiernamente sin darse cuenta.

Después de eso, fue hasta la cocina en donde se propuso a cumplir su siguiente reto, preparar el desayuno evitando lo más posible la comida enlatada y para microondas, algo que resultaba demasiado tentador considerando que tardó más de cinco minutos al tratar de averiguar como funcionaban las parrillas de inducción que tenía en su propia cocina.. 

Usó su celular para ver un par de videos de cocina para principiantes que al inicio le dieron la inspiración y seguridad que necesitaba, aunque claro que esto no fue remedio para su falta de talento culinario... El pan que debía estar tostado parecía reducido a cenizas, los huevos revueltos tenían un exceso de sal, y había confundido las naranjas por limones tratando de hacer jugo casero.

Aún con todo esto, él no podría haber estado más feliz, considerando ese desayuno como todo un logro que sirvió en un plato sobre barra de la cocina. 

Esta misma comida fue lo que interrumpió bruscamente el sueño de México, quien no tardó en levantarse e ir directo a allí guiado por el olor, temiendo que la casa se estuviera quemando. Y de hecho, eso le hubiera perecido menos extraño que encontrarse con el estadounidense ya vestido mientras lavaba algunos platos y hacía su mejor intento por dejar la cocina en orden nuevamente. 

- Nueve meses para amarte - Mexusa Countryhumans -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora