Capítulo 3- Olvido

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El psiquiatra de WangJi citó a sus padres para hablar con ellos. No podía darles demasiadas noticias, salvo la de que su paciente estaba algo más tranquilo luego de haberse habituado al movimiento de la clínica, aunque se alejaba de la gente y trataba de ocultar que hablaba solo. El médico ya sabía que la alucinación de WangJi se llamaba Alter debido a sus crisis nerviosas, en las que el chico salía corriendo por los pasillos buscándolo y gritando su nombre.

—¿Y qué es Alter? —La madre de WangJi no alcanzaba a entender si esa cosa que no se apartaba de la mente de su hijo era la representación de un ser humano, un animal o un monstruo creado por su enfermedad. 

—No lo sé. —El psiquiatra apretó los labios e hizo un frustrado gesto de negación—. WangJi aún no me ha dicho nada acerca de sus alucinaciones, y yo no quiero forzarlo con preguntas. 

—¿Podrá recuperarse algún día?

Aún era muy pronto para pensar en una posible recuperación, y el psiquiatra le aconsejó a los mayores que tuvieran paciencia; WangJi sufría un bloqueo emocional que le había provocado amnesia, y solo el tiempo y la terapia iban a lograr que su mente atravesara ese muro de olvido y se enfrentara a la realidad. El hombre miró con pena a esa pareja de mayores que, sentados muy juntos y con las manos entrelazadas, estaban pendientes de la esperanza que podía darle cada una de sus palabras. No estaba seguro de nada, pero igual les dijo:

—Con el tratamiento y la terapia espero que WangJi vuelva a ser el de antes…

—¿Usted cree que será así?

—Necesita tiempo, pero les prometo que haré mi mejor esfuerzo.

                          ***

La sala de visitas de la clínica psiquiátrica era un área espaciosa e iluminada, hasta alegre si podía haber algo de alegría en un lugar como ese. Tenía varias mesas pequeñas y pintadas de colores vivos, separadas entre sí para permitir la privacidad de las reuniones entre los enfermos y sus familias. En una de ellas los padres de WangJi esperaban a su hijo, que se había retrasado: ellos no lo sabían, pero él aún estaba en su habitación, indeciso; había vuelto a olvidarlos:

—¿Qué debo hacer, Alter…?

La alucinación le respondió con impaciencia:

—¡Ya te dije que vienen a verte todas las semanas! ¡Vamos, levántate de esa cama y corre a la sala de visita! ¡Apúrate antes de que se vayan!

Si Alter hubiera tenido la capacidad de arrastrar a WangJi por los pasillos rumbo a donde estaban sus padres, lo habría hecho, pero solo pudo convencerlo a fuerza de gritos y órdenes. Escudado detrás de él como si pudiera ocultarse tras un muro, WangJi observó a sus padres en la puerta de la sala, por encima del hombro de la alucinación.

—¡Hijo...! —La señora lo vio primero y se levantó con rapidez para abrazarlo. WangJi se congeló.

—¡Abrázala! ¡Vamos! —La orden de Alter no se hizo esperar, y WangJi obedeció—. ¡Dile algo!

—Hola, mamá...

La mujer se emocionó al sentir un poco del viejo calor de los saludos de su hijo, un chico afectuoso que ahora no reconocía.

—Papá... —El mayor también se había levantado y se acercó a su hijo, que se dejó abrazar en silencio. Su tensión era evidente, y el hombre lo soltó, apenado.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó, y notó que su hijo miró hacia el costado antes de responderle:

—Bien. Muy bien. Estoy tranquilo.

—¿Y la comida es buena? —Su madre había notado que estaba perdiendo peso.

—Sí, es buena...

Después de una charla tensa, entrecortada por largos silencios, miradas hacia los costados y respuestas indecisas, el tiempo de visitas se terminó. Antes de irse, WangJi recibió una gran bolsa de manos de su madre:

—Aquí tienes las cosas que te gusta comer, y algunos artículos de higiene que nos dijeron que necesitabas. La semana que viene te traeremos ropa de abrigo, antes de que empiece a hacer más frío.

—¿La semana que viene? —preguntó WangJi, sin esperar a que Alter le dictara lo que tenía que decir—. ¿Van a volver en una semana?

—Hijo, nosotros venimos todas las semanas... —La frase del padre fue interrumpida por su esposa, que lo tomó de un brazo y le hizo que no con la cabeza. El hombre intentó disimular—. ...pero tú no debes preocuparte por eso.

Cuando los mayores se fueron después de recibir otros abrazos forzados y ordenados por Alter, WangJi se quedó parado en el medio de la sala, con su bolsa en la mano. Recordó vagamente que nunca le faltaban sus productos de higiene personal ni los snacks o dulces que comía de noche, cuando ya estaba en la cama.

—¿Ellos siempre traen estas cosas? —le preguntó a Alter.

—Ya te dije que sí. Pero tú olvidas sus visitas —le recordó la alucinación.

WangJi abrió la bolsa y revolvió los paquetes. Escondido, casi en el fondo, había un pequeño sobre de papel.

—¿Qué es esto? —Wangji intentó sacar el sobre.

—¡Escóndelo! ¡Rápido, que no lo vean! —gritó Alter, alarmado. WangJi se asustó y soltó el sobre dentro de la bolsa—. ¡No, en tu bolsillo, porque los enfermeros van a revisar la bolsa! —volvió a ordenar Alter, y WangJi pasó el sobre a su bolsillo con un movimiento rápido, para luego salir de la sala de visitas. Uno de los enfermeros le pidió la bolsa y la revisó; se la devolvió intacta. 

En su habitación, WangJi se puso a comer un trozo de chocolate y, aprovechando que tenía un rato libre, tomó el sobre y lo observó con curiosidad. ¿Qué sería eso? Se limpió los dedos sucios de chocolate y se dispuso a abrirlo.

—No ahora —le ordenó Alter—. Pueden entrar los enfermeros, y si te descubren con eso vas a tener un problema...

WangJi obedeció y tiró el sobre a los pies de su cama.

—¡No lo tires ahí porque lo van a encontrar! Mejor guárdalo en el fondo del cajón de tu ropa. Ahí nadie revisa.

—Está bien... —WangJi abrió el cajón y levantó la esquina de unas camisetas que estaban prolijamente dobladas. Abajo del montón había cerca de una docena de sobres iguales, todos sin abrir. Puso allí el que tenía en la mano y se preguntó, extrañado: «¿Por qué nunca abrí estos sobres? Más tarde, cuando todos se hayan dormido, lo haré».

Un rato después los había vuelto a olvidar.

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