Capítulo 10-Abrazos

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Li Feng estaba feliz porque había recuperado a su amigo, aunque tuvo que volver a enseñarle a jugar damas chinas y esperar a que sus habilidades reaparecieran:

—¿Sabes, Li Feng? —Los dos estaban en medio de una de sus eternas partidas, cuando WangJi se puso a reflexionar—. En el diario dice que en una charla que tuve con mis padres, ellos me dijeron que estudiaba Derecho. ¿Sabes algo sobre leyes?

—Nada de nada, amigo. Lo mío es la informática —Li Feng se dedicaba al desarrollo web: hacía aplicaciones o páginas de Internet para empresas—. Es un rubro en el que hay bastante trabajo, y había logrado independizarme de mis padres e irme a vivir solo… —de pronto se quedó en silencio; le hablaba a su amigo de muchos temas, pero llegaba un punto en el que ya no podía seguir. 

WangJi nunca se había enterado de la causa de su depresión, y vio la tristeza en su rostro. Trató de distraerlo, pero en ese punto Li Feng decidió que era hora de confesar la verdad:

—Conocí a una chica en la universidad —musitó con la mirada perdida—, y mi vida cambió de golpe: sentí que podía enamorarme de ella a pesar de que nunca habíamos hablado. Y cuando me atreví a acercarme, no me rechazó. Salimos por dos años y ahí mi amor se hizo más fuerte, y cuando por fin me recibí mis padres me regalaron un apartamento; le pedí que se fuera a vivir conmigo, y ella aceptó…

—Li Feng… —WangJi vio caer las lágrimas por el rostro de su amigo y se preocupó. Pero el menor tenía que seguir descargando su corazón:

—Durante un tiempo las cosas anduvieron bien. Yo la amé; la amé tanto que terminé ahogándola, y sus sentimientos por mí se enfriaron. Había armado mi vida alrededor de ella, y cuando por fin se hartó y me abandonó yo no vi una salida. Por eso quise acabar con todo…

Li Feng se sacudía por los sollozos, y WangJi se apresuró a pasarle un brazo por los hombros, para consolarlo. En ese momento un recuerdo llegó a su cabeza: un brazo fuerte que también tomaba sus hombros y le daba unas afectuosas sacudidas. También recordó una risa y un par de ojos oscuros llenos de estrellas. Quedó tan confundido por esa visión que no se dio cuenta de que Alter estaba parado a su lado:

—¿En qué piensas, WangJi? —le preguntó la alucinación.

—En nada... —respondió el chico en voz alta. Li Feng le preguntó, extrañado:

—¿En nada qué?

—No… —WangJi miró de reojo a Alter, que se burló de él—.  Lo siento. Estaba pensando en voz alta.

                            ***

—¡¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?! —WangJi había tenido que esperar para volver a su habitación y estar a solas con Alter, que se había quedado a su lado mientras él hablaba con Li Feng, y lo interrumpía a cada rato, riéndose a carcajadas de sus intentos por ignorarlo.

—Yo siempre estoy aquí, WangJi. Estoy dentro de tu cabeza, ¿recuerdas? —le informó sin perder la sonrisa—. Salgo cuando siento que me necesitas.

—¡Pero yo no te necesito! —protestó el chico—. ¡Vete de una vez y déjame en paz, Alter, por favor!

—Está bien, como quieras —respondió la alucinación—. Pero recuerda que estoy cerca. No dudes en llamarme.

Alter volvió a esfumarse en el aire. Era la primera vez que se iba cuando se lo pedía, y WangJi se sintió aliviado por tener un poco de poder sobre él. Tomó su diario para anotar todo lo que había ocurrido antes de que se le olvidara:

«Recordé un brazo sobre mis hombros, y una risa. No pude ver quién era la persona pero vi sus ojos, y estoy seguro de que los había visto antes, pero no sé dónde. Alter apareció, pero se fue cuando se lo pedí. Es la primera vez que obedece una de mis órdenes».

Cuando terminó escribir, el chico se quedó observando una anotación que había hecho el día anterior:

«Debo pedirle a mis padres que traigan mis libros y apuntes de Derecho».

                          ***

—Está bien que quieras repasar los libros y anotaciones sobre tu carrera, pero recuerda que no puedes excederte, WangJi —le explicó el psiquiatra, al que le preocupaba el súbito interés de su paciente por retomar sus estudios. Si WangJi no recordaba nada de su carrera, o no lograba retener lo que intentara estudiar, que en el estado en que se encontraba era lo más probable, podía caer en crisis de ansiedad o depresión.

Pero WangJi había cambiado un poco: no se olvidaba con tanta facilidad de las cosas, e iba para todos lados con su diario debajo del brazo. 

—Lo haré como usted me indicó, doctor —aceptó, lleno de confianza—. No estudiaré más de una hora por día. Me gustaría mucho continuar con mi carrera; por lo que me dijeron mis padres me faltaba solo un año para recibirme, Así que tengo mucho que hacer para ponerme el día.

—Te permitiré estudiar por una semana, y después veremos cómo vas.

Pero WangJi tenía otra opinión:

—Mejor que sean dos. Con una semana no voy a hacer nada. —Algo diferente parecía haber emergido en él: tenía más carácter, y no aceptó la recomendación del médico.

—Está bien. Dos semanas. Pero no más.

El chico sonrió, satisfecho, y luego le contó lo que había ocurrido con Alter. El psiquiatra lo tranquilizó:

—Es normal que Alter aparezca cuando sientes temor o inseguridad.

—Pero yo solo recordé a una persona que me abrazaba. ¿Qué inseguridad puede haber en eso?

—Probablemente no fuera la persona sino el recuerdo en sí lo que perturbó a tu subconsciente. —El psiquiatra estaba seguro de que WangJi había recordado a Wuxian, pero prefirió no decírselo. Alter era una barrera que su paciente había creado para defenderse de sus recuerdos perturbadores. Pero, por una jugarreta del destino, tenía el mismo aspecto físico que Wuxian. Era evidente que una parte de la mente de WangJi intentaba oponerse a Alter, y luchaba por no olvidar a su pareja.

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