Capítulo 18- Ruinas

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Como un autómata, Wuxian acarreaba dos enormes bolsas de basura desde el fondo del hotel hasta un recipiente que se iban a llevar los recolectores, más tarde.

Ya no quería pensar: su expareja todavía estaba en Dublín, y él ya no sabía cómo huir de él. Lo había visto un par de veces merodeando por los alrededores de su apartamento, a la hora en que volvía de su trabajo, y había salido huyendo para volver horas después, totalmente borracho. 

La estrategia le duró poco: un día WangJi le pidió a Li Feng que averiguara la dirección de Cheng, y fue a su casa con la intención de obligarlo a decirle dónde trabajaba con Wuxian. Pero, contrario a lo que pensaba, Cheng  lo recibió aliviado y dispuesto a cooperar con él en lo que pudiera:

—Wuxian llegó al país muy deprimido, WangJi… —le contó—. Se quedó conmigo un tiempo y después empezó a trabajar en el hotel. Pero cuando se fue a vivir solo empezó a beber y se fue en picada…

—¡Tienes que ayudarlo, WangJi! —le ordenó Alter, que se había vuelto una presencia permanente que las pastillas ya no lograban dominar—, ¡no puedes dejarlo así!

—Voy a ver qué hago... —respondió el chico, tratando de ignorar los gritos de su alucinación—. Aunque él tampoco quiere hablar conmigo. La última vez que nos encontramos empezó a beber, y en un minuto estaba tan borracho que se quedó dormido...

—Sí, suele hacer eso para evadirse —le respondió Cheng—. Cada vez que trato de hacerlo entender que tiene problemas y que necesita ayuda, lo primero que hace es ir a su refrigerador a buscar cerveza.

WangJi suspiró. Aún se sentía furioso con Wuxian, y tenía más ganas de golpearlo que de ofrecerle ayuda. Pero Alter no pensaba lo mismo:

—Vamos mañana mismo al hotel, a la hora de la salida. No le daremos tiempo a nada. Debemos evitar que vuelva a beber. —La alucinación se había propuesto dominar la voluntad de WangJi, que estaba tan harto de su voz taladrando en sus oídos, que decidió obedecer con la condición de que lo dejara en paz al menos por un rato.

Wuxian salía por la puerta de empleados del hotel. Pensaba pasar por la tienda y comprar algunas cervezas antes de ir para su apartamento, porque ya se había bebido todas las que tenía. Pero se encontró con WangJi, que le interceptó el paso.

—¿Qué haces aquí...? ¿Cómo diablos te enteraste...? 

—Cheng me dio la dirección del hotel.

—¡Ese estúpido…!

—Dile que quieres ayudarlo —le ordenó Alter a WangJi. El chico obedeció:

—Quiero ayudarte.

—¿Ayudarme a qué?

WangJi miró a Alter, que le ordenó:

—Dile que lamentas haberlo culpado por irse, y que entiendes por qué lo hizo.

—Pero yo no pienso eso... —le respondió WangJi a su alucinación, en voz baja. Wuxian se dio cuenta de que su expareja hablaba solo:

—WangJi...

—¿Qué?

—¿Alter volvió? —Nunca se le había olvidado ese nombre, y sabía que la alucinación de WangJi tenía su misma forma física.

—No le mientas. No a él. Dile la verdad —volvió a decir la alucinación.

WangJi suspiró:

—Sí. En realidad nunca se fue. Pero no quiero que se sepa porque van a volver a internarme en la clínica.

—¡Habla con él, WangJi! —volvió a ordenarle Alter—. ¡Dile la verdad!

—¿Qué verdad? —WangJi no se ocultó delante del asombrado Wuxian, que pudo verlo hablando solo con una naturalidad que espantaba—. ¿De qué estás hablando?

—La verdad, la que solo tú sabes. ¿Recuerdas que yo soy parte de ti? ¿Por qué no aceptas eso de una vez y te atreves a pensar lo mismo que yo? —exclamó Alter—. El día que aprendas a aceptarme, yo desapareceré, ¡y te juro que esta vez lo haré para siempre!

WangJi, que ya se había hecho a la idea de pasar el resto de sus días con Alter taladrándole el cerebro con órdenes, dudó de sus palabras. Pero la alucinación continuó, insistente:

—¡Díselo! ¡Dile lo que piensas en verdad!

WangJi abrió la boca y soltó una catarata de palabras, sin control:

—No quiero que sigas en este estado, Wuxian. A pesar de que todos estos años te odié por haberme abandonado, puedo entender por qué lo hiciste. Tú también estabas al límite. Pero ahora estás peor, y yo no estoy mucho mejor que tú. Tenemos que ayudarnos mutuamente…

                          ***

WangJi estaba en su habitación del hotel, observando la pantalla de su teléfono: los mensajes de Alex se seguían acumulando, con un tono cada vez más amenazante.

—Cuando vuelvas debes deshacerte de ese hombre. ¿Te das cuenta de que se está volviendo peligroso? —Alter le expresó a WangJi su miedo hacia Alex. Aunque el chico nunca le había dado importancia a la personalidad de su pareja, era evidente que se estaba volviendo más posesivo y tóxico. Por una vez, WangJi estuvo de acuerdo con Alter:

—Tienes razón. Sus mensajes son bastante agresivos. Cuando vuelva voy a cortar con él.

El sonido de la ducha, que estaba abierta, se cortó. Unos minutos después, Wuxian salió del baño vestido con ropa que WangJi le había prestado. Hasta se había afeitado y su rostro, a pesar de la delgadez que tenía, lucía mucho mejor.

—Excelente... —dijo Alter, satisfecho.

—Excelente... —WangJi estaba de acuerdo con su alucinación. Wuxian le respondió con una sonrisa tímida.

—Ahora debes llevarlo a comer  —ordenó Alter, que había vuelto a cambiar: ya no tenía el aspecto miserable de la última vez: también estaba afeitado y limpio—. Mira lo flaco que está...

—Vamos a comer algo, Wuxian, y podremos conversar… —WangJi trató de no reírse de los juegos que su propia mente elaboraba: el cabello de Alter chorreaba agua como si recién hubiera salido de la ducha.

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