Capítulo 23- Rencores

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—¡Teclea, Wuxian!

—No quiero. Primero dame un beso.

—Si no trabajas, ¡voy a despedirte! —exclamó WangJi, con un fingido tono severo. Pero pocos segundos después estaba en los brazos de su pareja y le daba un beso lleno de cariño.

—Muy bien... Ahora sí trabajaré... —susurró Wuxian, casi sin aire.

—Ni lo sueñes —musitó WangJi, con los ojos cerrados—. Ya no quiero que trabajes…

No podían soltarse: tenían que hacer un gran esfuerzo para seguir trabajando: las consultas de los clientes se acumulaban y debían ser más disciplinados si querían ponerse al día.

Las respuestas, cargadas de términos legales, de WangJi, y el furioso tecleo de Wuxian, que solo se detenía para tomar un trago del té de hierbas con el que había logrado sustituir al alcohol, y que su pareja le preparaba sin dejar de dictarle a los gritos desde la cocina, eran lo único que se escuchaba en el apartamento durante las horas de trabajo. Pero cuando cumplían el horario soltaban todo; se prometían no volver a hablar de leyes hasta el día siguiente y disfrutar de su vida juntos. 

—Wuxian, estaba pensando... —Tomados de la mano, paseaban por la orilla del río Liffey, aprovechando el clima, que ya no era tan frío: los días se habían vuelto más largos, y los pájaros regresaban de a poco a la ciudad: pronto llegaría la primavera—, ¿y si volvemos a nuestro país?

Wuxian también había pensado en la posibilidad de volver, aunque lo detenía recordar a Alex, del que ya no habían vuelto a tener noticias.  Su temor era que en su país WangJi no iba a necesitarlo como asistente, y él tendría que buscarse otro trabajo: ya no iba a estar todo el tiempo junto a él como en Dublín, y el hombre mayor tendría oportunidad de acercársele. La posibilidad de que ese hombre despechado y celoso pudiera hacerle daño, hizo que Wuxian le respondiera con un triste gesto negativo:

—No podemos volver, amor. Alex...

—¿Alex qué? ¡¿Crees que no soy capaz de enfrentarme a él?! —WangJi lo miró con una expresión extraña—. ¡Jamás permitiré que se te acerque!

Wuxian se dio cuenta de que su pareja tenía los mismos temores que él:

—No me entendiste, amor —le aclaró—. Yo no le tengo miedo a ese hombre: no quiero que corras riesgos en nuestro país. No voy a poder estar contigo para cuidarte, y…

—¿Y por qué no estarías conmigo?

—Tengo que buscar un trabajo…

—¡Pero si serás tonto! —lo interrumpió WangJi, mientras lo miraba con una expresión incrédula—. ¿Ya te estás despidiendo solo, sin pensar en lo importante que te has vuelto para mí? Eres un excelente asistente, y además te necesito como guardaespaldas... —le dijo en tono risueño.

Wuxian se sintió aliviado: iba a disfrutar de la compañía de su pareja, y podría cuidarlo como quería. Le siguió la broma:

—Si a las labores administrativas le agregamos las de guardaespaldas,  es otro precio… —WangJi lanzó una carcajada, y Wuxian se rió tan fuerte que algunas de las personas que transitaban por la costa del río se quedaron mirando a la pareja de jóvenes, con curiosidad.

                          ***

—Hijo, ¿cómo estás? —le preguntó la madre de WangJi. Su padre sentado al lado de la mujer, saludó al chico a través de la videollamada. Los mayores lo observaron, aliviados: WangJi les sonreía, feliz y relajado.

—Estoy bien. Sigo trabajando desde aquí y esta ciudad me gusta mucho, aunque estamos haciendo planes para volver.

—Nos alegra mucho oír eso, hijo. Te extrañamos... —La señora observó la pantalla—. ¿Y Wuxian? ¿Dónde está?

—Aquí estoy. —El muchacho asomó su rostro sonriente por el costado de la pantalla—. ¿Cómo están?

Wuxian había podido tener una larga y necesaria charla a solas con los padres de su pareja; estaba arrepentido de haberlos dejado solos en el momento en que más lo necesitaban. Pero los mayores se mostraron comprensivos, aunque le reprocharon que se hubiera ido en vez de aceptar su ayuda. Wuxian se quedó más tranquilo al saber que no le guardaban rencor, y que su relación seguía siendo la de siempre.

Pero los mayores tenían que hablarle a su hijo de un tema delicado: cuando Wuxian se retiró de la pantalla, le pidieron discretamente a WangJi que los llamara por teléfono porque tenían algo importante que decirle. Intrigado, el chico se fue con el celular al dormitorio. Wuxian estaba en la cocina cuando sintió sus gritos, y corrió, asustado, a la habitación:

—¡¿Qué pasó, WangJi?! —Furioso, el chico recorría la habitación con los puños cerrados y gritando:

—¡¡Ese maldito infeliz!! ¡¡Voy a matarlo!!

El celular estaba tirado sobre la cama, y la llamada seguía en curso. Con un mal presentimiento, Wuxian se puso el aparato al oído y escuchó la preocupada voz del padre de WangJi, que le pedía que por favor calmara a su hijo.

—Trataré de hacerlo; quédese tranquilo, señor. En un momento lo vuelvo a llamar. —Wuxian soltó el celular y corrió hacia WangJi, para tratar de detenerlo, y lo abrazó. Él se resistió y trató de soltarse, pero al final se quedó quieto, aún temblando por la descarga de adrenalina.

—¿Qué pasó, amor? —le preguntó Wuxian, en voz baja para no ponerlo más nervioso— Háblame...

—¡Ese maldito de Alex! ¡Nunca le había presentado a mis padres, y se apareció en su casa para averiguar sobre mí…! Y eso no es lo peor. ¡Volvió a aparecerse hace unos días, y se atrevió a amenazarlos! Ya hicieron la denuncia policial... —WangJi había comenzado a temblar de nuevo, con más miedo que furia. Nunca se le había ocurrido que ese hombre podía localizar a sus padres, y menos que fuera un peligro para ellos.

—¡Dios mío…! —exclamó Wuxian. Alex era un desquiciado, y si se había puesto violento en la oficina de WangJi, llena de gente, no quiso imaginarse lo que podría haberle hecho a los mayores.

—¡Tenemos que volver lo antes posible! —WangJi quiso ir a la computadora—. Debo conseguir un vuelo… —pero sus manos temblaban demasiado, y Wuxian se hizo cargo de la situación:

—Déjame a mí —le dijo, mientras se apresuraba a buscar información sobre los vuelos a su país—. Haré las reservas.

                          ***

Wuxian había podido conseguir dos pasajes de avión en un vuelo que salía en dos días, y estaba aprontando, con prisa, un par de maletas, que era lo único que iba a llevarse: no podía pensar en el apartamento; le iba a dejar las llaves a Cheng y después pensaría qué hacer con él.

El timbre sonó y WangJi, que también estaba apurado, juntando sus cosas, bajó las escaleras en dos saltos, para atender la puerta. Wuxian seguía en lo suyo, pero lo distrajo un ruido que no pudo reconocer. Se asomó a la puerta y miró hacia la escalera: no pudo ver a su pareja pero sí escuchar un grito:

—¡Suéltame…! —La voz se oía ronca y extraña y, con un mal presentimiento, Wuxian bajó a toda prisa: en la acera, Alex sujetaba con una mano el cuello de WangJi, y lo había levantado con tal fuerza que sus pies apenas tocaban el piso. El hombre mayor tenía la mirada vacía y su boca torcida en un gesto de desprecio.

—¡Alex! —gritó Wuxian. WangJi se retorcía buscando el piso con la punta de los pies. Sus manos, que trataban de aflojar los dedos que lo ahogaban, estaban perdiendo la fuerza—. ¡Suéltalo! ¡Vas a matarlo!

La amenaza del hombre mayor lo dejó congelado:

—¡Si te acercas más, le romperé el cuello!

WangJi sentía los gritos de su pareja como si vinieran de un lugar muy lejano. Ya no podía ver nada, y sus brazos cayeron, inertes.

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