Capítulo 15- Reproches

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Wuxian intentó comenzar una nueva vida en Dublín, pero no lo consiguió. Después de tres años estaba estancado: los recuerdos afloraban cuando se miraba al espejo y veía la cicatriz de su cuello, y todo su pasado lo golpeaba con brutalidad, haciéndolo sentir confuso y culpable.

Se había arrepentido mil veces de abandonar a WangJi, pero ya no podía hacer nada al respecto: la decisión estaba tomada y no había vuelta  atrás. No solo había dejado a su pareja sino a sus suegros, personas mayores que necesitaban contención en su peor momento. Estaba seguro de que ellos lo detestaban.

Con la mente en caos, había comenzado a trabajar en la administración del hotel, recomendado por Cheng, pero después de un tiempo de errores y descuidos en sus tareas lo terminaron rebajando a auxiliar de limpieza, solo porque su amigo intercedió para que no lo despidieran: Wuxian no podía concentrarse, y tampoco le interesaba mucho.

Cheng tenía que encargarse de que su amigo cumpliera con el horario de trabajo: lo iba a buscar por las mañanas y llamaba a la puerta de su apartamento a los gritos, porque Wuxian no se preocupaba por levantarse en hora, y tampoco por limpiar o asearse: el piso de su apartamento estaba lleno de restos de cajas de comida pedida por delivery, botellas y latas vacías. El lugar apestaba a cerveza rancia y a encierro.

Después de obligar a Wuxian a bañarse y hacerlo tomar un café para que no se le notara la resaca, Cheng lo arrastraba al trabajo. Ya lo había cubierto varias veces cuando no lograba sacarlo de la cama o cuando hacía su trabajo a medias. En cualquier momento iban a despedirlo, y Cheng tenía miedo de que terminara en la calle.

                            ***

Wuxian salió de su trabajo y se fue a su apartamento a pie, como hacía todas las tardes. Compró unas cervezas por el camino, que iban a ser su cena. Había almorzado en el hotel porque Cheng lo había obligado, y sentía que esa comida era una piedra que aún no había salido de su estómago.

Cuando llegó a la puerta de su apartamento sacó las llaves del bolsillo con movimientos torpes. Mientras intentaba acertarla en la cerradura escuchó un grito a sus espaldas:

—¡¡Wei Wuxian!!

Reconoció la voz enseguida, pero no pudo darse vuelta y enfrentar lo que se venía.

                          ***

Unos días atrás:

—Li Feng, ¿puedes ayudarme con algo?

—Si, WangJi. Dime…

—Necesito tus conocimientos de informática para encontrar a una persona.

—Seguro. ¿A quién quieres encontrar?

—A Wuxian.

—¡¿Eh?! —exclamó el menor, y luego comenzó a tartamudear—: Pe, pero no, no…

—No te preocupes —le dijo su amigo, para tranquilizarlo—. Fue un consejo de mi psiquiatra. Tengo que enfrentar mis conflictos. Necesito saber por qué me abandonó, ¿entiendes?

—¡Pero él se fue hace años…! —Li Feng creía que el consejo de la psiquiatra era pésimo—. No va a ser fácil rastrearlo…

—Confío en ti. Sé que puedes hacerlo.

El menor no pudo protestar: ya conocía el tono tranquilo y firme de su amigo. WangJi había tomado una decisión, y nada lo iba a hacer cambiar de idea.

En los días que siguieron buscó el rastro del ex de su amigo por todo el país, y terminó convencido de que se había ido al extranjero. No tenía ni un indicio: Wuxian era huérfano y no tenía familiares cercanos a quienes preguntarles si sabían algo. Al menor solo le quedó un camino: buscar administrativos de segunda en los principales aeropuertos de la ciudad y tratar de sobornarlos. Después de hablar con varias personas y dar con alguien que se ofreció a ayudarlo a cambio de algunos billetes, por fin pudo averiguar algo:

—Se fue a Europa —le informó a WangJi—. Tomó un vuelo hacia Irlanda. Ahora debo ver si hizo un transbordo…

—Irlanda... ¡Por supuesto! —WangJi le dió un golpe al escritorio de Li Feng, que lo hizo saltar—. ¡Cheng, su amigo de la infancia, vive en Dublín!

Unos días después, Li Feng pudo por fin encontrarlo:

—Wuxian trabaja en un hotel y vive en un suburbio de Dublín. Tengo la dirección…

                         ***

WangJi había emprendido el viaje a Irlanda sin avisarle a sus padres, porque estaba seguro de que iban a tratar de detenerlo. A Alex ni se había molestado en avisarle. Li Feng intentó convencerlo de que hablara con Wuxian antes de viajar, pero el chico quería tomarlo por sorpresa para evitar que huyera de nuevo. 

Dublín estaba sumergido en un invierno húmedo y helado. WangJi se registró en un hotel que le recomendaron en el aeropuerto, y después de dejar su equipaje en la habitación volvió a salir, dispuesto a buscar a Wuxian. Estaba medicado para no perder el control, y aún resonaban en su cabeza las palabras de la psicóloga, que le había dicho que Wuxian tal vez estaba igual o peor que él. Pero había juntado demasiada furia durante el largo viaje en avión. Había logrado mantener a Alter a raya, pero tomaba varias pastillas al día para dominarlo.

Cuando llegó a la dirección que le había dado Li Feng le dio unos fuertes golpes a la puerta, pero nadie le respondió. En su furia comprendió que era temprano: debía esperar a que su expareja saliera del trabajo.

Un rato más tarde lo vio llegar, caminando con pasos inciertos y cargando unas latas de cerveza. Su rabia creció, aunque en su interior se disparó una alarma a la que no quiso prestar atención: Wuxian había cambiado mucho. Era como una sombra: flaco y barbudo, la ropa con aspecto viejo y no muy limpio le colgaba en el cuerpo.

—¡¡Wuxian!! —le gritó desde el otro lado de la calle, y después comenzó a caminar hacia él, furioso.

—Eres tú… —alcanzó a decir Wuxian.

—¡Maldito desgraciado! —WangJi se le fue encima y lo sujetó de la ropa; lo sacudió con toda su fuerza. Wuxian, que ya estaba inestable por las cervezas que se había tomado por el camino, casi no pudo mantenerse en pie—. ¡¿Por qué te fuiste?!

—Yo… lo siento... —Wuxian no pudo luchar ni resistirse al chico que lo sacudía con todas sus fuerzas. No entendía cómo podía tenerlo enfrente. Pero era WangJi: el mismo que le escupía en la cara reproche tras reproche con los ojos llenos de fuego; ahora sí sabía quién era él: la persona que no había sido capaz de quedarse a su lado.

—¡Me abandonaste, Wuxian! Me abandonaste... —Agotado tras su explosión de adrenalina, WangJi por fin lo soltó y cayó de rodillas—. Me abandonaste...

Wuxian solo pudo recostarse contra la puerta de su apartamento, temblando. Las latas de cerveza cayeron de sus manos y rodaron por la acera.

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