Capítulo 11- Reinicio

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WangJi se encerraba en su habitación una hora por día, y se enfrascaba en el arduo mundo de las leyes, que comenzaron a parecerle cada vez más interesantes. No siempre lograba retener lo que había estudiado, pero para eso lo tenía a Li Feng: 

—¿Sabes que hay países en donde estar bajo la influencia de alcohol o drogas sirve como atenuante para ciertos delitos?

—Pero, WangJi, ¿cómo puede ser eso? 

—Cada país tiene una legislación diferente, y muchas cosas que son ilegales en nuestro país pueden ser perdonadas en otro. En aquellos lugares en donde si un infractor está ebrio o bajo el efecto de drogas, los delitos que cometa tienen una pena menor, se considera que son incapaces de diferenciar entre lo bueno y lo malo.

—¡Qué locura! —exclamó Li Feng, sorprendido.

—Si... —dijo WangJi, reflexivo—, las leyes cambian mucho de un país a otro. ¿Sabías que en Corea del Sur está prohibido sacar fotos sin sonido? ¿Y que en algunos estados de Norteamérica se permite el uso de armas de fuego?

—¿Y tú tienes que estudiar todo eso? —preguntó Li Feng—. Creía que los abogados solo tenían que saber las leyes de su país.

—Hay una materia que es Derecho Internacional. Es un pantallazo general a la legislación de otros países, y es muy interesante…

—Interesante pero difícil. Los abogados tienen que estudiar mucho...

—Si, por eso terminé aquí, por estudiar demasiado… Mis padres me dijeron que me excedí y dejé de dormir. Pero hay algo más, algo que no puedo recordar. —WangJi  sintió una súbita angustia—. Tengo el presentimiento de que hice algo malo, Li Feng…

                              ***

Wuxian había tratado de aguantar con lo poco que había quedado de su vida: después de la crisis y la posterior internación de su pareja, se estancó en una rutina insana: trabajaba horas y horas hasta agotarse, iba a su apartamento solo para dormir, y salía huyendo de allí al día siguiente. Había recuperado la esperanza cuando obtuvo el permiso del psiquiatra para enviarle una carta a WangJi, pero todo había terminado en un desastre.

Después de un tiempo no pudo soportar más: estaba cerca y a la vez tan lejos de su pareja, que no podía acercarse a él sin lastimarlo. De a poco se hizo a la idea de que tenía que poner distancia. 

Juntó coraje y empacó todas las cosas de WangJi y se las devolvió a sus padres. En una caja puso fotos, cartas, y toda clase de detalles que en otra época se habían regalado uno al otro para demostrarse su amor. Wuxian ya no podía ver aquellos recuerdos que para él representaban el sentimiento más doloroso.

—¿Estás seguro de lo que vas a hacer? —le preguntó la madre de WangJi, conmovida por su decisión.

—No puedo quedarme. —Wuxian ni siquiera pudo aflojarse y permitir que la mujer intentara consolarlo—. Ya no quiero vivir así, sabiendo que no me recuerda…

—Está bien, hijo. No te pongas mal. Pero prométeme una cosa…

—Sí...

—Que te mantendrás en contacto con nosotros.

—Claro —murmuró Wuxian—. Todavía no sé a dónde ir, pero les avisaré en cuanto me decida.

                          ***

Wuxian tenía un amigo de la infancia, Zhang Cheng, que se había ido a vivir a Irlanda años atrás, y que trabajaba como administrador en un hotel de Dublín. Sin pensarlo mucho, se embarcó hacia ese país desconocido. Cheng se sorprendió cuando vio a su amigo entrar un día al lobby del hotel, arrastrando una maleta:

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