Capítulo 8- Miedo

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Li Feng parecía un pequeño y escurridizo ratón, escondido en un rincón de los pasillos de la clínica mientras esperaba a WangJi para emboscarlo. No sabía por qué, pero su amigo huía cada vez que lo veía: se había olvidado de él, pero el menor tenía la esperanza de que recuperara la memoria, e insistía en buscarlo para caminar a su lado, aunque no se sintiera bienvenido:

—¿Vamos a jugar damas chinas?

—No puedo. No sé cómo se juega —respondió WangJi después de mirar por un segundo hacia el costado.

Li Feng era un muchacho inteligente, y a pesar de que había sufrido un episodio de depresión, y en un momento desesperado había atentado contra su vida, gracias a la terapia estaba mucho mejor. Pero se puso triste por el retroceso de su amigo. Al día siguiente, en su sesión de terapia, no pudo refrenar la angustia y le contó al psiquiatra lo que estaba ocurriendo:

—WangJi se olvidó de mí…

—Li Feng... —El doctor trató de consolarlo—, …lo que le pasó a WangJi no tiene nada que ver contigo. ¡No vayas a tomarlo como algo personal, por favor! 

—Está bien. No lo haré —respondió el menor—. ¿Pero puedo ayudarlo a recuperar la memoria?

El psiquiatra no estaba seguro de que Li Feng pudiera soportar la indiferencia de WangJi sin deprimirse, pero el menor insistió: no quería dejar a su amigo abandonado y en ese estado.

—Está bien. Puedes hacerle compañía y hablar con él. Pero no te pongas mal si no te responde.

                         ***

El psiquiatra había decidido cambiarle la medicación a WangJi, buscando que sus recuerdos volvieran. Había esperado un tiempo prudencial para que su organismo se limpiara de fármacos, pero no ocurrió nada: su memoria no se recuperó, y lo peor fue que Alter tampoco se fue. Por la forma en que la alucinación dominaba a su paciente, el psiquiatra llegó a la conclusión de que era un mecanismo de defensa para que Wangji no recordara. En el estado en el que se encontraba el chico, él no podía permitir una reunión con Wuxian y forzar su memoria hasta hacerle un daño irreparable.

Las esperanzas de Wuxian se derrumbaron cuando se enteró del retroceso de su pareja. Desesperado, fue a la clínica psiquiátrica sin cita previa: pensaba hablar con el médico como fuera.

Aprovechó el descuido de uno de los guardias de seguridad y se coló a la hora de las visitas, y después se fue directo al consultorio del psiquiatra. Golpeó a su puerta con fuerza, antes de que lo descubrieran. Cuando el médico le abrió, sorprendido por el escándalo, Wuxian se dio cuenta de que no estaba solo: sentado tras su escritorio se encontraba WangJi, que lo observó sorprendido, y después exclamó:

—¡Alter…!

WangJi sabía que Alter estaba a su lado; aún podía verlo de reojo. Pero esa persona que estaba en la puerta era su viva imagen: cabello negro, grandes ojos oscuros, y hasta unos pequeños lunares al costado de la mejilla. Era exactamente igual a su alucinación.

Confundido, volvió a mirar a Alter y se horrorizó: el cuello y el pecho de la alucinación estaban cubiertos de sangre, que caía desde su brazo hasta sus dedos, goteando en el piso con un sonido rítmico. WangJi se miró las manos: también estaban llenas de sangre. A los gritos, trató  de limpiarla pero solo logró que se esparciera más. Se levantó de la silla, que salió volando hacia un rincón, y, con los puños cerrados, comenzó a darse golpes en la cara y la cabeza. El psiquiatra lo sujetó para que no se lastimara:

—¡Enfermero! —gritó, mientras forcejeaba con el chico, que estaba fuera de sí—. ¡Rápido! ¡Trae la medicación para dormirlo!

Wuxian se quedó congelado viendo la escena: la lucha y los gritos de WangJi, y el forcejeo de los enfermeros para inyectarlo, hasta que por fin se calmó y cayó con la cabeza hacia un lado, medio dormido y murmurando incoherencias. Lo alzaron para ponerlo en una silla de ruedas y se lo llevaron. En ese momento él también se derrumbó sobre un asiento.

—¡¿Quién dejó entrar a Wei Wuxian sin mi autorización?! —vociferó el psiquiatra. El guardia de seguridad que estaba en la puerta se presentó en el consultorio, pidiendo disculpas y mirando al suelo—. ¡Eres un incompetente! —siguió gritando el médico—. ¡Pusiste en riesgo  el tratamiento de mi paciente! —Luego encaró a Wuxian—. ¡Y usted es mejor que se vaya de una vez!

—¡Doctor, por favor…! 

—¡No me diga nada! ¡Usted sabía que no podía venir sin cita previa, e igual lo hizo! ¡Váyase y vuelva solamente cuando yo se lo permita...!

Escoltado por el furioso guardia de seguridad, Wuxian tuvo que irse sin poder averiguar qué había sido de su pareja. A duras penas pudo encontrar su auto en el estacionamiento.

                         ***

WangJi durmió un día entero. Se despertó cuando sintió la puerta de su habitación que se abría, y vio a un par de hombres vestidos de blanco que se reían entre ellos hablando de algo que él no entendió. Lo ayudaron a levantarse para llevarlo a la ducha y luego al comedor para que tomara el desayuno. Distraído mientras levantaba una tostada que chorreaba mermelada, sintió una voz a su lado:

—Buenos días. ¿Todo bien? —Era Alter. WangJi se había olvidado de todo, pero sabía que ése era Alter, su único amigo. Aunque ahora tenía algo distinto: pudo ver una cicatriz larga y fina, como un corte, a un lado de su cuello.

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