Capítulo 16

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Tantas cosas surgen en mi cabeza al cabo de un instante, un tiempo que impide que pueda dar alguna reacción. Veo esos colores, sonidos, incluso puedo sentir reacciones y sentimientos, palabras. Floto en un espacio vacío, el frío nubla mi capacidad para pensar, pero no hay nada más que un aire el cual levita mi cuerpo. Llego a ver una delgada luz blanca que ciega mi vista lastimando mis ojos, me hace perder en el complejo silencio y esta inexistencia presente. Una sinfonía congela mi mente, el canto desconocido se inclina en mis oídos, da un giro drástico a mis recuerdos.


La voz se agudiza, se reconoce como el de una mujer cuya melodiosa y trágica rima no se basta con su voz rota para expresar cierta melancolía. Veo su silueta, de rodillas y con sus manos juntas implora de rodillas al respecto de algo que no alcanzo a escuchar. Ese sueño se esfuma de mis manos para regresar al presente, unas horas antes. Se divide la frontera de los moderno y antiguo, de lo real y ficticio. Ya no soy capaz de ver la imagen, ahora la siento, la vivo en carne propia. Ese recuerdo se visualiza con detalle, dos hombres en una misma habitación, uno tiene su cabellera de negro y esos ojos como perlas azules. A su lado, está otro sujeto que no puedo identificar, es por ello que reemplace con mi propia figura. Quien me acompaña se ve desesperado, ahoga su miedo incontrolable en el silencio, pero hace su esfuerzo en reprimir. Frente a él, puedo ver sus ojos dentro de lo que se ve como una carroza y con nuestras manos atadas, impidiendo que nos liberemos, que nos abracemos para calmar el pavor. Su voz se interpone en mi vista, dejando que analice lo que dirige hacía mí con su pocas fuerzas.


—Que Azherst nos lleve a su eterna felicidad y nos libre del mal.


Aquella frase es mi única ventana para asomarme a este recuerdo. Siento un miedo, el origen del mismo es de la persona a la cual yo adquiero su lugar. El sentimiento me ahoga por un instante, me confunde lo suficiente para apartar mis ojos. ¿Qué habrá sentido esta persona? ¿Qué cosas surgieron en su cabeza? En este hombre, en este cuerpo. No siento nada, en algún momento pudo haber experimentado un odio, una impotencia, ¿terror y pánico? Jamás se atrevió a decirlo, mucho menos lo expresó. Para cuando este viaje culmina salimos de la carroza como celebridades, para así dar en presencia con nuestro juicio en una perturbadora escena. Aquel grupo de personas que con unas antorchas en llamas nos brindaban la luz del sendero en nuestro último recorrido, llegar a la tarima donde dos sogas nos esperan para decorar nuestros cuellos, preparadas para colgar nuestros cuerpos. En silencio subimos esos escalones con paciencia. En lo más arriba, con muchos ojos sobre nosotros que nos señalan juzgándonos, contemplamos a todos con indiferencia, quienes serán nuestros espectadores. Un verdugo da inicio a nuestra libertad de muerte, abandonando en él la moral para abrazar la muerte que los humanos le hicieron otorgar. ¿Siquiera es considerado por la Diosa un verdugo de verdad? Está disfrazado. Nos detenemos sobre una tabla que tambalea, sobre esta nos colocan la soga en nuestras gargantas como un medallón por reconocimiento, somos alabados por esta acción. Solo tenemos vista de los mismos seres que son idénticos a nosotros, quienes son iguales a él. El silencio y la exaltación se ve sofocada por el llanto de mi compañero, se lamenta de tantas cosas en un momento tan crucial y lamentable como ahora. Yo no lamento nada, como si aquello fuera insignificante. Como todo está listo, el verdugo se prepara para lanzarnos a la muerte, quitar la frágil tabla y dejarnos colgando como adornos maldecidos. Al momento en que abrimos paso para recibir a la muerte en nuestros ojos entre esta aturdida noche, recuerdo haber pronunciado algo inconscientemente.


—Por Azherst.


Las palabras son dictadas y somos arrojados a la muerte. Siento mi cuello sostener todo el peso de mi cuerpo, la respiración se corta inmediatamente y mi cabeza no puede hacer nada más que contemplar el suelo. Mi cuello carga con la peor parte, el peso que se le fue otorgado. El dolor abruma mi mente, impide que pueda pensar en quienes me ven o quienes me acompañan. No logro respirar, más tampoco ofrezco lucha. Con las pocas fuerzas que doy a ceder a la lenta muerte mientras de reojo apenas soy capaz de contemplar las lágrimas que brotan y el sufrimiento que impide responder a otra cosa que no sea la agonía. La distancia entre nuestros pies y el suelo no es mucha, si la soga se rompiera por algún fallo caeríamos sin dolor. A nuestra mirada nublada y borrosa solo están esas personas que saltan y se excitan como peces fuera del agua, ansiosos por el golpe final de la muerte. Al cabo de los minutos mi compañero cede a la lucha, se va rindiendo como último acto de esperanza. Veo sus ojos por un último instante, como la vida se les escapa y lo que ahora ve ya no será nada, es por ello que su última acción no es más que cerrar sus ojos para no dar cara a la humillación. Observo sus ojos antes de ser el siguiente, dando con sus ojos azules y la cabellera negra del hombre a mi lado.

Guerra del dominioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora