Capítulo 21

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Mi cabeza transcurre con el giro feroz de una ruleta. Me mareo, me restrinjo abrir los ojos permitiendo que mi tacto sea mi nueva vista. Aun así, tengo mis extremidades restringidas de cada extremo de la ruleta, atrapado a girar constantemente. Cada giro pronuncia un ruido atroz, uno como el mango de un cuchillo cayendo, un arma que reconozco, la he sentido antes. Entre más suena la brutalidad de su caída el tormento abruma mi razón, me confunde hasta el momento en que la ruleta es capaz de liberar mi cuerpo en una ida abrupta contra el suelo. Es cuando mis manos caen contra algo que puedo abrir mis ojos con libertad. La fantasía me ahoga apenas soy liberado. El brillo se realiza a mi ser, toma una composición natural, cálido. Es el amanecer, uno que reconozco, no es la primera vez que lo veo. El sol está en dirección a mi rostro, las pocas nubes que decoran el degradado cielo entre la oscuridad de la noche y la poca iluminación del escaso sol. El azul brilla como naranja, se reparte entre un azul tan oscuro como el océano de noche y la claridad del agua de una costa de playa. A mis ojos, está el final de esta montaña, la misma que da vista al amplio océano, en el fondo de la alta pared de montaña habita una cama de rocas inmóviles por largos años, las olas jamás pudieron tocarlas. Todo decora en un aspecto nostálgico, una sensación de pertenecer a un cuadro el cual me quiere dar la bienvenida de regreso. En la punta, al borde de afrontar la muerte, se espera un hombre que contempla el vacío del paisaje. Su cabello café castaño vuela con los golpes de aire que chocan con fuerza en la cima, su cabellera larga llega hasta el límite de sus hombres. Observa el atardecer, junto a eso abraza al peligro y a las altas insinuaciones del riesgo proclamadas por la rudeza del aire.


No despego mis ojos de él, su alta figura a la corta distancia. Su rostro está prohibido para mi, parece que se abstiene de que sea visto. Perduramos la cantidad de tiempo de diez minutos liderados en un confuso silencio, la puesta de sol es intensa, la reconozco, es lento el cambio, más sí visible. Mi atención se proclama en la quieta actitud del adulto, sus movimientos estáticos son extraños. Sin embargo, el adulto da un paso al frente, en dirección a la nada, al realizar tal acción parece predecir mi preocupación. ¿Siquiera puede verme? Su rostro se mueve junto a su cabello, es donde su rostro cae como una flecha directa contra mi. Expreso mis ojos con inquietud, con mi corazón tan acelerado para doler, con un nudo en mi garganta, con miedo. Contemplo esa mirada con pavor, la imponencia de esos ojos azules, del tono de un océano cristalino. En sus ojos surge un detalle, a pesar de que su cabello es un café natural, sus cejas desprenden un tono dorado, una diferencia que genera debate. Me observa por largos minutos, analiza tanto de mi, parte de mi conciencia es descubierta por ese control visual. Tengo miedo, siento mi manos, mi cuerpo temblar. Ruego porque me deje de observar, cierro mis ojos en un acto de cobardía, pero es esa misma acción la que desprende un sonido que me incita a abrir mi vista al frente nuevamente. Como apareció, se fue, sin explicación.


Mi corazón se descontrola. Él me vio, ¿cómo lo hizo? Esto no es una fantasía, nada de esto es correcto, el escenario, yo. Esto es un recuerdo alterado. ¿Por qué tengo miedo? ¿Miedo a saber que es real y que no? La angustia altera mi realidad, es donde todo se oscurece y el sueño finaliza, me deja con la evidente intriga de saber exactamente, ¿qué le ocurrió a él? ¿Fue eso cierto? ¿Se lanzó al vacío para dejar de existir? La muerte me aterra, me produce un escalofrío, más me genera mucho un mayor conflicto una muerte voluntaria. Mi cuerpo se manifiesta con enojo, la rabia de no comprender. Me disgusta, pero no tengo el complemento para poder despreciar tal acto. No lo veo, solo puedo frustrarme sin explicación. Me siento ansioso, apresurado a la necesidad de soltar un alto grito con el objetivo de desgastar mi garganta en un sonido eterno que remplace un par de lágrimas. Quiero insultar, reclamar todo al respecto que no pude decir en vida. El frío regresa, el silencio reina y la soledad abunda. No puedo hacer nada, solo sentir alivio, la calma que me permite morir como un animal a sus dueños inexistentes. Lentamente, una voz se alza como una deprimente melodía, una alarma que perturba mi grotesca paz. Alguien llora, es evidente que no soy yo.

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