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Meneó las ojeras como por milésima vez. No, bueno, habían sido cinco, pero Arthit no terminaba de comprender la razón por la cual Kong caminaba de cuarto en cuarto por toda la casa, metiendo cosas en dos grandes maletas, mientras le decía al minino que se quede quieto en la cama y no diga nada. Soltó otro maullido estirando sus brazos hacía el mayor, queriendo abrazarlo, y es que Arthit sabía que nada estaba bien después de que fue a abrazar a Kong en la puerta, aquella mañana, pero no entendía lo que sucedía, y estaba seguro de que el mayor no lo comprendería si se lo preguntara.

Cuando Kong alzó su mirada y vio que su bebé lo necesitaba, soltó todo lo que tenía en sus manos, corriendo a abrazarlo. Arthit se acurrucó contra el cuerpo de Kong, encajando su cabecita en su cuello mientras el ojiazul lo sostenía con firmeza por la cintura.

—Kong. —Maulló el pequeño, frotando su nariz contra la sensible piel del cuello del más alto, logrando que este se estremeciera y besara sutilmente la cien de Arthit. —Kong. —Volvió a insistir, tratando de darle todo el apoyo moral que podía. —Te amo, Kong.

Había pasado poco tiempo desde que Arthit aprendió a decir eso, pero ambos estaban contentos de que fueran esas, dos de sus primeras palabras. Arthit porque sabía que no había nada que le gustara más que decirle a Kong cuanto lo amaba y Kong porque, sin esas palabras, seguro en aquel momento seguiría hecho un manojo de nervios.
No era para menos, el padre de Tay tenía sus trabajos buenos, así como sus trabajos malos. Como todo buen millonario, él conocía muchas industrias ilegales en el país y, de hecho, estaba seguro de que en el extranjero también. Sin embargo, era obvio que si le pedía ayuda para capturar a esas personas antes de que supieran donde estaba Arthit, el señor se negaría ya que no le incumbía y siempre es mejor mantenerse lejos de cualquier cosa ilegal que no te trajera ningún beneficio.

Pero entonces ¿Por qué permitían que anuncios como ese aparezcan en el periódico? ¿Significaba que los diarios se vendían a tan poco que aceptaban que cualquier persona publique en estos? ¿Qué pasaba si los denunciaba? ¿Y si todo salía mal? ¿Perdería a Arthit para siempre? No, no y no.

Esas preguntas rondaban por su cabeza porque, ilegales o no, Arthit les pertenecía y aquí quienes estaban secuestrándolo ellos, no él, ya que su pequeño Arthit había nacido para estar a su lado; pero si Kong no lograba demostrar que aquellos hombres aún seguían creando más de esos niños-gato, él quedaría como un gran mentiroso y estaba seguro de que con un buen dinero, aquellas personas rastrearían de donde fue la llamada de denuncia o cualquier tipo de queja anónima.

Sí, bien, quizás estaba siendo paranoico o había visto demasiadas películas ¡Pero eran mafiosos! Y con los mafiosos nadie se mete, porque siempre uno termina mal. Sin embargo ahí estaba, alistando todo para llevar a Arthit a la casa de Tay hasta que se le ocurra algo mejor que hacer.

No, corrección: Ahí estaba, abrazando a su mundo como si su vida dependiera de ese pequeño con orejitas y cola de gato, y de hecho, así era. Kong no entendía si era debido a la mutación o alguna cosa en el ambiente, pero desde que vio a Arthit, se podía decir que se enamoró instantáneamente de él, y en el momento en que lo hizo suyo, sintió esas chispas y ese mar de emociones en el estómago.

Kong jamás se había enamorado, jamás había creído en esas cosas de las medias naranjas o en las parejas que dicen aquel: Yo moriría si no estás a mi lado; pero ahora él estaba seguro de que lo que sentía por el minino era mucho más fuerte que cualquier palabrería de un poema, desde el más conocido, hasta el más barato. Arthit era su mundo, y no lo perdería por nada, ni nadie.

—Te amo tanto, bebé. —Estrechó mejor al minino, sentándolo sobre sus piernas mientras entrelazaba sus dedos con los de Arthit y lo atraía en un beso, un suave beso en el que ambos se sumergieron por varios segundos. El ligero ronroneo del minino no tardó en hacerse presente, y tras una mordida, volvieron a besarse ahora de una forma más profunda.

Kong conocía de memoria cada rincón de la boca del gatito, él sabía hasta por cuales zonas pasar su lengua para recibir un estremecimiento, sabía también dónde tocar para ganarse un jadeo, al igual que sabía dónde besar para llevar al menor al borde de la excitación.

Lo conocía, porque Arthit era suyo, en tan poco tiempo, ya el chico de ojos verdes le había entregado su vida completa a Kong, y este no le fallaría, porque él también le estaba entregando su alma, su cuerpo y su corazón a Arthit tantas veces como él lo deseara.

—Escúchame, amor. —Separaron sus labios para que Arthit recupere energías, jadeando contra la boca de Kong, mirándolo fijamente a los ojos. Meneó las orejas, clara señal de que lo estaba escuchando. —Te amo, y te amo como no te imaginas. Sé que quizás no entiendas la magnitud de estos sentimientos aún pero te amo, Arthit. Quiero vivir mi vida a tu lado para siempre, y, si es posible, después de la muerte sé que seguiría estando a tu lado, pase lo que pase. —Bien, Kong, estás siendo un poco dramático, pensó.
—Pero, a lo que me refiero es que si fuera por mí, nos casaríamos en este mismo instante y nos encerraríamos en un lugar bajo tierra para que nadie nos encuentre. Bebé, eres todo lo que necesito, más que al oxígeno, más que a mi vida, más que cualquier cosa, sé que moriría si no cuento con tu cuerpo cerca al mío, tus labios en sobre mi boca y tu corazón perteneciéndome como lo hace ahora.

Dejó otro besito sobre los gruesos y suaves labios del minino, observando como los ojos esmeraldas de este se llenaban de lágrimas, Kong no necesitaba preguntar, porque podía ver esa pequeña sonrisa dibujarse poco a poco en los labios del amor de su vida, mientras que un par de preciosos hoyuelos se le formaban en las mejillas. Arthit soltó las manos del mayor solo para tomarlo de las mejillas y atraerlo hacía él, besándolo tan profundamente como su capacidad se lo permitía.

Fue ahí cuando Arthit pensó que Kong podía hacerlo morir de amor y revivir al instante siguiente debido a la misma razón, porque estaba seguro de que con esas palabras, había muerto, y renacido solo para besarlo después.

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