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—Prem… ¿Qué haces aquí?

Amy giró su rostro hacía Kong, encontrándose con el castaño casi matando con la mirada a aquel hombre presente. Al instante ella se acercó a él y negó con la cabeza, colocando su mano sobre su hombro y dándole un suave apretón, tratando de tranquilizar al ojiazul, viendo a Arthit despertarse a causa del rápido y fuerte movimiento que Kong dio segundos antes.

—Chicos, él es Prem. En realidad, es el dueño de todo esto. Prem, ellos son…

—Kong y Arthit, sí. —El hombre mayor dio unos cuantos pasos al frente, pero eso no puso menos alerta al ojiazul, quien cargaba a su pequeño niño, mientras Arthit meneaba las orejitas y observaba de re ojo a aquel extraño. — Escuché que los llamaste así.

—Entonces llevas rato oyendo.

—Bueno, querida Amy, ustedes no son precisamente las personas menos ruidosas del mundo ¿Lo notaste?

Ella notó eso, desde los gritos de Kong durante su conversación había temido que alguien los escuchara; Amy estaba usando las instalaciones sin el permiso de Prem, de hecho, de nadie en todo el lugar, y eso sin contar con que ella misma se consideraba una simple enfermera.

Sin embargo, desde que Yihwa le pidió discreción, Amysintió que debía hacerle ese favor a la mujer que estuvo apoyándola durante los peores días de su vida, así que corrió el riesgo.
El problema era que ahora con Prem presente, no sabía cómo reaccionaría este.

—Kong, puedes dejar a Arthit sobre la camilla de nuevo, Amy te confirmará que no pienso hacerle absolutamente nada.

El extraño alzó las manos en señal de paz, mostrando sus palmas y encogiendo sus brazos, mientras Kong le lanzaba una mirada a Amy y ella asentía, así que, con mucho cuidado, sentó a su pequeño minino en la camilla, pero para su lado, con sus piernas rodeando su cintura, observando la miradita curiosa de Arthit.

— ¿Meow? —Arthit ladeó la cabeza, mientras Kong tomaba sus mejillas y le dejaba un suave beso en los labios, sonriendo cuando sintió la cola de su pequeño rozar su pierna. Arthit estaba bien, su bebé no tenía ni idea de lo que ocurría pero con Kong ahí, no tenía miedo.

—Creo que es hora de irnos. —dijo Kong después de un largo silencio incómodo. Amy lo miró y asintió, pero cuando el castaño se dispuso a cargar a su pequeño de nuevo, el otro hombre se acercó otro paso más, captando toda su atención.

— ¿Me dejas darte una charla antes que te vayas? Prometo que serán solo unos minutos y luego te retiras con Arthit.

La actitud de aquel sujeto no le gustaba en absoluto, se sentía acorralado, puesto que Amy no decía nada ante la mirada penetrante y prepotente que aquel hombre le mandaba a su pequeño Arthit y a él. Además, ese tal Prem se encontraba justo frente a la puerta, salir de ahí sin terminar cayéndose o golpeándose, encima con Arthit en brazos, era casi imposible. Prem no pasaba de los sesenta años, tan lento no podía ser.

— ¿Y qué si no lo hago? —Respondió Kong, desafiando sus límites.

—Amy será despedida y nadie podrá ayudarte a llevar el chequeo del embarazo de Arthit. No quiero que lleguemos a eso porque Amy lleva trabajando aquí años de años, pero es ilegal utilizar las instalaciones de su trabajo para uso personal sin el consentimiento de sus jefes y es lo que ha estado haciendo esta noche.

—Prem, Kong solo está atendiendo a Arthit aquí, no estamos haciendo nada ma-

—Amy, por favor, retírate.

La mujer se mordió la lengua para no continuar hablando, la mirada dura del mayor calló cualquiera de sus argumentos y después de mantener sus ojos fijos en Kong, pidiéndole disculpas solo con este gesto, pasó por el lado de Prem, saliendo de la habitación y quedándose en el pasillo, esperando.

Kong soltó apenas ella salió. Su mente estaba maquineando qué debía hacer para escapar. Arthit no era suyo, ese tipo se notaba más encabronado que anciano con vejez solitaria y él tenía a Arthit consigo, con su pequeña cabecita apoyada sobre su pecho, mientras le acariciaba los rizos, sin detener el movimiento, queriendo no asustarlo. Para ese momento, Kong sabía que tenía todas las de perder.

— ¿Qué quiere? Hable ya.

Después de que Prem caminó hasta sentarse en el mismo lugar que Amy cuando le explicaba todo sobre el embarazo de su pequeño, Kong soltó aire que ni siquiera había notado estaba conteniendo al ver que entre él y la puerta de salida no había un gran espacio de diferencia; así que si algo salía mal, podía siquiera intentar huir de ahí de la forma que fuera, no le importaba si se encontraba con más hombres tras esa puerta, nadie lo apartaría de Arthit.

—Mi nombre es Prem Ronajpat, Kong, como ya escuchaste, soy el dueño principal de todo esto, y ex trabajador de Neko Corporation.

De nuevo el aire no llegó a sus pulmones, ahora comprendía mejor la razón por la cual aquel sujeto le daba tan mala espina. Claro, esos aires de superioridad y aquella mirada fría solo podían significar un pasado tan oscuro que no cualquiera reconocía ¿Qué ganaba Prem contándole eso? ¿Causar temor? Porque lo que Kong sentía eran unas increíbles ganas de golpearlo. No le tenía miedo, solo temía por la seguridad de Arthit.

Arthit soltó un maullido que calmó aquel ambiente tenso, mientras miraba a Kong suplicante, llevando una de sus manitos a su abdomen para acariciarlo, el castaño sabía lo que significaba: Arthit tenía hambre. Sin embargo, no pudo evitar la sonrisa enorme que apareció en sus labios pensando en que no solo era Arthit quien tenía hambre, sino un pequeño bebito que estaba creciendo en la misma zona donde su bebé se acariciaba. Escuchó la puerta y alzó la mirada, agudizando su vista cuando vio a Prem abrir, asomando la cabeza hacía el pasillo externo.

—Amy, trae un biberón de los de repuesto, con leche tibia, por favor.
Kong no tenía idea si la mujer la había obedecido, pero imaginó que si para cuando Prem entró y cerró la puerta de nuevo, caminando tranquilamente de regreso a su lugar.

— ¿Kong? —Arthit meneó las orejitas, observando a su amor con esos ojitos llenos de súplica, tomando una de las manos del mayor para colocarla sobre su pancita, soltando otro maullido, un poco más bajo que el anterior. — ¿Por favor?

—Sí, amor, ya la están trayendo ¿De acuerdo? Mucha leche para ti, bebé. —Besó la frente de su niño y escuchó su suave ronroneo, sonriendo tranquilamente de nuevo, no sabía cómo, pero la paz que le transmitía Arthit parecía mágica. — ¿Te duele la pancita?

Cuando el minino negó con la cabeza y Prem tosió, llamando de nuevo la atención de ambos chicos, mientras Arthit volvía a apoyar su cabecita sobre el pecho de Kong y este continuaba repartiendo dulces caricias por cada parte posible del gatito, escuchándolo ronronear, lleno de tranquilidad.

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