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Kong toda su infancia y su adolescencia amó su habitación. Cuando pequeño, en la secundaria, a él y a un grupo de amigos se les ocurrió la idea que pasa por la mente de todo chico adolescente: Tener una banda.

Él no cantaba bien, para Kong su voz era demasiado aguda siquiera para ser de un chico, eso sin considerar que no entonaba como él deseaba, y aunque nunca se acomplejó con eso, el sueño de ser cantante se vio interrumpido innumerables veces. Aunque claro, en su momento fue su mayor capricho, a tal punto de gastar todos sus ahorros en su primera batería, bajo y guitarra, puesto que su papá le pasaba una buena cantidad de dinero mensual y así podía practicar con la mayoría de sus amigos que no podían costear sus propios instrumentos.

El segundo problema que atravesaron fue la necesidad de un lugar donde practicar, siendo música pop/rock lo que ellos más tocaban, y ese un lugar lleno de ancianas renegonas quejándose de las diferencias de generaciones, Kong casi tuvo que arrodillarse frente a su mamá para que los deje ensayar en su casa.

Pero Yihwa no soportó ni una semana con tremendo ruido proveniente de la habitación de Kong, donde tenía metidos a cinco chicos con instrumentos en un lugar demasiado reducido. Así que eso cambió gracias a una buena idea que consiguió de su profesor de música.

Espuma acústica, esas dos palabras que solucionaron su vida. La música saliente de su habitación ya no fue tan potente
como para romperle los tímpanos a Yihwa o a sus hijas que se quejaban del ruido al no poderse concentrar en nada que no fuera la música, ahora el ruido no estresaba a nadie y si cerrabas los ojos, podías hasta imaginar que escuchabas la radio, o veías un programa de talentos, porque bueno, tan bien no se escuchaban, pero Yihwa siempre le dio su apoyo a su hijo mayor.

Sin embargo, ahora Kong conocía otra buena función de la espuma acústica, y vaya que adoraba su habitación.

— ¡Ahh!

Tomó con firmeza la cintura de su bebé mientras lo mantenía estable, embistiendo lenta pero profundamente contra el cuerpo de su pequeño, alzando las caderas cada que Arthit bajaba y hundiendo lo más posible su miembro, hasta el punto de tocar la próstata del menor, lo cual reconocía porque Arthit arañaba su pecho cada que esto pasaba.

Observando con detalle el rostro de su minino, sus mejillas sonrojadas, sus orejitas estiradas mientras disfrutaba del leve cosquilleo de su cola moviéndose sobre sus piernas. Arthit tenía la boca abierta, en una “o”, moviendo su cuerpo por instinto propia, entregándose completamente al mayor mientras llenaba de sus dulces gemidos toda la habitación.

—Así, eso bebé… Ya casi. —Kong tomó con firmeza el miembro del pequeño y empezó a bombear este, masajeando con velocidad, desde la base hasta su glande, dejando que las gotas de líquido pre seminal escurrieran desde la punta, ayudándose con eso para tener más facilidad al masturbar al felino.

—Kong. — Arthit jadeo, impulsándose hacia adelante para atrapar los labios del mayor, besándolo con anhelo, con necesidad, dejando que sus lenguas bailen juntas tanto dentro como fuera de sus bocas, mientras movía sus caderas de adelante hacía atrás, presionando sus pequeñas uñas contra la piel del mayor.

—Kong.

Kong mordió la barbilla de Arthit, presionando la punta de su miembro con su pulgar, evitando que este pudiera llegar, logrando sacar un lamento de los gruesos y rojos labios del minino.

Arthit abrió los ojos, intentando mantenerlos así para observar con suplica al mayor, sabiendo que no debía detener el movimiento de sus caderas, pero quería correrse, su cuerpo le pedía liberarse y el dedo de Kong se lo impedía.

— ¡Kong! ¡Ah! —Kong volvió a impulsar sus caderas hacía arriba, tocando otra vez ese punto que logró hacer que Arthit arquee la espalda.

—Dilo, bebé, vamos… Dilo que ya no aguanto. —Sabía que también estaba en su límite, pero había estado practicando con Arthit un par de nuevas palabras o más, y no había mejor momento que ese para obligar a su bebé a sacar lo que tanto habían enseñado y que no solía decir por temor a hacerlo mal.

—Ko-Kong…

Kong, con decisión, tomó las caderas del menor y lo tumbó en la cama, tratando de, en el proceso, no salirse de su interior. Dejó a Arthit con su cabeza apoyada a los pies del colchón y sus piernas separadas, reteniendo el cuerpo del mayor entre estas. Arthit jadeó y casi gritó cuando inició de nuevo con las embestidas, profundas y certeras, además de rápidas tocando una y otra vez su punto y él sin poderse venir.

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