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Kong estacionó el auto en las afueras de la corporación de Prem, soltando un largo suspiro lleno de resignación.

Arthit descansaba en la parte trasera del vehículo y él solo intentaba repasar las mil y un razones que le dio Amy para convencerlo de ir, diciéndole que ya habían estado ahí, que no había pasado absolutamente nada malo y que con una máquina mucho más grande, podría observar con mayor detalle el creciendo del pequeño bebé, que ya estaría cumpliendo sus cinco semanas en el vientre del minino.

—A ver, nene, ponte la capucha y vamos ¿Si? Te revisan y de regreso a casa te compro leche con chocolate ¿Te parece? —Arthit asintió emocionado, colocándose el sombrero de la capucha, tal como le indicó Kong, y tomando su mano, saliendo del auto para tocar la gran puerta principal del lugar, siendo abierta prácticamente al instante por Amy, mostrándoles una gran sonrisa de bienvenida.

—Me alegra mucho que al final hayan decidido venir. Kong, Arthit, adelante.

Kong se tragó un “Como si hubiéramos tenido otra opción”, sin embargo no lo dijo, dejando que sea Arthit quien pase primero y después que Amy se encargue de cerrar la gran y oxidada puerta.

Muy al contrario de las veces anteriores, ahora no eran ni las seis de la tarde y ya estaban en tal sitio, así que Arthit y Kong no debieron sorprenderse al observar tanto niño-gato caminando por todas las instalaciones del lugar, desde por el corredor principal hasta sus habitaciones, todas con las puertas abiertas, e incluso Amy les iba informando que los pequeños tenían un patio enorme con gras artificial donde pasaban sus horas leyendo, conversando o simplemente jugando entre ellos.

Vieron niños de muchos tamaños, algunos se quedaron segundos observando a konh, siendo él y el personal del lugar los únicos que no contaban con orejitas y colas largas, cortas, anilladas, bicolores ¡Wow! Definitivamente una gran variedad de pequeños con los mismos detalles felinos pero agregándoles sus particularidades.

— ¡Hola! —Kong y Arthit se detuvieron cuando justo frente a sus ojos se detuvo un niño, un poco más pequeño que Arthit y parecido, aunque sus ojos se veían diferentes. No sabía la razón pero Kong no encontraba el mismo rastro de inocencia que en su pequeño. Era como una especie de Gun, aunque tenía el cabello casi del mismo color que el de su pequeño novio.

—¡Me llamo Saint! —Meneó sus dos grandes y esponjosas orejas.

Se veían bien, el niño era considerablemente adorable o eso creyó Kong, hasta que sintió como los pequeños brazos de su bebé rodearon su cuerpo y escuchó un sonido diferente a cualquiera que hubiera oído de Arthit antes.

— Uh, uhm.

Saint retrocedió unos pasos, hasta que llegó Amy y, al verla, automáticamente se escondió detrás de la señora, sacando su cabeza e inclinando sus orejas, manteniendo su mirada fija en Arthit.

— ¿Qué pasa, nene? —Arthit no apartaba la mirada de Saint, con sus orejas caídas hacía atrás, gruñendo después de que Saint volvió a esconder su cabeza detrás de la mujer.

—Está celoso. —Habló la voz dulce de Amy, volteando para dirigirse a Saint, colocándose en cuclillas, quedando a una altura más reconfortante para el pequeño. — Saint, Kong es el novio de Arthit. Sabes que no debes mirar mucho a los novios de los demás.

—Yo no sabía. —Saint movió sus pies como pataleando, recibiendo una caricia sobre sus ondulados cabellos, sonriéndole después a la madura mujer. — ¿Puede decirle que lo siento?

—Él lo sabe. Ahora ve a jugar ¿De acuerdo? Encárgate que nadie mire mucho a Kong. Se bueno y podrás ver tu programa ese de bichitos raros aunque lo pasen muy tarde.

— ¡Pokémon, Amy! ¡Se llama Pokémon!

Mientras Amy veía a Saint alejarse y cumplir con sus palabras, Kong bajó la mirada, observando como Arthit no lo soltaba a pesar que la “amenaza” ya se había ido; el minino lo miró y le maulló, mostrándole sus ojitos llorosos.

Kong no iba a admitir en ese momento lo adorables que eran los celos de Arthit, así que solo se inclinó y besó con mucho cuidado y ternura los deliciosos labios de su pequeño, haciéndolo sonrojar, sabiendo que muchos pares de ojos los estaban observando.

—Ven, mejor así. —Kong estiró sus brazos para que Arthit hiciera lo mismo, cargándolo hasta que el minino enredó sus piernas alrededor de su cintura y coloque sus manos en sus hombros. El mayor lo sostuvo desde la parte trasera de sus muslos para evitar que Arthit caiga, dejando que su corazón palpite emocionado al notar el peso que Arthit había aumentado considerablemente.

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