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Arthit observaba a Kong hablar con su madre, así que, luego de asegurarse de mantenerlo en su campo de visión, pasó a enfocarse en su problema principal, en ese grupo de niñas al frente suyo, que lo miraban peor que a algo raro, aunque tenían unas sonrisas como las de las muñecas feas que no le gustaban, de lado a lado, casi de oreja a oreja.

— ¿Meow? —Maulló suavemente, sin saber cómo comunicarse con las cuatro pequeñas, observando la mirada de cada una. Se supone que tenían que acercarse, pero Arthit prefería oler primero a la niña de cabello bonito, Namtarn, antes que a las demás.
Soltó otro maullido, tratando de mantener el contacto visual con el azul de los ojos de la pequeña, aunque ese color no era tan claro como el azul de su Kong.

Una vez Namtarn entendió, tuvo una pelea con Samantha porque ella era la mayor, y quería ir primero, pero luego de que la niña de cabello bonito le dijera a su hermana que llamaría a Kong, ambas se callaron. Namtarn se acercó a paso lento hasta el sofá donde se encontraba Arthit aún con sus piernas encogidas hacía su pecho y sus manos descansando sobre sus rodillas.

La pequeña niña estiró su mano relajada hasta el rostro del gatito, obedeciendo lo que su hermano le había dicho sobre primero dejarlo olerlas, y Arthit olfateó con sumo cuidado, hasta que hizo lo que antes con Off, acercó su cabeza de tal modo que la mano quedó sobre sus rizos, y Namtarn comprendió que podía acariciar, así que lo hizo.
Las cuatro niñas se cubrieron la boca para callar sus gritos llenos de emoción, mientras Namtarn soltaba un “Yaaass” en un ssurro, tratando de no asustar a Arthit. Para el minino estaba bien, la niña tenía manos pequeñas y se sentía genial cuando sus dedtos pasaban por su cabello, o por el inicio de sus orejitas.

—Samantha, ahora acércate tú.

Parecía que todas hacían una travesura juntas, puesto que susurraban para mantener la calma de Arthit, en lo que este ronroneaba, disfrutando de las caricias, luego sintió otra mano cerca de su rostro y al abrir los ojos se encontró con otros azules parecidos a los de Kong y una sonrisa amable.

—Hola, yo soy Samantha, pero todos me dicen Sam. ¿Tú cómo te llamas?

Arthit abrió la boquita, separando bien los labios y las pequeñas tuvieron que aguantar otro grito al notar los adorables colmillitos superiores e inferiores en la boca del menor, antes de escucharlo hablar con la voz ronca e infantil. —Arthit.

Otra mano se posó sobre su cabeza y ahora fueron mucho más caricias agradables. Arthit no tardó en cerrar los ojos y entregarse a las sensaciones, con suaves ronroneos, escuchando las risitas de las niñitas. Todo iba a estar bien, se dijo, meneando la cola de un lado al otro con tranquilidad.

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Kong observaba con una gran sonrisa como ahora sus cuatro hermanas tenían sus manitos sobre el cabello de Arthit, aunque luego tendría que lavarlo, no quería que su bebé tuviera sus rizos sucios, eso contando las cosas que sus hermanas podían haber estado tocando antes, como la tierra del bosque entre alguna de sus travesuras o cualquier otra cosa, aún peor conociendo lo mucho que a Arthit le gustaba verse bien, porque no era algo anormal el encontrar a su pequeño cuidando sus rizos, al parecer le gustaban mucho.

—Kong ¿Estás siquiera escuchándome?

Yihwa llevaba dándole el sermón de su vida desde que la puso al tanto de todo, y el mayor ya había recorrido toda su casa con la mirada, fingiendo escuchar. No era que fuera mal hijo, sino que todo lo que le pudiera decir su madre ya se lo habían dicho, y por otro lado, el pensar en el “Hubieras” era algo que a él no le gustaba, ya estaba ahí, tenía al amor de su vida y un plan para estar juntos al menos por unos cien años. A él no le importaba mucho que tanto sermón pudiera hacerle su mamá.

—Sí, má. Fuerte y claro. —Suspiró, apoyando su codo sobre la mesa y su barbilla sobre la mano de ese brazo, admirando a su madre.

—De verdad que eres imposible. —Ahora fue ella quien soltó todo el aire de sus pulmones en un largo suspiro. — ¿Cuál es tu plan entonces?

— ¿Recuerdas la casa de papá, en la playa?

La sonrisa de Kong se ensanchó cuando Yihwa empezó a negar repetidas veces, con las manos y con la cabeza. Oh, claro que recordaba esa casa. Su padre, cuando estaba casado con su madre, era un hombre de mucho dinero, la verdad Kong nunca se lo cuestionó antes, pero si lo pensaba, podía imaginar su papá en algo ilegal para tener la fortuna que tenía, como esa casa de playa era, que, por decirlo de una manera, el nidito de amor donde Kong fue procreado.
Sirvió de lugar para la luna de miel de su matrimonio.

Tarde Yihwa comprendió que tantas atenciones eran nada más y nada menos por la cantidad de cuernos que le metía su esposo con un sinfín de mujeres que conocía durante su trabajo. Su matrimonio no duró ni dos meses más de esa luna de miel, pero la casa de playa quedó totalmente abandonada, aún peor considerando que se encontraba en una zona algo excluida de la ciudady de la parte turística de la playa en sí.

Oh sí, una casa oculta en la genial Weymouth Beach sonaba como música para sus oídos, y el mejor lugar para iniciar su nidito de amor junto con su pequeño minino.

—Ni siquiera haz llamado a tu padre para preguntarle. —Se defendió la mayor.

— ¿Para qué? Creo que está muerto ese viejo, el punto es que tú tienes las llaves, me lo dijiste una vez cuando te saqué a fuerza la historia con mi papá.

— ¿Y qué te hace pensar que te la daré? Kong, ese lugar está abandonado desde hace más de diez años.

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