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Una vez Kong estacionó su auto frente a la casa de campo que tenía su madre, se dirigió hacia la puerta del copiloto para bajar a su pequeño gatito. Arthit tenía aún la vista algo inflamada y sus mejillas sonrojadas después de todo el llanto de hace poco menos de una hora, pero para Kong aún se veía como el ser más adorable de la tierra. Besó la palma de su mano un par de veces, con ternura, escuchando las suaves risitas de su pequeño niño, indicándole que todo marchaba bien.

—Tú solo tienes que ser igual de adorable que siempre, mi amor. —Le susurró cerca de su orejita derecha, besando su mejilla y después sus labios, tomando su mano para caminar hasta la entrada de la casa.

La madre de Kong trabajaba como enfermera en un hospital muy reconocido del pueblo, eso desde que tuvo sus veinte años cumplidos y era solo una practicante. Actualmente, con ya más de cuarenta, contaba con una variedad de beneficios de dicho hospital, como el poder trabajar únicamente los fines de semana o en las madrugadas, para así ver a todos sus hijos en los horarios necesarios y que la niñera que contrataba no se volviera loca cuidando demasiado tiempo a actualmente seis menores de edad.

Aunque, por otro lado, ella recibía dinero mensual del padre de Kong y del padre de sus otras hermanas, además de su actual pareja que se encontraba de viaje constantemente, pero era un buen empleo, al menos dinero era lo que menos les faltaba, aunque cuando Kong era más joven, él siempre deseaba que el dinero pudiera comprar tiempo, así su madre no andaría tan atareada y estresada, siempre haciendo muchas cosas a la vez.

Cuando Kong decidió dejar su casa, apenas terminados sus estudios, ella no estuvo de acuerdo, realmente adoraba a su pequeño, además de todo lo que Kong le ayudaba con las niñas. De algún modo cedió, pero ella continuaba estando al pendiente del mayor de sus hijos, después de todo era su bebé y siempre lo sería, según la agradable Yihwa. Luego llegaron los gemelos, y Kong se cuestionó si su madre era un ángel por poder tener todo bajo control sin arrancarse los pelos de la frustración.

Despejando su mente de los recuerdos de su infancia, tocó el timbre de la gran casa de campo y sintió la mano de su gatito tensarse sujetando la suya. Arthit le maulló roncamente y él se inclinó para besar la punta de su nariz, observándolo menear las orejas.


— ¡Enseguida voy! ¡Ploy, deja de molestar a Sam! —

Sí, Kong incluso podía imaginar a sus pequeñas gemelas celosas de esos encantadores bebés.

Una vez la puerta se abrió, ante los ojos de ambos apareció una mujer muy atractiva aunque ya de edad, ni muy delgada ni de cuerpo demasiado proporcionado, ella podía cubrir el perfil de la madre común, con esos ojos caídos y hermosos, de un azul brillante.

Arthit sonrió apenas, esos ojos le recordaban mucho a su Kong, eran idénticos. Detrás de ella apareció una pequeña, agarrándose de las faldas de su madre y asomando la cabecita, mientras la mujer mayor observaba atónita al chico frente a ella.

— ¡Kongphob Suthiluck, dichosos los ojos que te ven! —La voz de regaño y emoción sorprendió al pequeño minino, sintiendo luego como Kong era jalado hacía adelante y apartado de su lado, mientras la mujer abrazaba con fuerza al mayor.

Arthit soltó su mano, quedándose quieto donde estaba, tomando al instante su larga cola entre sus manos, jugando un poco con ella, tratando de no alzar la mirada, aún le intimidaban las personas y no quería ponerse a llorar cuando Kong ya le había dicho muchas veces que todo saldría bien.

—Mamá… Tengo que respirar. —La mujer soltó a Kong  después de escuchar la voz estrangulada de su hijo y tomó su rostro, llenándolo de besos. Arthit sintió esa punzada de celos en su pecho y un maullido escapó de su boca, llamando la atención de Yihwa junto con la pequeñita detrás de ella, quien hasta el momento se mantenía callada.

— ¡Gatito!

Maia corrió para tocar a Arthit pero fue detenida por los brazos de Kong antes de siquiera rozar al minino, quien, por cierto, retrocedió unos cinco pasos aproximadamente cuando vio a esa pequeña desconocida acercándose peligrosamente a él.

Subió la mirada hacía Kong y le pidió ayuda con los ojos. Arthit no se sentía seguro, él quería irse a su casa.

—Quieta, princesita. —Kong alejó su mirada de su pequeño para dirigirse a su hermana, ahora cargada en sus brazos.

—Arthit es muy tímido y no le gustan las personas, no debes acercarte así o lo asustas ¿Entiendes? Y tú no quieres hacer llorar al gatito ¿Verdad? —La pequeña Maia negó con la cabeza, abrazando a su hermano, mientras dirigía su mirada al minino que la observaba asustado, aún con su cola en manos y sus orejas inclinadas hacía abajo, temeroso.

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