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Zoro y yo nos encontrábamos en el recién reparado mástil, él comprobando su comodidad para descansar, imitando su típica posición para dormir: sus brazos y piernas cruzados mientras él, sentado, cerraba los ojos, aún manteniendo su seño fruncido. Parecía disfrutarlo, meciendose de un momento a otro para comprobar que ya no rechinara, regalándome una diminuta sonrisa aprobatoria.

— Bien, me alegra que te guste. — Comenté, observando cómo ya comenzaba a dormirse.

— Es aceptable.

Rodé los ojos, tomando una de las bolitas de arroz que Sanji había preparado con felicidad para mi, ingenuo ante la idea que eran en realidad para su tan detestado marimo. Este último abrió un ojo mientras fruncía el seño, observándome tomar un gran mordisco de aquel platillo que parecía ser su favorito.

— Oh, vamos, tú te comiste la mayoría. ¿No puedes por una vez intentar ser un caballero como Sanji? — Reproché.

Él bufó, revirando los ojos y rápidamente tomando la última y llevándose a la boca. No, no era un caballero, era un grosero de lo peor.

— Te gustan bastante, ¿Verdad? — Comenté, viendo aún con disgusto cómo parecía querer desafiarme con cada mordisco que daba. — Incluso cuando entrenas gritas "¡Onigiri! ¡Onigiri!" — Lo imité. — Qué rarito.

— ¡No es por eso! — Se apresuró a corregirme. — "Oni" es demonio, y-

— Uh, huh, no me interesa. — Interrumpí.

Ante lo que él consideraba una grosería, pude oir cómo chasqueaba la lengua, antes de estirar su brazo para poder tomar el aperitivo que yo mantenía en mi mano. Lo observé mientras él se encargaba de tomar un bocado de este, viéndome fijamente mientras parecía maldecirme.

— Eso tiene mis babas, ¿Sabes? — Él hizo caso omiso. — Si querías besarme, hay otras formas. — Me burlé.

Él se detuvo un momento, observando con un poco de desagrado aquello que mantenía en la mano y tragando con dificultad. Bingo, había logrado que se molestara.

— Qué asco. — Dijo, soltando la bolita de arroz en el plato.

Reí levemente, observando el pobre onigiri que ya no iba a ser comido ni por él ni por mi, pues yo había expuesto que aquello sería visto como un beso indirecto. Ninguno de nosotros querría hacer ello.

Suspiré.

— ¿De verdad crees que podamos ir a la isla del cielo? — Pregunté, intentando calmar el silencio que nos rodeaba.

Él sólo alzó los hombros, dando a entender que no tenía idea. Ni siquiera intentó abrir un ojo, sólo se acomodó mejor contra la pared para tomar una rápida siesta.

Decidí imitarlo pues hasta ese momento yo me había mantenido parada, obligándome a no sentir miedo por estar tan alto. Prontamente descubrí que el espacio no era tan amplio para que cada quién tuviera su área, pero que nuestras piernas se rozaran no me molestaba, y parecía que a él tampoco pues permanecía inmóvil.

Coloqué una pierna mía sobre la de él, aprovechando la confianza, y me dispuse a cruzar los brazos y recargar la cabeza en la pequeña barda, esperando entender cómo era que Zoro encontraba aquella posición cómoda.

No, era imposible. No pasaban ni tres segundos y mi espalda comenzaba a doler.

Pero yo también necesitaba descanso, así que con un poco de dificultad me volteé, quedando ahora al lado de el espadachín, aprovechando su inmóvil semblante para usar su hombro como reposo para mi cabeza.

Perfecto.

Pude oír que bufó, pero en realidad no hizo nada para quitarme. Era una posición muy cómoda, y supongo que él también lo veía así, pues al cabo de unos segundos reposó su cabeza sobre la mía.

Sonrisas. ¦¦ Zoro Y Tú ¦¦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora