Introducción

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Cuando escuches llorar al sauce

correrás, correrás,

porque la sombra viene por ti

y si te atrapa vas a morir.

Correrás, correrás.

Al fin de la senda descubrirás

tres puertas y escogerás

porque la sombra viene por ti.

Correrás, correrás.

Una te llevará adonde quieres,

correrás, correrás

Otra te guiará donde debes,

correrás, correrás.

Y la tercera vas a omitir

porque es donde no debes ir.

Que si te atrapa vas a morir.

Correrás, correrás.

Se quedó muy quieta escuchando el canturreo del sauce, con la vista fija en el cuerpo que colgaba de una de las ramas altas. La luna recortaba la silueta y la observaba con mirada tiesa. Tan tiesa como la de la muerta.

El condenado frío se alimentaba de las historias que guardaba dentro de su cabeza como un tesoro maldito que le habían prohibido contar. Se miró los dedos que sobresalían de los mitones que le había regalado Ondina en su cumpleaños. No servían, se le congelaban las uñas con esos guantes rotos. Metió las manos bajo los muslos y juntó las rodillas. La asustó una nube que apareció de la nada frente a su rostro pálido. «Un fantasma», pensó. Y llevó los ojos a la difunta, que seguía allí, como una fruta madura esperando caer. La nube revoloteó en una danza sibilante y se diluyó en el aire. No era otra cosa que su propio aliento al entrar en contacto con la noche helada. Cuando cayó en cuenta se echó a reír con una risa hueca, forzada. Grotesca.

El sauce ya no cantaba.

«No llores», rogó, y le clavó su mirada gris. El árbol sacudió su larga cabellera, grisácea por los tintes de la luna llena. Sin lágrimas, gracias al cielo. Y sin muertas colgando de las ramas altas.

Se levantó del banco y emprendió el regreso. Keira y Ondina estarían durmiendo. Mejor, no tenía ganas de andar de charlas.

Metió las manos en los bolsillos y apuró el paso, canturreando bajito, mientras las nubes de aliento y frío bailoteaban a su alrededor.

Cuando escuches llorar al sauce

correrás, correrás,

«Mamá batía crema para la torta y bailaba». No recordaba la melodía. Lo único que tenía en mente era la canción del sauce, que también le cantaba ella, pero en circunstancias diferentes.

Sorteó el charco de un salto y continuó, con las manos cada vez más adentro de los bolsillos. El frío la acompañaba siempre, era su cómplice. A veces le contaba de aquellas tierras donde los niños jugaban entre la nieve. No conocía la nieve. «Si mamá y papá hubieran vivido más, hubiéramos ido, qué pena».

Porque la sombra viene por ti

y si te atrapa vas a morir

Correrás, correrás.

Desvió por la avenida, aunque la odiaba, demasiadas luces, pero no quería volver a pasar por ese otro cuerpo que colgaba en la sala de alguien y que la había llevado hasta la plaza.

El fuego estaba encendido cuando llegó, había caras nuevas y otras conocidas que la miraron en silencio. No importaba que no los conociera, se sentía segura en aquel lugar. Era su casa.

Alguien le alcanzó un jarro caliente. Se sentó en una piedra y bebió unos sorbos. Era agua salada con dos o tres fideos flotando, cansinos y recocidos. Una delicia para una panza vacía. «Mamá no hacía sopa, era peligrosa, decía».

Cuando finalizó, agradeció y saludó hasta el otro día, enjuagó el jarro en la cocina.

En la cama estaban Ondina y Keira, durmiendo como dos ángeles. Eso la reconfortaba, le costaba mantenerlas tranquilas. Se quitó las botas, refunfuñando porque los calcetines estaban húmedos, los estiró y los colocó con cuidado contra el filo de la ventana. Tal vez para el día siguiente estarían secos. Tenía los pies helados. Se quitó el abrigo y un jersey, y se metió en medio de sus amigas, que apenas si se movieron.

Al fin de la senda descubrirás

tres puertas y escogerás

La cancioncita seguía en su cabeza. También la figura de mamá barriendo el jardín con los ojos rojos y el infaltable cigarrillo colgando de los labios o atrapado entre los dedos flacos. «Mamá tenía el pelo como el carbón».

Porque la sombra viene por ti

Correrás, correrás.

Se acurrucó entre las mantas que olían a lavanda, o a rosas, no distinguía bien, pero servía para espantar esos recuerdos que hacían daño, que lastimaban, aunque nadie pudiera ver las heridas.

Cuando escuches llorar al sauceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora