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Apoyados en los escritorios se hallaban Perdomo, Correa y Nievas. Eliana se había sentado en una silla y Franco Irrazabal cruzaba los brazos con la espalda contra la pared. Algunos policías flanqueaban la entrada de la oficina en la que se habían reunido.

—Podríamos decir que el caso Sócrates-Del Campo está cerrado —dijo Carmela, de pie frente a todos ellos—. Les contaré la historia. —Desde su rincón, Correa sonrió con orgullo—: Todo comienza con Ivanna Loréfice, diecisiete años, una chica como cualquier otra a la que le gustaban las fiestas, los chicos, y no le gustaba estudiar. En el último verano de secundaria, su padre le prohibió todo tipo de salida hasta que aprobara las materias pendientes. La familia iba a la playa o a visitar amigos y ella se quedaba en casa, estudiando.

»Para aquella época, los Loréfice estaban reformando su casa y había obreros dando vueltas todos los días. Tal vez Ivanna, aburrida de tanto estudio, charló con alguno de los obreros, tal vez ni siquiera los registró. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que fue abusada por uno de ellos. Se lo contó a sus amigas, pero tuvo miedo de hablar con sus padres, supuso que no le creerían. Y estaba en lo cierto.

»Las obras finalizaron y los obreros desaparecieron, trabajadores golondrina que hoy están y mañana no existen. No pasó mucho hasta que se dio cuenta, con horror, de que estaba embarazada. Hizo lo que haría cualquier adolescente: confiar en mamá. Pero mamá se lo contó a papá. Y papá la echó de su casa. No le creyó. Para él, su hija era una puta que se había revolcado quién sabe con quién y no merecía vivir bajo su mismo techo. Por supuesto, aquel obrero nunca se enteró de que embarazó a su víctima. Hemos hecho todo por conseguir la lista de trabajadores que formaron parte de la cuadrilla, pero fue imposible. La empresa ya no existe. De todos modos, retomaré este tema más adelante.

»La madre de Ivanna, algo más sensible que su marido, le pidió a su empleada, Mercedes Agüero, que ayudara a su hija y ésta, que la conocía desde pequeña, la cobijó en su casa.

»Más adelante, ya nacida la beba, Ivanna se reencontró con un ex compañero de colegio, inició un romance y se casó con él: Gerardo Mendizábal; alquilaron una casita y comenzaron una vida en común. Con el tiempo, Gerardo se mostró como un tipo violento que, luego de unos tragos y algún que otro «incentivo», desataba su furia contra Ivanna y la niña. Golpes, quemaduras, todo tipo de maltrato. En una época donde la violencia intrafamiliar no estaba tan visibilizada como hoy y con una autoestima débil como la de Ivanna, el tipo estaba a sus anchas. Ella intentó sobrevivir como pudo. Culpaba a Gerardo por la conducta de Siria: ataques de furia, llantos descontrolados que no hacían más que avivar la ira del hombre. Ivanna aprendió a mantener tranquila a su hija, la llevó al médico varias veces, pero nunca completó los estudios que le enviaban, por eso no supo que padecía una enfermedad que debía ser tratada.

»Después de cada paliza, de cada violación que Gerardo (al que siempre creyó su padre), cometía contra su madre, Siria corría a la plaza a sentarse a mirar el sauce. Decía que lo escuchaba llorar. Era su forma de atravesar estos conflictos tan duros y tan traumáticos. Y fue a través del sauce que Ivanna encontró la forma de preparar a su hija para defenderse si ella no lograba salir con vida de la siguiente paliza. Le enseñó que, cada vez que escuchara llorar al sauce, eligiera una puerta. Le inventó una canción para que no lo olvidara. Cuando escuchara llorar al sauce, el primer impulso de Siria, tras haber salido corriendo, sería regresar a casa (primera puerta: donde deseas), pero, si el miedo que sentía era demasiado intenso, debía buscar a Mercedes (segunda puerta: donde debes) y si había sucedido algo demasiado malo, acudiría a la policía (tercera puerta: donde jamás deberías ir).

—¿Por qué no? —preguntó Nievas—. La policía la ayudaría.

—Ivanna sabía que, si debía recurrir a nosotros, era porque algo terrible había sucedido. Entonces, o la internarían en un hospital o la enviarían a un centro de menores. Ese era el temor más grande de Ivanna, por eso le repetía que intentara no ir jamás a la policía, a no ser que no tuviera otra opción.

Cuando escuches llorar al sauceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora