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Con un clima algo más templado, al día siguiente, Carmela viajó a la capital y, a eso de las once de la mañana, estacionaba frente a los laboratorios criminalísticos de Puerto Arenas.

Se anunció en la recepción y esperó en una aséptica sala de ventanales blancos.

A los pocos minutos asomó, por una de las puertas, una mujer de rostro familiar llamándola por su grado y nombre. Era innegable que guardaba parentesco con Eliana Estrada. Tenía el cabello más largo que ésta y conservaba su oscuro natural. 

Se presentaron y saludaron con una sonrisa; luego pasaron al despacho de la bioquímica. Se sentaron frente a frente.

—Bueno —comenzó la inspectora—, no es fácil, pero debo hacerte algunas preguntas acerca de tu trabajo y de Eliana.

—Sí, algo me comentó Perdomo. Estoy lista.

Fue una sorpresa que el comisario se le adelantara, no le había comentado sus intenciones de visitar a Sandra. Poco llevaban trabajando juntos y ya la conocía más de lo que hubiera imaginado.

—Analizaste las pruebas del caso Sócrates —disparó.

—Sí, no era mucho; lo hice lo más rápido que pude debido a la urgencia.

—¿De verdad determinaste que la huella fotografiada estaba bajo una capa de cera?

Sandra levantó sus maquilladas pestañas en gesto de asombro.

—¿Qué huella? ¿Qué foto? Yo analicé un raspado de pintura roja, nada más.

—¿Y una hebra de lana negra? —La bioquímica negó. Carmela no supo qué decir. Eliana comenzaba a doler como una espina clavada—. Y ¿a qué conclusión llegaste?

—No se trata de conclusiones, sino de la evidencia concreta, que no miente. Es látex para interiores. Eliana me comentó que los Sócrates pintaron unas paredes del garaje hace poco, así que podrían haber pintado con eso la leyenda en la puerta. Tenía entendido que Eli ya entregó los resultados en comisaría.

Carmela asintió, pensativa.

—¿Tendrás copia de esos resultados?

—No, pero te las hago enseguida. Órdenes de Perdomo: darte cuanto pidas.

Carmela intentó disfrazar su preocupación con una ligera sonrisa.

—¿Eliana tiene acceso a tus... elementos de trabajo? Formularios, sellos... Esas cosas.

—¿Qué estás sugiriendo?

—Nada, nada. —Era pronto para comentarle que empezaba a tomar seriamente a Eliana como sospechosa—. ¿Sabes si tu hermana y el comisario tienen... ya sabes, algo íntimo?

Ahora fue Sandra quien sonrió de oreja a oreja.

—Lo tienen, sí, desde hace años. Nada serio, se ven de cuando en cuando y se acompañan un poco. —Sacó una carpeta de un archivero y fotocopió en la máquina algunas hojas. Luego las abrochó y se las dio—. ¿Algo más?

Carmela dudó. Confiar o no confiar. 

—¿Hay algún vínculo entre Pablo Sócrates y Eliana? Quiero decir, ¿se conocían? ¿Eran amigos?

Sandra también dudó.

—¿Te puedo invitar...? Hay una cafetería acá, al lado.

—Por supuesto.

El cielo se había tornado espléndido en vísperas del mediodía, aunque el frío no aflojaba. Carmela miró los grandes edificios a su alrededor con cierta nostalgia por su antigua vida, cuando paseaba con Iván por los centros de compras buscando decoraciones para su nueva casa. Casa que, seguramente, ya albergaría otros sueños.

—Eliana no conocía demasiado a los Sócrates —continuó Sandra mientras revolvía el café—, pero sí a Mercedes, que trabaja para ellos.

—Mercedes..., ¿la doméstica?

—¡Claro! Trabaja también en casa de Eliana. Es un encanto de persona y adoraba a «su Pablito». Sufrió mucho con su muerte.

—Lo sé, lo sé, se veía deshecha cuando evalué la escena...

—Mira, no sé a qué vienen tantas preguntas, no quiero que mi hermana salga manchada con todo esto, es una gran persona y no merece que se tenga la más mínima duda sobre ella, por eso te digo esto: creo que Mercedes vio algo en esa casa y se lo contó a Eliana. No sé qué es, ni cuándo, pero es lo que me parece.

—A mí no me ha contado nada —comentó, pensativa—, y estoy llevando la investigación. ¿Crees que tu hermana mentiría acerca de ciertas evidencias, u ocultaría otras, llegado el caso...?

—¡No! ¡Es una profesional! ¡Y de las buenas!

—¿Defendería a Mercedes?

Sandra soltó una carcajada.

—¡No creerás que Mercedes mató a Pablo! ¡Es una locura!

—¿Y a Carina Del Campo?

—¿Por qué lo haría?

—No lo sé. ¿Qué encontraste en el cuerpo de Carina?

—Nada. Estaba en el agua y el agua... ya sabes, lo borra todo. La autopsia la hizo Franco.

—Sí, eso sí lo sé.

Hicieron silencio durante algunos minutos.

—¿Recuerdas el caso de Ivanna Mendizábal?

—Claro, era amiga de Eliana.

—Hija de agricultores, ¿verdad?

—Los Loréfice, sí. Están todos muertos, por suerte. —Ante la mirada dubitativa de la inspectora, agregó—. Fueron muy malos padres, por decírtelo fino.

Carmela asintió.

—¿Estás al tanto de las circunstancias del nacimiento del bebé?

—Producto de una violación, según se dijo, aunque yo no estaría tan segura. Se sabía que Ivanna tenía problemas... 

—¿Qué clase de problemas?

—Hija de dos personas dominantes, minaron su autoestima desde niña. Su hermana menor, en cambio, siempre fue una luz e hizo lo que quiso. Ivanna buscaba afecto en cualquier parte, si entiendes lo que significa.

—Sí, claro. ¿Qué pasó con la finca?

—Ni idea. Se vendió supongo. La habrá vendido la hermana.

—¿Sabes dónde vive esta hermana?

—En Europa, vendió la casa y se fue.

—¿Ella fue quien se encargó de Siria?

—Eso creo, sí. Pregúntale a Eliana, está mejor informada que yo.

—Gracias, Sandra, me has sido de muchísima utilidad. 

Subió a su auto y decidió que ya era tiempo de enfrentar a Eliana, saber, de una vez por todas, qué tenía para decirle.

Cuando escuches llorar al sauceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora