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Nievas era un joven alto y rellenito que andaba por los veintipocos. Carmela se alegró de que fuera él quien estuviera de guardia ya que le caía muy bien, las pocas veces que habían conversado, habían terminado riendo. Era sabido que también Correa lo tenía en muy alta estima y que confiaba en él.

El muchacho la miró de arriba abajo cuando entró como una tromba en la comisaría.

—¡Inspectora! ¿Qué ha pasado? ¡Siempre entra tan tranquilita y hoy parece un torbellino! De todos modos, ¡qué bueno tenerla por aquí!

—¡Ja! ¡Sí, claro, seguro que te encanta!

—¿Tiene idea de lo que me aburro los domingos en este lugar? Al menos me hará un poco de compañía. Ya me habló Míster President  y tengo su expediente acá. —Apoyó una carpeta en el escritorio correspondiente.

—Fantástico. ¿Y café?

—Bue, ya lo conoce, es absolutamente asqueroso y desaconsejable, pero sí, hay.

—Con mucha azúcar, por favor.

—Estaba a punto de almorzar. Guisado de carne con lentejas, puedo convidarle si quiere, mi madre me pone ración como si me fuera a la guerra.

—Muy tentador, Nievas, te agradezco, pero prefiero dedicarme a esto en primer lugar.

—Como guste. Con permiso. —El joven colocó un cuadrado de papel sobre su escritorio, a modo de mantel, y luego desapareció en la pequeña cocina por unos minutos.

Carmela se deshizo del abrigo y se sentó a leer la carpeta. Enseguida escuchó el pitido del microondas y Nievas reapareció con un humeante plato en la mano cuyo aroma era exquisito.

—Viviste toda tu vida en Los Sauces, ¿verdad? —le preguntó.

—Ahá —respondió el joven soplando desesperado tras quemarse la lengua con la primer cucharada. Pasado el ardor continuó—: Fui unos años a hacer el colegio y la carrera a Puerto Arenas, luego regresé. Venía en las vacaciones para estar con la familia. Excepto un año que conocí a un chico divino y me fui...

—¿Conociste a Ivanna Mendizábal?

—Ivanna Loréfice querrá decir. Era su apellido de soltera. No la conocía personalmente, pero sabía quién era. Su muerte fue lo que me decidió a hacerme policía.

—¿De veras?

—Sí, se dijeron muchas cosas y yo tenía dieciséis años, quería investigar, conocer la verdad.

—¿Existe la posibilidad de que la hayan matado?

—Hasta donde yo sé fue la única hipótesis que se manejó. Que la mató el marido; pero nunca se pudo probar nada, ni pudieron encontrarlo.

—Gerardo Mendizábal.

El chico asintió con la boca llena.

—Un pobre diablo que intentó asegurarse el futuro casándose con Ivanna.

—El papá de Siria.

—No.

—¿Cómo que no?

—Gerardo no era el papá de Siria. Según las lenguas viperinas del pueblo, Ivanna se embarazó, el padre la echó de casa y terminó casándose con el primero que se le cruzó.

—¿¡Qué!?

—Así como le digo, boss. Pero no va a encontrar nada de eso en los archivos del caso. Lo único que figura son los detalles de la muerte, nada de su vida personal. ¿Puedo preguntarle por qué está con eso? Pasó hace mucho, es caso cerrado.

Cuando escuches llorar al sauceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora