8

29 0 0
                                    

Los reales

Así que eso no valía la pena.
No sé si eso sea lo suficiente para que lograra molestarla, y lo de la vez pasada solo fué una treta.

- ¿y si funcionó aquello?

- ¿de que hablas?

- hablo de que, que pasaría si llegara contigo y te dijera que tú eres el padre de eso

- ¿eso?

- ya sabes, niños, lloran, comen, corren y ensucian todo la casa

- no lo creo

- todo puede pasar

- no creo que pase eso

- ¿por qué no?

- no lo sé

- debes pensar en eso, corta la relación existente

- no puedo hacer eso

- solo perderás unos años, lo olvidará de igual forma, solo piensa en esto:

"Cuando ella lo tenga va a buscar al padre y entonces podrá dejártelo e irse con otro"

- no es así

- recuerda mis palabras

Me dejó pensando, podría ser cierto.

Podría pasar y no sabría lo que haría, simplemente estaría ahí de pie frente a una camilla mientras ella dormiría con un suero en la muñeca.
Caminaría a las incubadoras y lo vería, sería un hijo mío aunque yo solo, no lo sé.

Pisé la colilla del suelo y volví al auto.

- si es hijo mío tendré que hablar con ella

- aún no sabemos si lo tendrá

- ¿por qué carajo me alarmas entonces?

- solo te previne- murmuró

- idiota

- debemos traer a otros- comentó

- ¿otros?

- así es, necesitamos más aliados

- ¿no puede conseguirlos él mismo?

- para eso nos contrató

- prefiero estar muerto ahora mismo, lo hace más sencillo

- ¿quieres eso entonces?

Giré la cabeza y me lo quedé mirando, le sonreí y salí corriendo.

- ¡no vas a atraparme!

- ¡claro, pide eso!

Me tiré en el césped y él cayó sobre mí, me colocó la navaja en el cuello mientras le sonreía.

- borra esa estúpida sonrisa de tus labios

- no puedo- respondí

- interesante, ya has perdido la cabeza

Guardó la navaja y me desvanecí en el suelo.

Me arrastró para subir de nuevo al auto, me reclinó en los asientos de la parte trasera y dormí el resto del trayecto.

Estaba perdiendo la razón poco a poco, no entendía por qué pero no podía hacer nada al respecto, pude morir aquella noche y no me importó en absoluto.

Ahora entendía su manía extraña de usar las navajas, ahora buscaba un gusto culposo en ellas y al ponerme aquello en la piel, me erizaba por completo como un gato, pero no podía hacer nada más que sonreír por su estúpida acción.

"El castaño" (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora