02 ⫸Nunca nada tiene sentido

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Adiós tiempo libre, adiós momento de relajación que jamás llegó.

Inventé excusas a los que me esperaban en casa, diciendo que aprovecharía para visitar a una amiga en el sur.

Al día siguiente estaba esperando un autobús que se retrasó horas y me dejó en centro de Indaba a media tarde. Con el segundo transporte que tomé estuve a un kilómetro de mi destino. Caminé con la mochila al hombro y arrastrando la maleta hasta la casa cerca de la playa.

Llegué tarde, con el sol escondiéndose en el cielo, la marea alta, al contrario de aquella despedida en el tranquilo y perfecto amanecer. Me forcé a no mirar hacia ese lugar, a concentrarme en la puerta de la entrada, en lo que aparecía una despeinada Shinavi que me abrazó hasta dejarme sin aire.

No dijo nada, pero me ayudó con el equipaje y noté la alarmante pérdida de peso, al contrario de la última vez, donde hasta sus cachetes estaban bien rellenos. Su cabello rizado había crecido y se veía desordenado. Cuando entramos a su estudio confirmé que el problema era muy serio.

Había papeles por todos lados, el suelo incluido. Los cajones estaban revueltos, el escritorio repleto de cajas de comida de la que pedías a domicilio, vasos de todo tipo de bebida. No encontré hueco en el sofá para tomar asiento por la ropa desperdigada y revuelta. Incluso la silla que ella usaba tenía un par de camisetas sucias en el reposabrazos y un pijama en el espaldar.

Sentí que acababa de entrar en la casa de una señora mayor con síndrome de Diógenes. Solo faltaban un par de gatos para completar la situación y había sido agradable ver uno, acariciarlo, pero no... Lo único que podía recordarme a un gato en ese lugar era el olor. Si Shinavi dijera que tenía uno muerto debajo del sofá, le habría creído.

—Es un desastre, pero...

—Parece que acabó de pasar un tornado —dije para ser amable.

Me consideraba la reina del desorden, pero aquello escapaba de los límites. Para lograr tal desastre yo necesitaría tres años de posponer la limpieza y no me parecía que Shinavi hubiese pasado tanto sin organizar.

Tuve que taparme la nariz en lo que pasaba junto al escritorio. Había comida en distintos estados de descomposición. Me alegró saber que el olor no provenía de un gato muerto.

—Lo siento —murmuró, recogiendo a la carrera—. Esta semana me ha sacado la vida. No he podido respirar, es...

Sostuve su muñeca, ignorando la peste de lo que había recolectado para botar.

—Primero recogemos y después hablamos —dije y fue la primera vez que necesité orden para habitar un lugar.

Ella se ocupó de los papeles, de clasificarlos, era quien único los entendía, y de su ropa, yo de la limpieza.

Una hora después todo estaba en su sitio y la puerta que daba al porche trasero dejaba entrar la brisa marina del anochecer, ventilando la casa y dejándonos respirar en paz.

Shinavi tomó asiento en la silla que ya no era ocupada por ropa sucia. Me costó ocupar el sofá que una vez me conociera agotada y ensangrentada después de dos semanas de viaje y con Skyler a mi lado. Recordarlo era agridulce.

Me concentré en el presente y descargué Wattpad, una aplicación, como otras, de las que me había privado para concentrarme en el trabajo de aquellas semanas. Tenía muchas notificaciones, la mayoría respuestas de las personas con las que peleaba en comentarios por insultar a las autoras y sus personajes, pero entre ellas estaba la de una actualización de Shinavi.

—Hay un libro nuevo —dije, mirando mi teléfono y viendo que el primer capítulo estaba repleto de comentarios.

No tuve valor de leer ni la sinopsis o de pasarme por redes sociales y el grupo de lectoras. La mano me tembló al imaginar que habría más de él. Me embargaba la negación y la necesidad.

Mi crush literario © [LIBRO 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora