Capítulo dos.

2.7K 381 12
                                    

Los murmullos de una conversación, lo estaban molestando.

—... son tres horas de viaje al hospital más cercano. —dijo una voz no muy lejana—. Sus heridas parecen ser más graves de lo que creíamos, Harley.

—¿Cómo lo llevamos si las carreteras están cubiertas de nieve, papá? —preguntó un niño con preocupación.

Steve arrugó el entrecejo.

«Se van a arriesgar por un desconocido» pensó, abriendo los ojos con lentitud. Notando las paredes de color caoba y el olor a madera a su alrededor. Se encontraba en el interior de una hogareña casa. recostado en un acolchonado mueble.

Un poco inverosímil a diferencia de los lugares que estaba acostumbrado.

—¡Papá, se despertó! —exclamó el niño que recordaba haber sido llamado Harley.

—Trae los calentadores y más cobijas. —pidió un hombre acercándose y mirándolo con incredulidad—. Te levantaste muy rápido. ¿Puedes mover tus extremidades? No sabemos cuánto tiempo estuviste expuesto a temperaturas tan bajas, además de estar sumamente herido.

«Es muy hablador» pensó, moviendo sus dedos y conteniendo una expresión de dolor.

Sus músculos estaban resentidos y un abrasador ardor se esparcía por cada uno de sus huesos con agudeza. Al parecer, todavía no había perdido sus sentidos.

—Debes ser muy fuerte para estar consciente en esas condiciones. —murmuró el hombre sentándose de cuclillas para acomodar las mantas que le había puesto—. Te llevaremos a un hospital para que te atiendan como es debido, no te preocupes.

—No. —habló Steve por primera vez.

«Si me ingresan a un centro médico, van a descubrir que sigo vivo» pensó, sintiendo la garganta seca.

—Ten un poco de agua. —ofreció el hombre de cabellera castaña—. Tu voz parece un poco lastimada.

Steve aceptó con recelo y lo observó con más detalle. El hombre al frente suyo parecía ser un joven pueblerino vestido con una camisa en cuadros y jeans desaliñados. Quizás, podría ser un mecánico por las manchas de grasa de auto en sus pantalones.

—¿Siempre eres tan amable? —cuestionó Steve con la voz ronca. Sus cuerdas no estaban lastimadas, así era como sonaba.

El hombre ladeó la cabeza y se encogió los hombros.

—No creo ser capaz de ignorar a una persona muriéndose en el bosque. —respondió con sinceridad—. Además, tengo que enseñarle a mi hijo a ayudar a las personas que lo necesitan. —dijo rascándose la barba mostrando una sonrisa—. Ya sabes, debo intentar ser un buen padre.

Sus palabras calaron un poco en Steve.

«¿Ayudar? ¿Un buen padre?» pensó, sintiéndose ajeno a ello. Le parecía tan extraño de creer y sobretodo, la bonita sonrisa que tenía el hombre era más difícil de asimilar.

—¿Cuál es tu nombre? —no pudo evitar preguntar.

—Oh, soy Anthony Stark pero puedes decirme solo Tony. —se presentó y volteó a ver a un niño que estaba escondido con las cobijas que le habían pedido en la entrada de la puerta—. Él es Harley Stark, mi hijo. Ven, cielo. —llamó con una mano.

—H-Hola, señor. ¿Se encuentra mejor?

Steve quiso sonreír para no asustarlo, pero sus mejillas nunca habían hecho tal acción y parecía estar haciendo una mueca extraña.

—Papá, creo que le duele algo.

—¿Estás seguro que no quieres ir al hospital? —cuestionó nuevamente Tony igual de preocupado que su hijo.

«Diablos, ¿por qué estoy haciendo esto?» pensó negando con la cabeza. Los vendajes que tenía en la mayoría de su cuerpo y la intravenosa en su brazo eran más que suficientes.

Era un supersoldado, en unos días estaría bien.

Debía recuperarse e irse lo más pronto posible. Por primera vez en su vida, no tenía la intención de dañar a aquella familia. Padre e hijo estarían en peligro por mantener un mínimo contacto con él.

No le veía el sentido de perder más vidas. Ahora, no.

—Señor, ¿quieres chocolate caliente? —preguntó Harley acercándose y dejando las cobijas a un lado—. Mi papá siempre me lo prepara cuando estoy triste.

Steve observó los ojos marrones del niño tan parecidos a los de su padre. Nunca le habían gustado los infantes por varias razones, quizás odiaba que sean tan perspicaces en cada cosa o la ingenuidad que nunca había llegado a conocer.

—Me gustaría. —aceptó después de unos minutos.

Quizás, podría alivianar un poco su dolor.




InvernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora