Capítulo tres.

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La cálida atmósfera a su alrededor era un pequeño recordatorio que no pertenecía a ese lugar. Las brasas encendidas en la chimenea junto a un hombre que intentaba prender un poco de fuego. Eran una imagen que jamás había creído ver.

«Acogedor» pensó, viendo la taza de chocolate que tenía en sus manos y el hecho inexplicable que se sentía tan cómodo vestido y arropado en un pequeño espacio.

—Tienes que mantenerte en calor. —habló Tony concentrado en su tarea—. Harley está muy preocupado por ti desde que te encontramos. —dijo con una sonrisa suave—. Es extraño, porque nunca parece importarle algo a su alrededor, ¿sabías? Desde que su madre nos dejó, su comportamiento se volvió... —pausó para mirar al rubio con vergüenza—. Perdona, estoy hablando demasiado. ¿No?

Steve se encogió los hombros, sin mucha importancia.

La voz del hombre era carismática y agradable. Había descubierto que podía escucharlo por un buen rato sin aburrirse o perderse en sus propios pensamientos. Su vida parecía ser tan opuesta a la suya que de alguna manera le relajaba escucharlo.

No quería pensar en lo que haría cuando se recuperará o que tendría que hacer para cobrar un poco de venganza.

Sentía que se perdería en un hoyo negro sin retorno.

—Me costó mucho hacer dormir a Harley. —volvió a hablar Tony cuando vio que el rubio no parecía incomodarse—. Está muy curioso por saber quién eres, tiene muchas preguntas para ti. —confesó dejando de prender el fuego y volteando a mirarlo—. Quizás, yo también.

Steve tensó los músculos.

Sabía que en algún momento se preguntarían por las marcas de sus heridas, el traje hecho jirones que tenía y seguramente, las armas destrozadas que había llevado antes de caer.

—¿Eres un policía o un agente encubierto? —preguntó—. Harley cree que eres como los héroes de sus cómics que luchan contra el mal.

Steve por primera vez en mucho tiempo, se echó a reír.

«¿Héroe? Ellos son mi casería» pensó limpiándose las lágrimas de la risa y notando que escuchar algo tan inverosímil le hacía darse cuenta que todavía existían personas muy ingenuas. No obstante, cayó en cuenta de la expresión avergonzada del hombre.

A cada instante, confirmaba más su opinión de que Tony era una persona muy atractiva. ¿Qué hacía viviendo en un pueblo tan alejado?

«Es más guapo que cualquiera de los amantes que he tenido» pensó sin darse cuenta del rumbo de sus pensamientos. Al instante, volvió a recobrar la compostura.

No tenía tiempo para tonterías.

—Perdona. —dijo más para sí mismo—. Lo más cercano que podría ser, es un soldado. Lo demás es confidencial.

Tony asintió, rascándose la nuca.

—Solo era un poco de curiosidad, no estás obligado a contarnos. —murmuró caminando hacia un sofá cercano para sentarse—. Estaré pendiente está noche por si presentas algún dolor mientras duermes. Trata de descansar.

—No es necesario.

El hombre de cabellera castaña, se acomodó con un manta a su alrededor y recostó la mejilla en una mano.

—No te preocupes, quiero hacerlo. —dijo con una sonrisa floja—. Hace tiempo que no tengo invitados en mi casa. —murmuró con somnolencia—. Quiero tratarte bien antes de que te vayas y vuelva... a estar solo. —bostezó, arrugando el entrecejo.

Steve lo observó en silencio, viendo cómo el castaño parecía caer dormido en cuestión de minutos. Su rostro descansando en armonía, su respiración lenta y pausada. 

Eran hipnotizantes de ver.

«Debo irme lo antes posible, es tan peligroso» se dijo, alargando una mano en dirección al castaño.




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