Capítulo cinco.

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La imagen de Tony no salía de su mente.

—Mierda. —masculló quitándose la ropa con rudeza y tirando las prendas al suelo.

Sus ojos se quedaron observando su reflejo en el espejo del cuarto de baño. Las cicatrices en su cuerpo, las marcas que eran el recordatorio de sus actos, serían desagradables para los ojos de cualquiera.

No obstante, los ojos avellanas de Tony nunca lo mirado de forma diferente.

—Curaste mis heridas y no me rechazaste. —murmuró Steve tocándose las vendas que le había puesto el castaño. Era extraño.

Estaba furioso consigo mismo.

«Tengo que calmarme» se dijo apretando los puños, metiéndose a la tina y salpicando el agua con descuido. ¿Qué estaba mal con él? ¿Por que seguía pensando en mierdas innecesarias cuando tenía que irse?

—Argh, menuda mierda. —gruñó viendo que seguía su erección latente.

Sin querer, estampó un puño en la pared con estruendo. Nunca había sido alguien que pudiera controlarse y mucho menos con sus deseos carnales. No obstante, Tony era una persona que debía respetar.

Prácticamente lo había salvado de la muerte.

«Tengo que estar jodidamente loco para arruinar a la única persona que ha querido ayudarme» pensó, suspirando y sintiendo un leve dolor en su abdomen.

—Se abrieron las jodidas heridas. —murmuró sin gracia, observando como el agua de la tina iba tornándose rojiza. Había hecho demasiada fuerza sin querer.

Un leve golpeteo en la puerta, llamó su atención.

—¿Estás bien? Escuché ruidos. —dijo Tony detrás de la puerta.

«No seas amable conmigo» pensó Steve tirando la cabeza hacia atrás e imaginando la expresión preocupada que seguramente tendría el castaño.

Quería ver eso.

—Entra. —dijo a secas.

Tony abrió la puerta con cuidado y se sorprendió al ver el desastre en el lugar. Sobretodo, por la sangre que manchaba las vendas del soldado.

—¿Cómo..? —cuestionó el hombre, avanzando con rapidez y poniéndose de rodillas para quedar a la altura del rubio—. ¿Te caíste? ¿Qué sucedió?

«Es más bonito de lo que imaginé» pensó Steve viendo fijamente la inquietud del castaño.

—Tienes que salir de ahí, debo volver a curarte las heridas. —avisó Tony tratando de levantarlo—. Rayos, no sabía que eras tan descuidado.

—Espera. —detuvo Steve sin moverse.

El agua cubría gran parte de abdomen y también su creciente erección que seguía sin bajarse.

—Será peor si te quedas ahí. —reprochó Tony volviendo a jalarlo—. No tengas vergüenza, ambos somos hombres. Tenemos lo mismo, no hay nada fuera de lo normal.

Steve alzó una ceja y asintió.

—Conste que tú lo dijiste. —advirtió el soldado, parándose sin mucho esfuerzo.

Tony iba a responder, sin embargo sus palabras quedaron atoradas en su garganta al ver el gran miembro del soldado. Estaba tan erecto que parecía que doler.

—Tenemos lo mismo, ¿no? —dijo Steve saliendo de la tina y quedando al frente del castaño.

—Eh... sí, pero... no es tanto. —balbuceó Tony sintiendo sus mejillas enrojecer por la vergüenza.

Estaba siendo demasiado obvio.

—No entiendo, ¿el tuyo es diferente al mío? —preguntó Steve acercándose peligrosamente y sonriendo al bajar su mirada hacia los pantalones del contrario y notar un pequeño bulto—. Creo que puedo verlo.

Tony siguió su mirada y vio entre la tela, cómo se alzaba su propio miembro.

—No... no es lo que piensas.




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