18. Visitas inesperadas

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Theo

Cierro la puerta a mis espaldas y bajo sigilosamente las escaleras, yendo a buscar las pastillas para mi preciosa. Últimamente no nos hemos estado viendo mucho, por lo que voy a aprovechar todo el tiempo que la tenga a mi lado. 

La verdad es que no me extraña que se encuentre mal, teniendo en cuenta el ánimo que ha tenido estos días, no era difícil darse cuenta de que le pasaba algo. Pero ahora, después de enterarse de lo que Kay le ocultaba, supongo que ha acabado de explotar.

Salto ágilmente el último escalón y camino hacia el centro de la estancia, donde se encuentra la ya tan conocida recepcionista. Una mujer de unos cincuenta años, con el pelo castaño teñido y unas redondas y pequeñas gafas sobre el puente de la nariz.

—¿Qué hace una preciosa mujer como usted sola a estas horas de la noche? —le pregunto entre coqueto y divertido.

—Ay, chico, deja ya tus halagos —contesta, acostumbrada a mi actitud—. ¿Qué necesitas?

—¿Puedes darme unas pastillas para el dolor de cabeza? —pregunto con mirada de cachorrito. Sé que para que me den las pastillas debo verme realmente enfermo, pero creo que con mis dotes de conquista podré convencerla de que me entregue aunque sea una sola.

—Espera un segundo, ahora te las traigo.

Ha sido mucho más fácil de lo que esperaba. Puede que mis dotes sean más potentes de lo que creía. 

A paso lento, se levanta y camina hacia un pequeño armario a sus espaldas.

—Ten cuidado de lo que haces con esto —dice mientras me mira como una madre que no se fía de su hijo.

—Sabes que yo no soy de meterme en líos, Matilda.

—Ya, claro —contesta sin creerme ni un poco.

No tardo en estar en mi habitación de nuevo. Mi corazón parece querer acelerarse al no ver a Lena por ninguna parte, pero me relajo al ver el hilo de luz que escapa bajo la puerta del baño.

Sin nada más que hacer, me siento sobre el colchón, con la pastilla en una mano y la botella de agua en la otra.

No pasa mucho tiempo hasta que ambos volvemos a encontrarnos tumbados sobre el colchón. 

Lena tarda pocos segundos en dormirse, por lo que yo me entretengo jugando con su pelo entre mis dedos y dándole pequeños besos por todo su rostro. No sé cómo se sentiría si en este momento estuviera despierta, pero no puedo evitarlo, necesito tocarla.

* * *

Horas después, todavía siendo completamente de noche, la escucho levantarse y marcharse a su habitación. Me gustaría que se quedara y así poder despertar a su lado, pero ella dejó claro desde el principio que no sería así.

Después de su marcha, soy incapaz de volver a dormirme.

Al igual que ella, yo también tengo mis propios demonios luchando estos días.

Paso ambas manos por mi rostro y me levanto en busca de lo que me trae tantos dolores de cabeza. Doy un par de pasos y, tras coger la llave, abro el segundo cajón de la cómoda. Meto la mano hasta tocar el fondo y allí tanteo hasta encontrar los papeles. 

Sentado sobre la cama, dejo salir un suspiro y abro la carpeta, desperdigando todos los documentos.

Releo lo que hay escrito sobre ellos y sigo pensando que es una mierda. Una completa mierda. Como no lo resuelva rápido, no sé qué será de mí.

Incapaz de aguantar hasta que se haga de día, llamo a la única persona cercana a mí que sabe todo lo que ha estado sucediendo estos últimos meses. 

Lo que fui, soy y seré.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora