Capítulo 3

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Londres, Reino Unido.

— ¿Llamaste a los tíos? —pregunta Chandler extendiendo hacia mí una botella de agua y su palma abierta, donde tiene mis vitaminas

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— ¿Llamaste a los tíos? —pregunta Chandler extendiendo hacia mí una botella de agua y su palma abierta, donde tiene mis vitaminas.

Me encojo de hombros y tomo las vitaminas para tomarlas de un golpe.

—Gracias —digo poniéndome de pie al terminar de beber el agua, había estado amarrando las trenzas de mis deportivos antes de que él llegara—. No, no los he llamado, solo respondí un par de mensajes de mamá.

Él suspira.

—No puedes ignorarlos para siempre, ¿Lo sabes no?

Me acerco al tocador y agarro mi cabello en una coleta alta, está tan largo que estoy pensando seriamente en cortarlo, debería chequear eso con mis estilistas; Chandler no se mueve de su posición incluso cuando yo estoy aplicándome el protector solar.

—Los llamaré más tarde, ¿Vale?

—Sabes que no son tus enemigos, ¿cierto?

—Lo sé, solo que mamá insistirá en que compre un departamento para venir a visitarme, estoy bien en esta habitación de hotel por ahora —le hago saber dándome palmaditas en las mejillas—. Y papá hará preguntas sobre cómo me siento y si necesito que vengan a mantener todo bajo control. No tengo quince años Chandler.

Chandler asiente y me sonríe amable, comprendiendo mi malestar. Lo veo a través del espejo, caminar a la mesita de noche al lado de mi cama y tomar el iPad, a veces quisiera decirle que llamar a mis padres me agobia, me produce ansiedad y me recuerdan tiempos que he luchado por dejar atrás. No es que sea una cretina desagradecida que no valore las atenciones de sus padres, es solo que, la idea de que lo hacen por lastima me lastima más de lo que me consuela.

—Por cierto, el personal ejecutivo me ha mandado a informarte que se han contratado a unas cuantas personas desempleadas para trabajar como extras y parte del equipo de utilería —dice él frunciendo el ceño—. Quieren saber si estás bien con eso, puesto que fue una de las condiciones de Lowell Holladay para interpretar el papel, darles trabajo a personas desempleadas durante el rodaje. No son completamente personas profesionales...

Sonrío nada más escuchar su nombre, ¿Es una especie de ángel vengador o algo así? Al evocar su sonrisa pícara y sus ojos brillosos a mi memoria, puedo fijarme en que encaja con la idea de que sea un caballero amable. Como un perfecto caballero londinense de época.

— ¿Y por qué preguntan por mi consentimiento?

—Me parece que tienen esta idea de ti, de que eres una diva exigente —el aprieta los dientes fuertemente—. Tenemos que dejarles bien en claro que no soportaremos estupideces, ya bastante tenemos con la presan y sus títulos amarillistas.

—No me interesa lo que piensen de mí —digo intentando calmar su rabia, le tomo por los hombros y sonrío—. Mientras tú sigas creyendo que soy la persona más genial en este mundo me es suficiente.

(LH.1)- La dulce perdición de LowellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora