Capítulo 7

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Londres, Reino Unido

El monstruo siempre está ahí, observándome

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El monstruo siempre está ahí, observándome. No importa lo que haga, no se pierde ninguno de mis movimientos.

Huye, grita la voz en mi cabeza que busca mantenerme a salvo. No soy capaz de hacerlo, permanezco allí porque es lo que me han enseñado, es lo que esperan de mí.

Me rindo y estoy a la merced de él.

Porque no importa cuánto intente huir, no importa si quiero hacerlo, cada vez que corro, y cada vez que mis piernas se mueven e intentan escapar, se encuentran con un enorme muro que se interpone. Estoy encerrada, atrapada, pérdida. Por esa razón me rindo, ahora no solo estoy atrapada en ese pequeño lugar que se convierte en un infierno, atrapo mi mente en sí misma, intento llevarme a una realidad que no es la mía; si lo hago, pretendo que estoy a salvo.

Pero es mentira. Porque el monstruo me alcanza y ya no estoy a salvo en lo absoluto.

Me hace daño y atrapa. Siempre atrapada...


— ¿Te sientes mejor? —pregunta Chandler con voz suave sacándome del recuerdo.

No le respondo, veo un punto invisible en el espejo del tocador. Los oigo murmurar al otro lado de la puerta, a los directivos y trabajadores del set. Hablan sobre mí, y sé que se preguntan que está mal conmigo, si han hecho bien en contratarme. Me encojo un poco en mi lugar.

Los recuerdos son confusos, puedo evocar fácilmente la imagen de Lowell a mi lado, luego todo se nubló desde el momento en que el ascensor se detuvo y perdí el control, lo sé, y es tan vergonzoso. Él me atrapó, parece que siempre me atrapa cuando me caigo...

—Tienes que hablarme, sino no puedo ayudarte —vuelve a hablar Chandler, sentado a unos pocos metros de mí, dándome mi espacio.

Le intento sonreír y sé que solo consigo darle una mueca, aun así él se mantiene distante. Se lo agradezco en silencio.

—He montado un numerito ¿No es así?

Chandler chasquea la lengua y por fin acorta la distancia, se arrodilla para quedar a la altura de mis ojos y sonríe. Como cuando éramos niños y yo me raspaba la rodilla al caerme de la bicicleta, entonces él sonreía de esa manera para que yo no llorara. De todas maneras una lágrima solitaria recorre mi mejilla.

—No ha sido un numerito como le llamas, son miedos Blair —Chandler atrapa la lagrima con su pulgar—. Miedos reales, no pueden juzgarte por ello.

Yo misma juzgo mis propios miedos, quiero que desaparezcan, que no me atormenten tanto. Que no me sigan afectando incluso ahora.

—No quiero retrasar un día entero de trabajo por esto, puedo hacerlo, seguir con el curso normal del día —me excuso.

—Está bien, pero también tienes que sentirte bien luego de ese choque emocional —advierte él, tomando mis manos entre las suyas para calmar sus temblores—. Nadie va a juzgarte, y si lo hacen haré que se metan la lengua en el culo.

(LH.1)- La dulce perdición de LowellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora