Capítulo cinco

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El alemán se encontraba sentado en la silla frente a la ventana, llovía a cantaros y el cielo retumbaba, quería salir y correr con todas sus fuerzas... Alemania le tenía miedo a las tormentas de ese tipo, su pequeño niño seguro estaba asustado, pero él no podía hacer nada.

Su instinto paternal estaba volviéndose loco por saber que su pequeño hijo estaba desprotegido antes uno de sus mayores miedos, se sentía impotente por no poder hacer por su pequeño tesoro.

Su respiración se agitaba, su cuerpo temblaba y un ligero pitido comenzaba a escucharse en sus oídos.

Tomó un mechón de su cabello y lo arrancó, casi no sintió dolor por aquello, casi no sentía dolor en general ya, era como si el frio perpetuo del lugar tuviera entumecido su cuerpo; metió el mechón en su boca y comenzó a comérselo en un intento de calmar su inquietud.

Por la lluvia el clima estaba más frio de lo normal para ser verano en aquel lugar, pero no podía hacer nada tampoco, tenía su frazada encima, una sábana y toda su ropa junto con esos calcetines roídos que hacía tiempo le había regalado URSS, pero aun así sentía su cuerpo congelarse.

Suspirando de forma temblorosa se acercó a la ventana y la intentó abrir, pero esta no cedía, empujó lo más que pudo pero seguía inerte; al examinarla más a fondo notó que estaba sellada.

"URSS no se va con idioteces... eso debería saberlo yo mejor que nadie"

Suspirando volvió a la silla y se sentó, pero ahora no estaba solo, de nuevo veía a su padre.

– Hola... - dijo el encadenado.

– Hola hijo, ¿qué tal va tu día?

– Como siempre... solo que ahora estoy preocupado, hay una tormenta afuera, mi pobre bebe está lejos, debe estar asustado, el odia las tormentas y ese imbécil no sabe cómo cuidarlo cuando esta aterrado.

Reich comenzó a llorar de impotencia, se sentía tan inútil por no poder estar con su hijo.

– Esto es tu culpa, lo sabes muy bien – dijo aquella alucinación mirándolo acusatoriamente.

– Yo solo quería dejarle el mundo a sus pies... que lo tuviera todo en su poder – dijo ahogadamente el nacionalista.

– Y, ¿eso a donde te llevó?, mira donde y como estas, tu esfuerzo no sirvió nada y ahora mi nieto es quien tiene que pagar los platos rotos... patético.

– ¡Cállate!, tu igual cometiste el mismo error... ¡me abandonaste a mi puta suerte!, sabías que Chile y yo no queríamos que te fueras y aun así lo hiciste, nos abandonaste y no te importó.

- Tal vez, pero es por eso que debiste saber lo que ocurriría... siempre has dicho que me metí a una guerra sin sentido, me criticas e igualmente hiciste lo mismo, ¿cuántas veces Alemania no te suplicó que te quedaras con él?.

Reich iba a responderle a aquella visión, pero escuchó la puerta principal abrirse, así que simplemente se quedó mirando con odio a aquella fantasía; escuchó como subían por las escaleras y finalmente se abrió la puerta.

El alemán se giró y vio al soviético, estaba algo mojado de su vestimenta y se veía igual de molesto que siempre que iba verle, pero no iba a negar que le agradaba que hubiera atravesado aquella tormenta para ir a dejarle un poco de comida.

– Luces enfadado, ¿la pared te hizo enojar? – dijo con humor el comunista.

– No... la tormenta lo hizo – respondió Reich en voz baja, desviando la mirada.

URSS se acercó y le dio una bolsa de plástico al menor, quien la abrió y se encontró con un paquete de galletas, un cartón de leche pequeño y un poco de ensalada en un recipiente con tapa.

Liebe Wieden || CountryHumans NazunitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora