Todo dejó de tener importancia. Desde que supe que H se iría, cualquier cosa me parecía demasiado pequeña, incluso la mosca desapareció de mi panorama mental. Sentía que no volvería a tener otro como él.
Luego de la fiesta de fin de año, no lo volví a ver durante cuatro o cinco días. No me atreví a visitarlo porque no sabía que debía hacer o decir. Pensé que quizá querría estar solo, con su familia o en los preparativos de su viaje.
En más de diez oportunidades me acerqué al mapamundi que estaba en mi viejo almanaque y revisé el tamaño, el color y la forma de los Estados Unidos. Era absurdo, lo sé, pero cada vez que miraba el mapa pretendía que la distancia entre ese país y el mío se acortara , aunque fuera un poqutín.
El viernes por la tarde, un día antes dela partida de H, desperté con un agujero en el estómago ; pasé todo el día caminando sobre las nubes sin saber qué hacer. Por fin, se me ocurrió que una carta me ayudaría a expresar lo que estaba sintiendo, y en un dos por tres la escribí. No me preocupe de revisar la ortografía porque sabía que, si tenía alguna falta, H jamás se percataría de ella. No transcribiré la carta, sólo puedo decir que escribí muchas veces "te voy a extrañar ", "eres el mejor amigo que he tenido " y "vuelve pronto"; cursilerias, lo sé, pero todas ellas profundamente sinceras.
Lo que más me costó fue encontrar un final adecuado para mi carta. Pensé y pensé en la frase más adecuaday apareció un:
Te recordaré siempre.
Con todo mi cariño, María Antonia.
Esa frase me resultaba muy común e imagine que millones y millones de cartas terminarían de esa manera, pero aún así las escribí con completo agrado.
En la tarde, tomé fuerzas, crucé la calle y golpee la puerta de la casa de H.
Su madre abrió y, luego del saludo breve gritó:
-H, María Antonia esta aquí.
Al rato bajó H con una sonrisa que, no puedo negarlo, me llamó mucho la atención .
Durante todo el día había imaginado que él estaría tan conmovido como yo, que incluso habría pensado en la posibilidad de atarse a una silla para impedir que sus padres lo condujeran al aeropuerto... pero, como siempre, H me sorprendió: no tenía ninguna huella de haber llorado por horas y tampoco lucía demacrado por el dolor de la partida.
-Hola, Ant, que bueno qué viniste, ya tengo casi todo listo para el viaje; acompáñame por si olvido algo importante.
H me tomó de la mano y me llevó hasta su habitación a toda carrera, mientras me decía atropelladamente:
- Un año se pasa volando, Ant, no veo la hora de llegar a Estados Unidos. Ya tengo la maleta lista... Para cuando nos volvamos a ver prometeme que crecerás al menos dos centímetros... ¿Crees que debo de llevar mis zapatos de fútbol?... Y que cambiarás esos lentes por unos de contacto... ¿Dónde habré dejado mi traje de baño?... Ah, no dejes de escribirme si consigues novio; prométemelo, Ant, prométemelo.
Me senté en su cama mientras lo veía correr de lado a lado. Su madre entraba con frecuencia y le ayudaba a ordenar su ropa y objetos que aún no habían ocupado su sitio en la maleta. En ese momento me enteré que viajarían juntos: la madre de H lo acompañaría los dos primeros meses hasta que todo tomara su curso.
Minutos después, H se sentó junto a mí y me dijo:
-Tengo que pedirte un gran favor, Ant.
Tomó un libro que reposaba sobre la cama y me lo entregó.
-¿Lo recuerdas? Es el libro que le leo en voz alta a mi abuela. Quiero pedirte que lo conserves, y que de vez en cuando te des un tiempo y la visites para que, en mi lugar, continúes con la lectura de esta novela. Vamos en el capítulo cuarto, aquí, en esta página, la 52.
ESTÁS LEYENDO
Amigo se escribe con H
Teen FictionTener miedo a las arañas, a los fantasmas o a la oscuridad podría ser común para mucha gente, pero... ¿es posible tenerle miedo a la memoria? Esta es la pregunta que se plantea Antonia, la protagonista de esta historia, mientras camina junto a su a...