Capítulo 12: El tiempo

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Todo dejó de tener importancia. Desde que supe que H se iría, cualquier cosa me parecía demasiado pequeña, incluso la mosca desapareció de mi panorama mental. Sentía que no volvería a tener otro como él.


Luego de la fiesta de fin de año, no lo volví a ver durante cuatro o cinco días. No me atreví a visitarlo porque no sabía que debía hacer o decir. Pensé que quizá querría estar solo, con su familia o en los preparativos de su viaje.


En más de diez oportunidades me acerqué al mapamundi que estaba en mi viejo almanaque y revisé el tamaño, el color y la forma de los Estados Unidos. Era absurdo, lo sé, pero cada vez que miraba el mapa pretendía que la distancia entre ese país y el mío se acortara , aunque fuera un poqutín.


El viernes por la tarde, un día antes dela partida de H, desperté con un agujero en el estómago ; pasé todo el día caminando sobre las nubes sin saber qué hacer. Por fin, se me ocurrió que una carta me ayudaría a expresar lo que estaba sintiendo, y en un dos por tres la escribí. No me preocupe de revisar la ortografía porque sabía que, si tenía alguna falta, H jamás se percataría de ella. No transcribiré la carta, sólo puedo decir que escribí muchas veces "te voy a extrañar ", "eres el mejor amigo que he tenido " y "vuelve pronto"; cursilerias, lo sé, pero todas ellas profundamente sinceras.


Lo que más me costó fue encontrar un final adecuado para mi carta. Pensé y pensé en la frase más adecuaday apareció un:


Te recordaré siempre.


Con todo mi cariño, María Antonia.


Esa frase me resultaba muy común e imagine que millones y millones de cartas terminarían de esa manera, pero aún así las escribí con completo agrado.


En la tarde, tomé fuerzas, crucé la calle y golpee la puerta de la casa de H.


Su madre abrió y, luego del saludo breve gritó:


-H, María Antonia esta aquí.


Al rato bajó H con una sonrisa que, no puedo negarlo, me llamó mucho la atención .


Durante todo el día había imaginado que él estaría tan conmovido como yo, que incluso habría pensado en la posibilidad de atarse a una silla para impedir que sus padres lo condujeran al aeropuerto... pero, como siempre, H me sorprendió: no tenía ninguna huella de haber llorado por horas y tampoco lucía demacrado por el dolor de la partida.


-Hola, Ant, que bueno qué viniste, ya tengo casi todo listo para el viaje; acompáñame por si olvido algo importante.


H me tomó de la mano y me llevó hasta su habitación a toda carrera, mientras me decía atropelladamente:


- Un año se pasa volando, Ant, no veo la hora de llegar a Estados Unidos. Ya tengo la maleta lista... Para cuando nos volvamos a ver prometeme que crecerás al menos dos centímetros... ¿Crees que debo de llevar mis zapatos de fútbol?... Y que cambiarás esos lentes por unos de contacto... ¿Dónde habré dejado mi traje de baño?... Ah, no dejes de escribirme si consigues novio; prométemelo, Ant, prométemelo.


Me senté en su cama mientras lo veía correr de lado a lado. Su madre entraba con frecuencia y le ayudaba a ordenar su ropa y objetos que aún no habían ocupado su sitio en la maleta. En ese momento me enteré que viajarían juntos: la madre de H lo acompañaría los dos primeros meses hasta que todo tomara su curso.


Minutos después, H se sentó junto a mí y me dijo:


-Tengo que pedirte un gran favor, Ant.


Tomó un libro que reposaba sobre la cama y me lo entregó.


-¿Lo recuerdas? Es el libro que le leo en voz alta a mi abuela. Quiero pedirte que lo conserves, y que de vez en cuando te des un tiempo y la visites para que, en mi lugar, continúes con la lectura de esta novela. Vamos en el capítulo cuarto, aquí, en esta página, la 52.

Amigo se escribe con HDonde viven las historias. Descúbrelo ahora