Capítulo 5: La Geografía.

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La lección que H me dio con lo del diccionario dejó muchas inquietudes en mí.

Hasta entonces, mi contacto con ese libro había sido limitado a las tareas de la escuela, es decir, a consultar sólo aquellas palabras que la maestra sugería. Jamás se me ocurrió dirigirme espontáneamente al diccionario para enterarme de lo que traía dentro. Bueno debo de hacer una corrección, sí hubo una oportunidad en la que recurrí a él en busca del significado de una palabra.

No me atrevo a repetirla... era una palabrota, de esas que se escuchan en el estadio o en un insulto de auto a auto o en algunas películas que pasan por televisión. Es una que hace referencia a... no, perdón no me atrevo a repetirla. Sólo lo confieso porque no creo ser la única persona en el mundo que ha pasado páginas y páginas de un diccionario en busca del significado de esa palabrota.

Y lo peor de todo es que en aquella ocasión llegué hasta la página 684 y me encontré con una descripción que me dejó más confundida que al inicio.

Cuando le comenté a H sobre esta historia, me dijo que alguna vez él también había hecho lo mismo, pero que en el camino se encontró con otras palabras que le parecieron mucho más interesantes. Me repitió términos como púrpura y puntual.

-¿Las conoces?- me preguntó.

Un poco avergonzada, tuve que decirle que no. días más tarde, me acerqué orgullosísima y le dije enfática:

-Necesito que seas mi puntual en el deber de Geografía.

Él me miro, sonrió y me contestó con un sonoro "acepto".

H era uno de esos alumnos que haría sentir realizado a cualquier maestro en su tarea desbrutalizadora a favor de la humanidad; pero estoy segura de que todo lo que H sabía no necesariamente correspondía a una diligente y notable contribución de los profesores. H leía. Con frecuencia, lo veía entregando buena parte de su tiempo a los libros. No me refiero a los libros de la escuela, a los de Ciencia e Historia, hablo de los otros... de aquellos que habitan en las bibliotecas o las librerías.

Cuando un día me preguntó que si yo leía, le contesté con un "por supuesto" que retumbo en toda la escuela. Luego me dijo:

-No te estoy preguntando si sabes leer, quiero saber si sueles leer con frecuencia.

La utilización de ese sueles me resultó simpática, era una más de esas palabras extrañas con las que H acostumbraba a sorprenderme.

-Claro que suelo- le contesté con seguridad, para luego retroceder y admitir que leía muy poco o casi nada.

-No te preocupes, Ant- me dijo relajado-, algún día los libros serán tu puntual.

Yo no era una mala alumna, lo justo sería decir que estaba en el promedio, mis notas eran lo suficientemente buenas como para no repetir el año, y lo suficiente para que mi mamá sufriera un poquito en cada período de exámenes. Sólo una materia se había convertido en mi martirio permanente: Geografía. Cada vez que me enfrentaba a l nombre oficial de un país o de un rio, de una montaña, de un continente... cada palabra me sonaba a chino. Y a esto hay que sumarle un dato importante, todo indicaba que el maestro de Geografía, el señor Olmedo, se había planteado como reto de vida que yo comprendiera y aprendiera cada detalle de la distribución política, física e hidrográfica del mapamundi.

Sin embargo, continuamente yo lo enfrentaba a su fracaso como maestro.

Aun recuerdo la ocasión en la que contesté, en plena clase, con total convicción y solvencia, que el río más importancia de Asia era Everest.

El mío era un caso perdido, siempre lo supe.

Y a pesar de todas las explicaciones, todavía no aprendo el afán de complicar las cosas: pienso que si un país se llama República de Maluma, su capital debería ser Ciudad de Maluma, y el principal río debería llamarse Gran Maluma, y su moneda debería ser el peso malumita, y su habitantes deberías ser los malumitas, y su montaña más representativa debe ser el Alto Maluma.

Amigo se escribe con HDonde viven las historias. Descúbrelo ahora