Capítulo 9: El Borja.

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No quise volver a saber de H. Luego de su fiesta de cumpleaños, sentí que no quería verlo, al menos durante un tiempo.

El lunes siguiente salí rumbo a la escuela y decidí que no lo esperaría, caminaría sola. A partir de ese momento, H debería asumir la responsabilidad de su decisión. Si no me quería en su vida, al menos debería aprender a recorrer sola el camino hacia la escuela.

Caminé despacio, despacio, despacio; creo que guardaba la secreta intención de que H me alcanzara, para entonces yo darle mi cara de ogro.

Luego de 15 minutos de avanzar sin encontrarlo en mi camino, decidí correr de vuelta a su casa. Cuando llegué, toqué la puerta y grité:

-¡H, ya es tarde! ¡Sal ya! ¡Te estoy esperando!

La madre de H salió y me dijo:

-María Antonia, querida, H salió esta mañana a las seis en punto. Me dijo que pasaría por casa de una amiguita, creo que su nombre es Andrea. ¡Qué lástima que no te haya avisado!

Por segunda ocasión, en menos de tres días sentí que me convertía en un bicho miserable. Corrí con todas mis fuerzas, pero no pude llegar a la escuela a tiempo. El maestro Olmedo me recibió con su mirada severa y con la poco creativa pregunta: "¿Se le pegaron las sábanas, María Antonia?".

Debí de atravesar toda la clase escuchando sus comentarios sobre la importancia de la puntualidad y sobre el respeto por los compañeros de aula, mientras sentía clavados en mi cuerpo decenas de ojos burlones.

Cuando la hora del recreo llegó, supuse que H se acercaría a mí para darme las explicaciones que yo requería, pero no fue así. Sonó la campana, lo vi acercarse hasta el pupitre de Andrea y salieron juntos tomados de la mano.

Aquella fue la primera vez que sentí la urgente necesidad de que el mundo se detuviera hasta que yo pudiera comprender lo que estaba sucediendo.

Me sentía sola como una gallina.

Bueno, en realidad no sé si las gallinas se sientan solas, pero la comparación me resultó bastante convincente.

Caminé hasta la biblioteca y me senté en una banca. Tomé un libro que se encontraba en una mesa cercana y lo puse frente a mí para que la gente pensara que estaba leyendo. Pero no estaba leyendo, qué va, estaba pensando en mi turbulento fin de semana y en mi espantoso lunes. Pensaba en H y tenía ganas de llorar.

A partir de ese día, todo cambió radicalmente en mi vida. Debí acostumbrarme nuevamente a caminar sola hasta la escuela; si acaso me encontraba en la ruta con H, él corría, me saludaba de pasada y doblaba en la esquina de la calle 17 para luego tomar la avenida en la que vivía su novia.

Ya no charlábamos. Ya no nos visitábamos. Ya no hacíamos las tareas juntos ni reíamos como antes.

Cada vez que lo veía con Andrea sentía una rabia infinita. Y es que no entendía como habia podido enamorarse de ella.

Un día, mi salvador y tímido amigo Borja se acercó a mí y luego de abrir una conversación sin importancia, me dijo:

-Yo sé lo que te pasa, Toni, estás celosa.

Me tomó varios segundos entender la palabra que el Borja había pronunciado: celosa. Cuando la comprendí, sentí que la sangre subía de temperatura en mi cuerpo.

-¡Idiota! ¿Qué estás diciendo? ¿Yo? ¿Yo, celosa? ¿De qué, o de quién? ¿De H? ¿De Andrea? Vaya que no me conoces... pero a quién se le ocu... ¡celosa, yo!... esto era lo último que me faltaba.

-Discúlpame, Toni, pero es que me pareció que...

-¡Que nada! H puede hacer de su vida lo que quiera y a mí no me importa. Incluso puede enamorarse de esa tonta que jamás ha visto un diccionario o un mapamundi; peor aún, un almanaque. Puede salir con ella y hablar de cualquier cosa... de cualquier cosa menos de las capitales de los países de Europa, porque estoy segurísima de que Andrea ni siquiera imagina que Lisboa es la capital de Portugal y que Portugal está en la península Ibérica, junto a España. No me importa que deje de hablar conmigo como lo hacíamos antes ni que deje de acompañarme cada mañana de camino a la escuela. No me interesa que me ayude a hacer las tareas de Geografía ni las de Matemáticas. No quiero saber nada de él, porque... porque... porque lo odio.

Salí corriendo mientras las lágrimas de rabia me inundaban el rostro y las manos.

Sin embargo, me sentí muy importante porque aquella escena de furia-llanto-tristeza-rabia me resultaba muy parecida a una que había visto tiempo atrás en una película llamada Los desamores de Julia Azucena.

Tenía diez años y ya mi vida parecía una película.

Minutos más tarde, el Borja volvió a acercarse a mi y como siempre, tímidamente me dijo:

-Perdóname, Toni, no quise que te sintieras mal, solo pretendía que charláramos un poco y que, si querías, me contaras lo que te estaba sucediendo. Pero, por favor, no te enojes conmigo, ya he entendido que H no te importa, que su noviazgo con Andrea te resulta indiferente, que es un idiota y que lo mejor que pudo pasar es que se alejara de ti...

-¡¿Que no me importa?! ¡¿Que no me interesa!? ¡¿Que me resulta indiferente!? Parece que no te dieras cuenta de que H es mi mejor amigo y no te permito que digas que es un idiota, porque no lo es. Y si acaso lo fuera, la única autorizada para decírselo sería yo. Todo lo que le suceda me importa mucho, ¿entiendes?

-Pero me acabas de decir que lo odias...

-¡Pero no es cierto! Lo odio, pero no lo odio, ¿está claro?

-Mmmmm no, la verdad es que no te entiendo, pero...

-Pero nada, no quiero hablar contigo y ya me cansé de explicarte y qye sigas haciendo preguntas bobas. Adiós.

Por supuesto, horas más tarde, cuando logré digerir mi triste diálogo con el Borja, sentí una vergüenza horrible. El pobre se había acercado con la mejor intención y yo lo había tratado como a un trapo de cocina.

Al día siguiente llegué a la escuela, me aproximé a él con cara de arrepentimiento y le pedí que me disculpara. El Borja sonrió dulcemente y me dijo:

-No hay problema, Toni, ya es asunto olvidado.

Me alejé más tranquila, pero su última frase me martilló en la cabeza durante horas y horas: "Ya es un asunto olvidado". ¿Cómo era posible? ¿Se podía realmente olvidar un recuerdo desagradable?

No tenía muchos amigos, ne sentía horriblemente sola. El único rostro amable que me rodeaba era el del Borja, pero ya había sido suficientemente ridícula con él, y pensaba que seguramente ya no estaría interesado en escucharme.

Por suerte estaba equivocada, el Borja no sólo me extendió su mano cuando tuve que salir de la piscina en casa de H, sino que, en medio de mi soledad, aceptó escucharme y ser mi amigo. De alguna manera, volvió a extender la mano.

Una tarde, a la salida de la escuela, me atreví a preguntarle:

-¿Crees que sea posible que yo olvide ciertas cosas que me hacen daño?

-¿Esas cosas tienen que ver con H?

-Mmm, digamos que sí.

-Entonces la respuesta es no. Creo que no podrás olvidarlo.

Amigo se escribe con HDonde viven las historias. Descúbrelo ahora