Capítulo 4: El diccionario.

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Poco tiempo después, H llegó hasta mi casa. Abrí la puerta dispuesta a proferirle todos los insultos que alfabéticamente tenía guardados en mi memoria (desde asno, baboso y canalla, hasta zopenco) y, antes de que lograra hacerlo, me dijo:

-¿Sabes lo que es esto, Ant?- y levantó con su mano derecha un libro grande, de pasta dura y con al menos siete millones de páginas (está bien, exagero, quizá era más de 800).

-¿Crees que soy tonta?- le contesté con mi infalible risa irónica-. Es un diccionario.

-Te lo dejo, adentro hay algo que pueda interesarte.

Se acercó, me entregó el diccionario, y se fue, tan tranquilo e indiferente como siempre.

-No lo haré, no lo haré, no lo haré- pensé yo, mientras daba vueltas alrededor del jardín-. No abriré este diccionario, no lo haré.

Transcurrieron cinco minutos y, para entonces, ya tenía la certeza de que me daría por vencida, la curiosidad me había derrotado. Tomé el grueso libro y sentí que traía algo en su interior que separaba sus páginas.

De inmediato, mi corazón se aceleró y pensé que H había introducido en el libro una carta para mí. La imaginé en un papel blanco, impecable, perfumado, con perfecta caligrafía en tinta azul, cerré mis ojos y pretendí imaginar lo que H hubiera escrito para mí:

"Por favor, perdóname. María Antonia, quiero pedirte, suplicarte si es necesario, implorarte, que vuelvas a ser mi amiga. Te extraño, te necesito te admiro, eres la mejor amiga que jamás he tenido. Por favor, devuélveme la alegría de tu amistad. Tu arrepentido vecino: H"

La idea de que el elemento que estuviera separando las páginas del diccionario fuera una carta se desvaneció de mi mente. H tenía una letra fatal y era un chico de muy pocas palabras, por lo tanto sería muy malo a la hora de escribir.

Entonces, otra idea surgió en mí: quizá aquello que se escondía entre las páginas del diccionario era una rosa roja. Esa escena la había visto en numerosas telenovelas: una rosa aplastada que hacía suspirar a quien la encontraba. De inmediato me imaginé entre pétalos rojos aceptando con cierto aire de seriedad las disculpas del arrepentido y adolorido corazón de H. Llegué a pensar que, de encontrar la rosa, la conservaría junto a mí por el resto de mis días. Dormiría con ella bajo mi almohada y aspiraría su delicioso aroma, hasta cuando comenzara a despedir el espantoso olor a aliento de perro que arrojan las flores secas. Y pensé que si alguien alguna vez me preguntara: "¿Quién te regaló esa rosa, Toni?", yo sonreiría y, adoptando el papel de mujer muy importante, contestaría como en las telenovelas: "Es un secreto, no te lo puedo decir".

También esta idea se esfumó, H era demasiado ecologista como para corta la flor de una planta. No niego que esta última reflexión me provocó cierta tristeza, pero también un gran alivio. Me refiero a que si el espíritu ecológico de H lo convertía en un chico incapaz de cortar una rosa, para mi suerte, tampoco se atrevería a aplastar dentro de un diccionario a una lagartija o a una araña.

Mis posibilidades de encontrar alguna prueba romántica del arrepentimiento proveniente de H casi desaparecieron, hasta que otra brillante idea me asaltó:

"¿Cómo no se me había ocurrido antes? Un tipo tan corto de palabras seguramente recurrió a una tarjeta de las que venden en los centros comerciales, de aquellas que ya traen mensajes escritos", pensé emocionada.

Con el libro todavía cerrado entre mis manos, intenté imaginar cómo sería la tarjeta. Quizá llevaría la ilustración de un perrito o un osito o de un gatito o de un pajarito o de un elefantito o de un... ¡basta de boberías!, sentí que tanto diminutivo me provocaba náuseas. Preferí imaginarla con una fotografía; tal vez un atardecer con sol, mar y con una frase sobre la arena que dijera simple y llanamente perdón.

Como siempre, anduve muy lejos de la realidad.

Cuando abrí el diccionario, encontré un palo de helado que hacía de separador de páginas. Muy emocionante, ¿no? Muy divertido, ¿no? Muy ingenioso, ¿no? Sentí nuevamente que la furia invadía cada uno de mis 132 centímetros.

Estuve a punto de salir de casa y lanzar el pesado libro de kilo y medio contra la ventana de la habitación de H; pero, por suerte, la cordura me contuvo y subí rápidamente las escaleras hasta llegar a mi habitación.

Cerré la puerta y me dispuse a descubrir qué rayos quería H que investigara en el diccionario de la lengua española.

El palo de helado marcaba la página 52 y una mancha de chocolate había caído sobre la palabra anticuario.

Revisé detenidamente todo el listado de palabras que aparecían en esa página: anticipar, anticuado, anticuario, anticuerpo, antídoto, antifaz, antipasto, antipático, antojo, antología, antorcha, anturio... en fin, no me sentí capaz de comprender el mensaje.

Todo tipo de barbaridades cruzó por mi mente: "¿Será que H me quiso decir que le parezco antipática? ¿Será que se le antoja burlarse de mí? ¿O quizá le parezco tan fea que me sugiere usar un antifaz?".

Poco faltó para que me volviera loca al tratar de atar los cabos sueltos que me condujeran a descubrir el mensaje oculto que H me había entregado.

Llegué a pensar que se había equivocado y que en lugar de de la 52 debió marcar una página anterior, la 46, porque en ella aparecía claramente la palabra amor. Leí pausadamente su definición como intentando una salida mis dudas sobre la intención de H.

Amor (del lat. Amor,- oris) s.m. Conjunto de fenómenos afectivos, emocionales y de conocimiento que ligan a una persona con otra, o bien a una obra, objeto o idea.

Sí, está bien, había escuchado a los mayores que el amor era complicado, pero nunca imaginé que lo fuera tanto. Aquella tarde decidí que jamás me enamoraría de nadie, porque me desagradaba imaginar que alguien pudiera provocar en mí fenómenos afectivos.

Por suerte, unas líneas más arriba del complicado amor, encontré la palabra amistad, y su significado me devolvió el aliento:

Amistad (del lat. Amicitia) s.f. Relación afectiva y desinteresada entre personas.

Aquella noche me acosté con la cabeza repleta de ideas y palabras; sólo una cosa me hacía falta: claridad.

A la mañana siguiente, a las 6 y 15, puntual, casi como siempre. H apareció de inmediato y me dijo:

-Hola, Ant.

-Hola- contesté, y a partir de entonces permanecí en silencio durante varios minutos.

Antes de que llegáramos a la escuela, me detuve en el parque de los eucaliptos y le dije:

-Traje tu diccionario para devolvértelo, H. Lo siento, no encontré aquello que tú piensas que me podría interesar.

Saqué el pasadísimo libro de mi bolso y lo puse obre sus manos. Él me miró y no dijo nada. Se sentó en la banca y comenzó a pasar las páginas lentamente.

Después detuvo su dedo índice en una palabra, me pidió que me acercara y me dijo:

-¿Sabes qué dice aquí?

Me incliné y leí en voz alta la palabra anturio.

-¿Sabes lo que es?- me preguntó.

-No.

-Es una flor, como esas- dijo, señalando a un sector del parque dónde había cientos de unas hermosísimas flores de color rosado.

-Ah... - respiré aliviada-. Entonces lo que quieres decir es que soy como una hermosa y delicada flor silvest...

H colocó abruptamente la palma de su mano sobre mi boca, impidiéndome que continuara y, muy firme, me dijo:

-La palabra anturio comienza con ant. Lo que quiero decir es que tu nombre puede ser una hormiga o una flor. Tú eliges. Yo sólo espero que siempre elijas aquella que sea mejor.

De vuelta a casa, esa noche, volví a revisar en mi pequeño diccionario todas las palabras que iniciaban con ant, y luego de pasar muchas páginas pensé que amigo debería escribirse con H.

Nota:

Es la primera vez que dejo una nota así, espero que les guste la historia y que comenten. Voy a tratar de actualizar más seguido :) Y por si tienen curiosidad mi H ideal es Freddie Highmore más o menos con,la edad en la que sale en Charlie y la fábrica de chocolates :D

Amigo se escribe con HDonde viven las historias. Descúbrelo ahora