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Estaba empezando a cansarse. Había llevado caminando un par de días, un poco desorientada ya por el hambre y el sueño. De no ser por esa familia que la acogió una noche, probablemente habría muerto en el trayecto. Sin embargo, quería intentarlo.

Una vez más.

El cielo se estaba empezando a tornar grisáceo, con nubarrones grandes, cada vez más tupidos. Comenzaba a correr una brisa no muy fuerte, pero lo suficiente como para mover las hojas secas que estaban en el camino, el pasto que alguna vez fue verde y para enredar los castaños cabellos que no se habían sujetado del todo a su moño.

Los pies ya dolían un poco. Empezó a sentir frío. Ya no estaba tan pendiente del entorno, de los ruidos, de los pasos.

Comenzaban a caer las primeras gotas, que la hicieron despabilar un poco. Miró al cielo cerrando los ojos, gruñendo un poco. Maldiciendo por dentro. No había alcanzado a llegar al bosque. Iba a tener que quedarse a medio camino.

— Mierda. — Pensó.

Miró hacia todos lados buscando algo que la pudiese cobijar. En ese preciso instante no era algo de vida o muerte, pero era lógico que en algunos minutos u horas ya iba a tener que estar instalada en el sitio correcto. No podía demorarse demasiado en buscar el lugar. Comenzó a caminar con un poco más de prisa, apurando el ritmo que tanto había evitado por toda la incomodidad que cargaba encima desde hace un rato. Se acercó a un árbol, pero estaba muy expuesta. Caminó entre el pasto, saliendo del camino para encontrar unos arbustos, pero no le darían ni el calor ni el techo suficiente como para evitar mojarse.

De repente, se detuvo un momento a un costado y suspiró cerrando otra vez los ojos. Necesitaba respirar un segundo para poder pensar qué hacer, sin perder la compostura, pero la verdad es que ya comenzaba a perder la paciencia. No podía demorarse mucho más en llegar a Boston. Había perdido tres días desorientada en una reserva cerca del Río Connecticut.

Ahora, que estaba más cerca que nunca, o eso sentía de tanto tiempo intentando llegar, no quería morir a manos de un infectado. Según el mapa, roñoso de tanto haberse doblado y estirado una y otra vez en otra vida, y un poco decolorado por el sol, no faltaba tanto. Estaba cerca ya de Boston, supuestamente en el Santuario Great Marsh. Le quedarían aun diez horas a pie, sin contar descansos, noches, inclemencias del clima ni imprevistos.

Empezó la desesperación. A diferencia de otros lugares, en esta parada no habían casas cercanas. Ni casas, ni villas, ni aldeas, nada. Ni una sola alma. Solo sonaba el viento golpeando los árboles, las aves y el agua de cada pequeño pantano. Le sonaba mucho el estómago, como rogando por comida, pero ya estaba muy cansada para cazar algo, además de que no veía nada alrededor. Tenía una escopeta recortada, vieja y pesada pero portátil, que era lo que necesitaba. Obtenida a cambio de un par de trabajos duros limpiando cloacas en Olympia, tenía las balas suficientes como para poder defenderse de alguna amenaza y cazar de ser necesario, pero si hubiera decidido usarla, hubiera fallado. Estaba temblando, por frío, hambre, sueño y miedo.

No se hubiera molestado en admitirse a sí misma que empezaba a comerla el pánico, pero no era momento para el falso orgullo.

Se decidió caminar un poco más hacia una zona boscosa camino al norte, luego de mucho meditar con el ceño fruncido y de pie, casi sin darse cuenta de que se demoró demasiado.

Comenzó a llover. A llover de verdad.

Se puso la capucha de la casaca verde y larga que llevaba puesta, un poco harapienta y grande para su cuerpo de tamaño mediano a pequeño. Era friolenta, lo sabía, pero estaba especialmente vulnerable ahora que sentía punzadas de agotamiento físico y mental. El cuerpo no le estaba resistiendo mucho más. Y qué más podía pedirse, si había sido un largo tramo desde casa.

Sana y Salva | Joel Miller (TLOU) | Pedro Pascal (CANCELLED)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora