13. Huracán

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Era la hora de la comida. Entre una o dos de la tarde.

Para estos momentos, en un día cualquiera estaría saliendo de la escuela, aunque probablemente con algunos minutos de retraso, pues usualmente se quedaba ayudando al profesor jefe o respondía dudas posteriores de los niños más curiosos. Se subiría al auto, y lo vería, sintiendo por fin alivio. Reiría con las tonterías que dijese la niña revoloteando de izquierda a derecha por cada curva que tomara el vehículo, pues jamás usaba el cinturón. Estarían riendo o algo. Llegarían pronto al apartamento y se dispondría a cocinar. Porque era la hora de la comida.

Pero ahora estaba sola, y no tenía hambre. No tenía frío. No tenía nada. Solo el pequeño papelito blanco hecho bola en donde ese terrible sujeto había anotado números y más números. Sentada en el sofá, lo desenvolvió y lo observó con sumo cuidado. Lo que más pedía en esos momentos era que al menos el dato fuese cierto y estuviese allí el cuerpo de su hermana. Aún así, de ser ese el caso, no se quedaría tranquila solo con ver la tierra removida y húmeda. Pensó que probablemente iba a tener que desenterrar ese cuerpo ya algo consumido por el paso de las semanas para poder darle un mejor entierro, ojalá con su madre presente. Con Joel y Ellie, quienes también sentía ahora como parte de su familia. O más bien ella era parte ahora de la de ellos, quién sabe.

¿Sería cierto? ¿Nunca más vería a Anna? Es como si estuviese en medio de una gran pesadilla de nunca acabar. Como ya lo había pensado, existía la completa posibilidad de que al llegar a Boston se enterase de que había ocurrido algo malo, pero nunca pensó demasiado en eso. Siempre intentó evitarlo, pues los primeros días al salir de Olympia fueron terribles y tortuosos, precisamente porque las crisis de pánico eran frecuentes al pensar en la remota idea de que el viaje fuese infructuoso.

Intentó repasar una vez más todo lo escuchado esa mañana, como para que no se le escapara jamás un detalle. Se acomodó para acostarse de espaldas en el mullido sofá, y se tapó con la frazada rayada. Miró hacia el techo, y se perdió en sus pensamientos. Hace unas horas jamás hubiese pensado que su hermana tuviese problemas con drogas o sexo. Sin cambiar demasiado su cara impávida, una lágrima pequeña rodó por el rabillo de su ojo izquierdo. Se lamentó por no haber estado más tiempo presente en la vida de esa mujer. Ella era definitivamente la hermana mayor, pero muchas veces fue Izzie la que debió tenderle una mano, pues ella había sufrido mucho más. Tenía heridas que con el pasar de los años jamás cerraban y eso le hacía actuar de maneras erráticas que asustaban a su ya anciana madre.

Quizá esa vez, cuando quiso llamar a casa y no le quise hablar, me quería contar que estaba drogada. Quizá estaba ebria y quería hablar con alguien, estando tan lejos de casa.

¿Eres una mala hermana, Isobel?

¿Eres una mala persona? ¿Qué tan cierto es que hay tanta bondad en tu corazón como lo señala constantemente el resto del mundo?

Estaba con la cabeza demasiado inquieta saltando de una pregunta en otra. Luego, comenzó a brotar la terrible idea que había plantado el mayor en Izzie, como si fuese tierra fértil. Puede que Anna haya caído en toda esa vida, y en su consecuente muerte, debido a los abusos que había sufrido por parte de Dan. Mientras él corrompía a esa dulce jovencita, ella era demasiado pequeña todavía como para percibir algo por su propia cuenta. Estaba demasiado obsesionado con la belleza de Anna, quien a esa edad era idéntica a Louise de joven. Cada cuanto, se quedaban solos los dos, y borracho, la pervertía. Muchas veces Izzie, ya cuando supo todo eso, se culpó por no ser ella la víctima de toda ese mal. Ahora, el remordimiento era peor. Quizá si hubiese sido ella el blanco de su padre, Anna estaría viva. Sana. Salva.

Sana y Salva | Joel Miller (TLOU) | Pedro Pascal (CANCELLED)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora