17. Instinto

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Así que entrégame a la Muerte una vez más —

La Muerte a la que nunca yo temí

salvo porque de ti desposeía —

y ahora, desposeída por la Vida,

respiro dentro de mi propia Tumba,

y calculo su tamaño —

todo lo que el Infierno podría imaginar —

y todo lo que era el Cielo —

Emily Dickinson



Perdió completamente la noción del tiempo. En realidad llevaba más tiempo así del que creía, pero nunca lo notó. Era demasiada la consternación como para darse cuenta de que Joel y Ellie le estaban tomando por detrás para que se pusiese de pie y se alejase mientras le decían un montón de palabras de consuelo y muchas veces su nombre exigiendo que reaccionase. De pronto, la luz del cielo gris se apagó. Las voces se quedaban atrapadas en las gargantas. La lluvia no caía sobre ella. El dolor sobre su cuerpo magullado no existía. Ahora, el mundo solo se trataba sobre ella y los oscuros restos de su hermana, con quien alguna vez compartió sangre y hogar. Madre y padre. Vida misma.

Seguía en cuclillas, resistiéndose a los tirones que le daban las dos personas que estaban histéricas detrás de ella viendo la situación. No le importó, pues solo estaba concentrada en apreciar su rostro perfectamente tallado, ahora lleno de tierra y pálido. Delicadamente comenzó a mover su mano sobre sus mejillas para poder acariciarla con mucho cuidado, como si se pudiese quebrar. Estaba helada y tenía algunos rasguños en la frente. La comisura de su labio tenía una pequeña llaga. Reconoció tardíamente el vestido, que era aquel que usaba para dormir. Probablemente se lo habrían puesto luego de matarla. Después de tocar su cara, comenzó a despejar la tierra para ver su torso. Supo que no iba a poder seguir examinando a Anna cuando tocando su vientre, notó una pequeña hendidura. Levantó el vestido y vio una gran estocada sobre su piel. En un acto de reflejo, llevó la punta de sus dedos de arriba hacia abajo para poder tocar la cicatriz. Se preguntó si habría muerto por la herida o por las drogas, o por el alcohol, o de dolor, o de soledad. O de todo. O de ninguna de esas razones.

Continuaba con los temblores. Trató de empuñar sus pequeñas manos para controlar los espasmos, pero fue inútil. Sus extremidades tenían vida propia. Lloraba, pero cualquiera que la hubiese visto no muy de cerca jamás lo hubiese notado. Entonces el Mayor en la Central no mintió, y tampoco Ben... al menos respecto a que su hermana ya no estuviese viva. ¿Era éste el final para el que estaba destinada? ¿Qué pensaría Louise cuando supiese todo esto? Por algunos minutos se permitió sentir el dolor y la amargura. Es como si hubiese nacido solamente para sufrir, de principio a fin y sin que nadie haya sido capaz de salvarla, de hacer algo por ella. Pensó que, de cierta manera, todos le fallaron, incluyéndose a sí misma entre esas personas. Nadie pudo rescatarla antes de que cayese al abismo. Tal vez ahora sí podría estar en paz, sea donde sea que se encontrase. Sin embargo, ese consuelo no fue suficiente para Izzie, pues ella jamás pensó que al morir el alma se fuese al cielo o a otro cuerpo o similares, sino que creía fervientemente que una vez fallecido, los despojos serían solo eso para el resto de la eternidad: despojos y nada más. La carne quedaría allí, en la tierra, sepultada o encima, y comenzaría a consumirse poco a poco, dejando así finalmente cualquier resto terrenal para dejar de existir de cualquier forma. Por lo tanto, en el fondo de su corazón sabía que, aunque quisiese creer otra cosa, su hermana había perecido ya de todas las maneras en que un humano puede perecer.

Sana y Salva | Joel Miller (TLOU) | Pedro Pascal (CANCELLED)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora