Capítulo 5

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Las piernas de Judith parecían hechas de gelatina por lo mucho que le temblaban, si no fuera porque estaba apoyada en la pared, se habría caído al suelo. Cualquier persona habría hecho lo imposible para huir o al menos se habría puesto a gritar como una histérica. Pero ella estaba totalmente paralizada. No podía moverse. No podía dejar de mirar los ojos carmesí que tenía justo delante de ella, los mismos que tantas veces había visto en sus pesadillas.

James miraba a su presa sonriendo con suficiencia, la había encontrado sola e indefensa en medio de un callejón oscuro. Lo había tenido fácil, demasiado fácil.

—¿No me vas a decir nada, querida?

El vampiro acarició su sonrojada mejilla con uno de sus largos y elegantes dedos, haciendo que ella temblara aún más.

—No... no me hagas daño —suplicó en un hilo de voz.

—James Valari no hace daño —replicó susurrando a pocos milímetros de su oído—. James Valari primero se divierte y después...

Se acercó a su garganta rozando los puntiagudos colmillos en la suave piel y ella se estremeció de terror. Tan solo unos pocos milímetros separaban los colmillos de la arteria carótida de Judith. James notaba el pulso acelerado debajo de sus labios y sintió el impulso de romper la carne para alimentarse de ella, pero no debía hacerlo. Aún era demasiado pronto.

La joven, aún paralizada de terror, respiró algo más tranquila cuando vio que James se apartaba de ella. Buscó con la mano la empuñadura de la daga pero antes de que pudiera hacer un solo movimiento, una sombra oscura se abalanzó sobre el vampiro y lo lanzó al suelo haciendo que James rodara por el suelo adoquinado de la calle.

—¡Corre! —exclamó una voz profunda que debía ser del atacante — ¡Huye Judith!

Ella no se lo pensó ni tres segundos. Si alguien le decía que tenía que huir, lo haría. Corrió en dirección contraria a la pelea, volvió a la plaza del pueblo y vio como Lorena se encaminaba hacia la carretera principal con paso decidido. Judith echó a correr y alcanzó a su compañera que ni tan siquiera la miró para comprobar si estaba bien.

—Lorena... me han atacado —consiguió vocalizar, había hecho tanto esfuerzo al huir que le costaba llenar de aire sus pulmones.

—¿Y a mí qué me cuentas? Te dije que buscaras ayuda, si has tenido problemas es porque tú solita te los has buscado.

—¿Pero a ti qué te pasa? ¿se puede saber qué te pasa conmigo? —preguntó levantando la voz. 

Estaba muy harta del comportamiento de su compañera, no entendía por qué tenía esa actitud con ella si no la conocía de nada. Entonces Lorena frenó en seco y se encaró a Judith mirándola con los ojos llenos de rabia.

—¿Quieres saber qué pasa? Genial, te lo diré. Odio a los mestizos como tú y más si son mestizos que van a heredar una organización que no se merecen. ¿Entiendes? Tú no mereces ser líder de la OPEV.

—¿Qué quieres decir con lo de mestiza?

La mujer rió a carcajadas. Era una risa sarcástica, llena de rencor y rabia.

—¿No te lo han dicho? Los mestizos son hijos de brujos y humanos. Tú eres hija de un brujo y de una humana.

Judith miró con los ojos abiertos a Lorena. Era imposible. No podía ser que su madre fuese una humana. Ella era una bruja, como su padre, por eso gobernaban, por eso eran los líderes del aquelarre y de la organización. Pensó que tenía que ser un error, Lorena se estaba equivocando y había malinterpretado las cosas.

—No es verdad —contestó intentando relajar los nervios que tenía —. Mi madre sí que es una bruja, te estás confundiendo...

—¡No me estoy confundiendo! —exclamó ella fuera de sí—. Tu madre es una humana, una simple y vulgar humana. Se casó con tu padre por interés, nada más. ¿Por qué crees que nunca ha usado la magia? ¿o es que alguna vez la has visto usándola?

Entre dagas y colmillos ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora